[Reseña] ¿Quién es el señor Schmitt? (Teatro Cervantes, Málaga, 13/01/19)
Javier Gutiérrez y Cristina Castaño protagonizan ¿Quién es el señor Schmitt?, obra de Sébastien Thiéry adaptada y dirigida por Sergio Peris-Mencheta
Ocurre en Carretera perdida, la película de David Lynch. El protagonista es encarcelado y, unos días después, un guardia penitenciario descubre que la persona que hay en la celda no es la misma que ingresó en ella. No solo son distintos su físico o su manera de comportarse, sino también su vida familiar, social y laboral. El punto de partida de ¿Quién es el señor Schmitt?, aunque no idéntico, guarda semejanzas con la propuesta lynchiana. Una noche, Juan Andrés y Marga, el matrimonio Carnero, cenan plácidamente en su casa cuando reciben un par de llamadas preguntando por el señor Schmitt. Es extraño: nunca han tenido teléfono. Además, se dan cuenta, ya con pánico, que los libros de las estanterías tienen otros títulos; que el retrato del cuadro ha cambiado. ¿Y ellos?
Sergio Peris-Mencheta adapta y dirige el texto del francés Sébastien Thiéry en un montaje que cuenta con un innegable sabor a Beckett, a Ionesco, a Kafka. Se trata de una comedia existencialista, según las palabras del propio realizador, que muda el blanco por el negro transitando un degradado en el que reímos primero y reflexionamos después. La vena cómica se muestra impepinable desde el comienzo gracias a un humor que, a través de un sensacional Javier Gutiérrez (al que secundan Cristina Castaño, Quique Fernández, Armando Buika y Xabier Murúa), logra sus mayores hallazgos al intersecar obstinación y absurdidad, a veces tan hermanadas. La marca existencial, por otra parte, tiene forma de salmón, peces que —lo habrán escuchado en más de una ocasión— al alcanzar la madurez se lanzan a remontar el río que les vio nacer para reproducirse. Y es en esa odisea, siempre a contracorriente, donde muchos, ante las múltiples adversidades, se darán por vencidos y se dejarán llevar nuevamente al mar grande, apacible y lleno de camaradas ante los que reflejarse.
La pata metafísica del relato se completa con la participación de la obra, aunque de forma escorada, en el constante y acalorado debate que suscitan las apariencias; en todo aquello que querríamos ser o, más bien, en la imagen que nos gustaría proyectar en los demás. En ese sentido, las redes sociales se presentan como una sobresaliente herramienta para conseguir el objetivo, siendo capaces de mostrar sin interrupción nuestro intachable perfil frente a familiares, amigos, conocidos e interesados. Un cosmos artificial, un teatro, en donde la porción asignada a nuestro Edward Hyde particular parece haber sido desterrada definitivamente por el doctor Jekyll. No hay doppelgänger que valga. Y en esas estamos.
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