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Vampire Weekend – Vampire Weekend

Resulta sorprendente el debut de Vampire Weekend, y la verdad es que no se sabe si es por lo que ofrece, que es bastante, o por lo que no muestra. Rodeados como estamos de aquellos grupos dream-pop que dotan su sonido de una excelsitud voluptuosa, o del un tanto repetitivo rock épico que parecen usar últimamente determinados grupos para beatificarse a sí mismos, este gruopo demuestra cómo hacer soplar una bocanada de aire fresco sobre la comunidad indie (¿o industria?) de la manera más sincopada posible, con cierta originalidad rítmica y con una melodía que resulta realmente estimulante (y todo ello sin engrandecer el sonido). Seco pero suave, este Vampire Weekend (XL, 2008) se postula como candidato desde ya a mejor debut del año, y eso que sólo llevamos tres meses del mismo.

Los diez temas fueron inicialmente grabados en diferentes apartamentos y sótanos hasta que hablaron con la discográfica XL y decidieron sacar su trabajo a la luz, pero manteniendo esa sencillez tan patente en el disco. La batería y el bajo son quizá las claves más chocantes de los neoyorquinos, predominando una cierta evocación africana. Vampire Weekend han elegido componer canciones rematadamente pop, pero han querido trabajar concienzudamente el ritmo convirtiéndolo en rebuscado y simple a la vez; todo en la misma pista, todo en el mismo álbum. Valga como ejemplo Cape cod kwassa kwassa, en el que el reggae, el afro-pop y el uso mínimo de violines acompañan a unas guitarras que son marca de la casa: no hay riffs, ni distorsión, ni protagonismo. Sólo con pequeños punteos y acordes (dicen ellos que inspirados por músicos africanos) consiguen tejer unas melodías que podrían ser cargantemente pop si no fueran responsabilidad de los cuatro americanos.

Profundizando en el contenido del disco, Mansard roof lo abre directa al grano, con Ezra Konig dócilmente verseando sobre un ritmo que desde el principio va evolucionando sobre esa batería realmente cortante, simple y original. Oxford comma empieza suave, con cierta cadencia, hasta que la batería y un órgano insuflan intensidad a un ritmo que cambia ligeramente hasta que vuelven a empezar. En One el reggae aparece sobre unos coros y unos mínimos sintetizadores que hechizan a lo largo y ancho de la pieza. Como traca final la maravillosa Walcott ofrece tal frescor vitalista que parece mentira que las estrofas estén hechas con voz y batería únicamente.

Es realmente difícil componer canciones tan sencillas y enrevesadas a la vez, razón por la que la prensa musical sensacionalista les puede señalar como nuevo hype de la temporada. Quizá puedan esquivar ese tipo de juicios de la misma manera que se enfrentan a su música, demostrando así que esta inspiración no es sólo temporal.

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