El cuarto álbum de Tift Merritt, considerada la Emmylou Harris del siglo XXI, lleva el sello de la producción de un experimentado músico como Tucker Martine (Sufjan Stevens, Laura Veirs). El disco avanza desde el alt-country a terrenos más pop, mainstream si se quiere, pero sin perder calidad en ningún momento: aunque son notas que no se diferencian demasiado de sus trabajos anteriores, sobre todo de Tambourine (2004), sí resulta seguramente su álbum más completo.
Merritt toca la guitarra junto a sus músicos de sesión habituales y en la producción destaca la alternancia entre simplicidad y arreglos más sofisticados, en los que el violín y la viola de Eyvind Kangy, y los teclados y trombón de Steve Moore, cobran protagonismo. Con unas composiciones notables, como el primer single Mixtape (“I’m just making you mixtapes with homemade covers, analogue to show we’re lovers…”), Papercuts, All the reasons we don’t have to fight o Bar with a TV on, parece que Tift Merritt recupera el camino allí donde Sheryl Crowe o Shawn Colvin un día lo dejaron.
