[Reseña] Low – Ones & Sixes
¿Se han preguntado alguna vez por qué pasa y pasa el tiempo y Low siguen molando tanto? Pasan los años, las décadas, llegan nuevos géneros musicales, otros desaparecen o caen en el olvido; cambian nuestros gustos, aborrecemos a antiguas bandas de cabecera y escuchamos estilos de los que antes renegábamos…pero Low siguen ahí, año tras año, disco tras disco, haciendo exactamente lo mismo que ayer y que antes de ayer, y probablemente lo mismo que harán mañana y pasado mañana. Ones & Sixes es nada menos que su undécimo disco en más de veinte años de trayectoria; y, aunque ya sobra decirlo porque es una constante en ellos, los de Duluth demuestran en él que están en plena forma. Y no en plan pico de máxima calidad pasajera juvenil como Foals, sino un ‘plena forma’ en plan nivel estable de excelencia adulta tipo Yo La Tengo. Son una variable fija que no cambia, o que no lo hace de una forma que podamos percibir a simple vista o sin la perspectiva adecuada.
La otra lectura posible es que se trata de una banda que no arriesga nada. Se podría afirmar que su último paso diferente, incluso arrítmico, fue The Great Destroyer, publicado hace ya 10 años. El resto de su discografía responde al mismo patrón de canciones lentas y ceremoniales; y Ones & Sixes no es una excepción. Pero hay que rendirse a la evidencia y admitir que trabajan sobre una fórmula que no se les agota. En primer lugar porque siguen demostrando una asombrosa facilidad para crear himnos; puros, sencillos, limpios y pegadizos. Como una bocanada inmaculada de aire fresco de montaña. Y en segundo lugar porque siguen consiguiendo algo que muy pocos han logrado después de tantos discos: sonar todavía sinceros. Porque su emotividad responde únicamente al mecanismo de sus esquemas, y no van buscando efectismos fuera de sus fronteras. Son, en ese sentido y con toda seguridad, una de las bandas más dogmáticas y fieles a sí mismas de todo el panorama rock independiente.
El distintivo de Ones & Sixes, de todas formas, descansa en el elemento ornamentístico, más acorde con el tipo de producción – heredera de eso que decíamos hace un par de años sobre que James Blake había cambiado las reglas del juego – y el estilo de diseño musical de nuestros días. Frente al poderoso olor a rústico de sus últimos trabajos – más concretamente, de The Invisible Ways –, hay ciertos detalles electrónicos y sintéticos que se alejan de la máxima manufacturada de Low de toda la vida, pero que, introducidos con el atino de Alan Sparhawk, suenan como si hubieran estado ahí desde siempre. Nos referimos, obviamente, a las bases de Gentle e Into You, a la terminación parcheada del golpeo de batería en No Comprende y The Innocents, al eco eléctrico en loop al fondo de Congragation, a los efectos del teclado en Kid in the Corner y DJ; y, en general, a la profusa utilización de los ritmos encajonados. Pequeños cambios, casi imperceptibles, para seguir igual que siempre.
Alguien podría decir metafóricamente que Low empiezan a necesitar maquillaje de producción para disimular las arrugas, pero resulta que en su piel musical todavía no se atisba pliegue alguno. Su sobriedad en el plano aéreo de No Comprende sigue resultando tensa y casi de western – llegado ese cambio de ritmo final –, la ceremonialidad en Lies, incluso más acogedora que nunca, y la profundidad de la herida que abre el inicio de Landslide, tan pasional e hiriente como el amor de un adolescente. También, como siempre, se reservan un punto de fuga móvil que en este caso vive en los rasgueos de mano abierta de No End y en la edulcorada felicidad que emana de What Part of Me. Parece casi imposible, pero de alguna manera siguen haciendo honor a la herencia de la tradición soñadora del pop de los ’60, mezclándolo con una producción posmoderna que no olvida que Low nacieron en un contexto estilístico de post-rock. Nunca fallan.