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[Reseña] Mogwai – Atomic

mogwai atomicLa belleza según Mogwai

Sí, Mogwai lo han vuelto a hacer. Ya hemos perdido la cuenta de los discazos que han sacado, a lo largo de una carrera que supera los 20 años, pero está claro que tienen cuerda para rato. Atomic es su última entrega, una reinterpretación de su trabajo para la banda sonora del documental Atomic: Living in Dread and Promise, y el primer álbum que publican como cuarteto tras la marcha de John Cummings; pero los escoceses no solo han logrado mantener intacta con él la esencia de su sonido, sino que también, otra vez, han vuelto a dar un puñetazo de autoridad sobre la escena postrockera internacional. Un álbum profundo, intenso y reservado; pero sobre todo hermoso: con una belleza sugerente y grande, muy grande, casi sobrehumana. Porque aquí, más que nunca, la música de Mogwai parece referirse a todo lo trascendental que nos supera: que acojona, sí, pero que es infinita e inabarcablemente hermoso. Y no se pierden en demasiadas explicaciones sentimentales, simplemente describen y emocionan, de forma natural, sin tirar en exceso de sus famosos cambios de ritmo e intensidad –que los hay–, y dejando la épica para otro tipo de relatos.

Atomic es, posiblemente, el álbum en el que los escoceses mejor administran su incontestable capacidad para producir escalofríos, reduciéndolos casi exclusivamente al perímetro que marcan la inaugural Ether y Tzar, casi al cierre. Más ambiental que progresivo, el post-rock instrumental de Mogwai adquiere aquí galones en la encrucijada del rock espacial con la electrónica, postulándose como una de las bandas referencia para el futuro a ese respecto. Porque saben muy bien a donde van, y recuerdan a la perfección de donde vienen. Solo necesitan recurrir a sus habituales escalas para mantener su esencia intacta: cuatro notas combinadas que huelen, saben y suenan inconfundiblemente a los Mogwai de toda la vida. Por otra parte, aunque en general estas diez canciones resulten a primera vista más lentas y pausadas con respecto a las Glasgow Mega-Snake, San Pedro o las Remurdered de antaño, sigue habiendo en ellas algo imparable: una fuerza devastadora que evoluciona y avanza, en ocasiones a lo largo del beat, y en otras como flotando en galaxias desiertas. Siempre hacia adelante, sin remordimiento alguno, pero sí con cierta desazón.

Cada una de estas diez canciones representa un capítulo brutal del manual de Mogwai sobre la belleza trascendental. Un decálogo de paisajes abrumadores y saturados de magnetismo que arranca con el lento pero esperanzador despertar de Ether, una de esas canciones de Mogwai que desde el principio sabemos que acabarán estallando. El viaje prosigue por la atmósfera viciada de SCRAM a través de un beat que va engordando, y por los páramos interestelares de Bitterness Centrifuge a medida que su eco se hace más monumental y recóndito. Para cuando llegamos a U-235, el que fue primer adelanto, ya nos hemos adaptado al ritmo dilatado y al tipo de espacialidad propuesta: porque, esta vez, las coordenadas de Mogwai resultan más espaciotemporales que estilísticas. Después, el tramo central de Atomic nos coloca en el segmento más alejado de la órbita, con tres canciones que, en cierto modo, suenan más extrañas y exóticas que cualquier otra que hayan firmado los de Glasgow. La perturbadora, aplastante y abrasadora Pripyat, y la dupla Weak ForceLittle Boy, dos temas que dibujan catedrales en la oscuridad del firmamento.

Todo en Atomic es sustancial. No hay momentos de descanso ni lo pausado es excusa para coger carrerilla. Es una galopada continua a diferentes ritmos cansinos, una carrera de fondo hacia una luz que casi nunca llega. Pero donde sí culmina la épica del cambio de métrica es en Tzar, otra de esas maravillosas canciones de Mogwai que acaban estallando. Un quiebro –el de siempre– que, como el que hace Leo Messi, vemos venir desde lejos pero que somos incapaces de frenar. Precedida por la dulce y hermosa Are You a Dancer? –¡qué violín!–, sirve de cierre particular a la obertura de Ether, pero dejando espacio y tiempo para una última mirada al infinito, para un último lamento. El tono grave de Fat Man, como de urgencia no atendida, de drama en ciernes, cierra el álbum con una cadencia majestuosa y con un piano que acaba fundiéndose en la nada después de haber brillado con fuerza. Resulta arriesgado hablar de Atomic como uno de los tres o cuatro mejores trabajos de toda su carrera, que bien podría serlo; pero sin duda alguna pertenece a ese grupo de álbumes que no se olvidan fácilmente: redondo, perfecto y contundente, es el típico motivo por el que amamos con todas nuestras fuerzas a Mogwai.

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