[Reseña] Nicola Cruz – Siku
Sincretismo avanzado
Wikipedia define la globalización como el proceso económico, tecnológico, político, social, empresarial y cultural a escala mundial que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo, uniendo sus mercados, sociedades y culturas para darles un carácter global. La primera fase se produjo a raíz de la proliferación de los aviones comerciales, la segunda al acabar la Guerra Fría, y la tercera y última tras la popularización de internet (esto lo digo yo, licenciado en Historia).
En lo cultural, hay dos claras consecuencias positivas de la globalización: una mayor visibilidad de los fenómenos locales y regionales, y el aumento del sincretismo producido entre ellos. En la música anglosajona, por ejemplo, hemos asistido recientemente al repunte del folk en un fenómeno o subgénero que hemos llamado neofolk (desde Fleet Foxes a Mumford & Sons), que no es más que un recurso a determinadas tradiciones locales. Por otro lado, y esto ocurre desde el “descubrimiento” de la world music por parte de Occidente en los 60, hay un sinfín de ejemplos de sincretismo musical, desde Dead Can Dance al más reciente y cercano de Rosalía, que se definen por ir más allá de la mezcla superficial de estilos, ahondando en la mezcla de los elementos más tradicionales que los componen.
Todo esto para decir que el ejercicio que ha hecho Nicola Cruz en Siku, su segundo álbum, va más allá de la simple utilización y exposición de músicas, sonidos y elementos tradicionales de los Andes: desde ese origen, desde esas raíces, el franco-ecuatoriano ha trazado un fascinante recorrido con parada en diferentes zonas del mundo para practicar un sincretismo avanzado, a caballo entre lo orgánico y lo tecnológico, uniendo instrumentos, ritmos y melodías de un planeta globalizado pero con capital en los Andes.
El álbum arranca en lo más profundo de la cordillera, fardando de catálogo de instrumentos tradicionales en Arka. Entre ellos destaca el siku –formado por dos hileras de tubitos de caña–, protagonista conceptual del disco por su valor simbólico dual en la cosmovisión andina, sintetizado después por Juan Diego Illescas en Siku y muy presente en todo el disco, especialmente en la cumbia Hacia delante. O percusiones como la bomba –en realidad, de origen puertorriqueño– en El diablo me va a llevar.
Pero a partir del quinto tema empieza el verdadero viaje. Criança, con la ayuda vocal y compositiva de Castello Branco, nos transporta al Brasil de la bossa nova. Voz de las montañas, sin embargo, a un lugar escondido en la selva de Colombia, en colaboración con el dúo y matrimonio Minuk, compuesto por Alejandra Ortiz (creadora del método La Voz Auténtica, fundadora y directora de Sonido Sana) y el productor de sueco Marcus Markandeya Berg.
De ahí saltamos a la India, cayendo de pie en Siete, uno de los cortes más estimulantes y probablemente el más sincrético de todos: ritmo de cumbia, instrumentos indo-pakistaníes (sitar, interpretado por Julio Vicencio, y flauta bansuri, por Mauricio Vicencio). A continuación, sin abandonar el sitar, ‘Obsidiana’ presenta un entramado de percusiones que bien podría remitirnos a África, configurando otra interesante mezcla de coordenadas culturales. Pero la canción que inequívocamente nos lleva al continente negro es Esu Enia, el corte final: protagonizado por el portugués Márcio Pinto y su balafón, un instrumento de percusión oriundo de Burkina Faso, Mali y Costa de Marfil.
Después hay dos canciones que, de algún modo, se salen de la norma, digamos, etnosónica: Señor de las piedras y Okami. La primera, aunque recurra a instrumentos andinos y ritmos latinos, destaca por su aire clubber y por ciertos elementos del sonido que recuerdan a lo que hace Nicolas Jaar. La segunda, en cambio, es completamente ilocalizable. Se fundamenta en el precioso sonido del vibráfono (interpretado por Juan Posso Cordero), usado tanto en el universo jazz como en infinidad de piezas clásicas a partir de los años 20 del siglo pasado, y que puede conectarnos con las ideas musicales más sutiles y minimalistas de gente como Nils Frahm u Ólafur Arnalds.
En definitiva, Siku es algo más que el álbum de confirmación de la figura musical de Nicola Cruz: es una demostración de fuerza exploradora, de voluntad de experimentación, de amor por lo tradicional y devoción por lo innovador. El manifiesto musical de un artista que ha decidido derribar fronteras sin olvidar sus raíces. Quedaría muy coja nuestra valoración si cayéramos en el epítome “electrónica andina”. Nicola Cruz ya se la ha pasado.