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Suze Rotolo sobre Bob Dylan (1)

Bob_Dylan_-_The_Freewheelin'_Bob_DylanSuze Rotolo, para bien o para mal, siempre será recordada como la novia de Bob Dylan. Al menos para melómanos como nosotros. Es inevitable escuchar o leer su nombre y no visualizar la portada del disco The freewheelin’ Bob Dylan (1963), donde aparecen los dos juntos: Susan agarra el brazo izquierdo de Bob mientras caminan por el West Village de Nueva York. La nieve bajo sus pies y las caras de uno y otro consiguen transmitirnos el frío que sacudió aquel día. Don Hunstein, el fotógrafo, lleva guantes y les anima con sus palabras a que sigan caminando, a que sonrían.

Alguien que estuvo íntimamente relacionado a Dylan entre los años 1961 y 1964 siempre tendrá mucho que contar. La audiencia que le escuche se contará por miles, probablemente por millones de personas. No fueron pocas las ocasiones en que Suze, antes de su muerte hace unos años a causa de un cáncer de pulmón, habló y escribió sobre ello. Uno de esos textos se encuentra en el libro How does it feel (Rowohlt Berlin, 2011), de Klaus Theweleit. Lo que ahora sigue es una adaptación libre de mi pobre traducción del original alemán en un, eso sí, sano ejercicio a la hora de intentar sumergirse en el aprendizaje de otros idiomas.

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Bob: un retrato (por Suze Rotolo)

Bobby solía llevar un gorro de pana y camisas de colores tristes. Continuamente le remendaba los pantalones. Dave Van Ronk le aconsejó cuidar y desarrollar una imagen con la que él estuviera cómodo y, al mismo tiempo, sirviera para que el público pudiera reconocerle fácilmente. Por aquel entonces todo parecía –tal vez lo fuera- arriesgado, vanguardista, revolucionario. Mi madre era inmune a ello, pero las mujeres mayores encontraban encantador a Bob. Él era consciente de ello y solía utilizarlo cuando la ocasión lo requería. Aunque por lo general era tímido. Ya estuviera de pie o sentado, tenía la costumbre de mover las rodillas sin parar. Era algo arrogante, bastante paranoico y tenía un maravilloso sentido del absurdo. La verdad es que nos entendíamos bien.

Para él era primordial escribir de la misma forma que hablaba. La gente le prestaba atención. Recuerdo una vez, cuando ya no estábamos juntos, que fuimos a Filadelfia con Dave Van Ronk y su mujer, Terri Thal. Terri les había conseguido un concierto en algún café. Bobby subió al escenario y, con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y la mirada perdida en el vacío, empezó a cantar una balada tradicional llamada Dink Song. El ruido en el café era ensordecedor pero, poco a poco, el público dejó de hablar:

Si tuviera alas como la paloma de Nora

Volaría cruzando el río hacia la que amo

Que te vaya bien, cariño

Que te vaya bien

Algunas tardes íbamos al restaurante Emilio en la esquina de la Sexta Avenida y Bleecker Street. Había un espléndido jardín detrás del edificio y Bob, mirando hacia él, me preguntaba –se preguntaba- en qué consistía la esencia de la libertad. “Suze, ¿son los pájaros realmente libres? Están encadenados y forzados a volar en el cielo. Por tanto, ¿son realmente libres?”.

La ciudad del folk

suze_dylan_2Dylan llegó a Nueva York en el invierno de 1961 desde Minnesota y fue directo al Greenwich Village, en el centro de Manhattan. La primera vez que lo vi fue en el Gerde´s Folk City. Se hacía acompañar de distintos músicos. Uno de ellos era el cantante Mark Spoelstra, que tocaba una guitarra de doce cuerdas y tenía un bonito tono al cantar. Bob ofrecía un curioso contraste con su voz ronca y la armónica. Luego salía al escenario él solo. Su repertorio se basaba en canciones folk tradicionales y en temas de Woody Guthrie. No sonaban nada mal.

Hablábamos mucho sobre irnos a vivir juntos, pero a mí aún me quedaban unos meses para cumplir los dieciocho años. Bob estaba a punto de cumplir los veintiuno. No me hacía gracia el tener que esperar, pero finalmente fue lo que hicimos. La opción de casarnos la habíamos descartado prácticamente desde el principio debido a nuestra juventud y situación. En aquellos tiempos se consideraba pecado vivir en pareja sin estar casados. Ser una madre soltera era, por decirlo suavemente, un suplicio. Abortar estaba prohibido y era una alternativa peligrosa. Los cambios sociales de los años 60 y la posterior liberación de la mujer establecieron leyes seguras y legales para el aborto.

Durante el tiempo que tuve que esperar para mudarme con él, Bobby se quedaba de vez en cuando en el piso de Micki Isaacson. No sabía mucho de ella, únicamente que se mostraba siempre alegre y amigable. Me recordaba a Doris Day. Daba la sensación de que quería convertir su casa en algún tipo de hostal para artistas. Hubo noches en las que por allí acamparon, juntos, Peter Yarrow, Jack Elliott, Jean Redpath y Bobby. Y sé, aunque no lo recuerde, que mucha más gente pasó allí la noche. Yo intentaba estar con Bobby hasta la madrugada. Luego volvía a mi ático, donde me aseguraba que mi madre escuchara mis pasos mientras atravesaba el piso para ir al baño. De esa forma sabría que había vuelto y podría dormir tranquila.

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