[Reseña] Joana Serrat – Cross the Verge
Un viaje de ida y vuelta a las raíces
Si hubiéramos registrado el crecimiento artístico de Joana Serrat como hacen los padres con la altura de sus retoños, marcándolo con rotulador y orgullo en las paredes de casa, habríamos llegado ya al delicado y estimulante momento del segundo estirón. Sin embargo, lo de la vigitana no se medirá con una testimonial y distanciada rayita en el gotelé, sino a través de un disco espectacular que está a punto de ver la luz: Cross the Verge, su plan para conquistarnos a todos. Un álbum precioso, suave al tacto y plagado de canciones profundamente carismáticas y con madera de himno. Un álbum para confirmar que estamos ante una artista que, no solo ha interiorizado de manera brillante y absorbente la sonoridad más ancha de la música americana, sino que ha sabido reinterpretarla con un estilo en primera persona que crece sano como las flores silvestres al sol. Joana Serrat ha importado determinados elementos sonoros del folk estadounidense –fundamentalmente del country– para explotarlos de manera efectiva, pero reservándose espacio a sí misma para imponerse como cantautora sin bandera. Un álbum, por tanto, con el que la catalana parece haber completado su viaje de ida y vuelta a las raíces del folk americano.
Cross the Verge se ha cocinado con la ayuda de los mismos músicos que perpetraron con ella Dear Great Canyon, su flamante debut en El Segell del Primavera en 2014: Howard Bilerman a los mandos de la producción, Toni Serrat a la batería, y Gavin Gardiner con esa inconfundible y omnipresente steel guitar. Desde luego, es evidente la mímesis de los tres con el proyecto de la Serrat, que se erige como el prisma invertido a través del cual confluye la aportación de sus célebres acompañantes, dando como resultado un sonido sólido, lozano y sin pliegue alguno. Se perciben los cercos de polvo antiguo, fruto de la costumbre, entre el trotar cansino del ritmo, bajo la sombra arqueada de las acústicas, y en el lento despertar de una steel guitar que ya nos resulta familiar junto a la voz natural de Joana. El disco, además, cuenta con nuevas colaboraciones de altos vuelos: Neil Halstead, de Slowdive, y Ryan Boldt, entre otros, contribuyen con duetos fantásticos a crear esa atmósfera inclusiva, casi de crisol, tan característica del sonido country. La vigitana, por lo que parece, ha cruzado efectivamente un umbral importante.
El álbum arranca con un arpegio de la nebulosa Lonely Heart Reverbe, una tierna obertura sin patria ni denominación de origen restringida. Pero en seguida Saskatoon (Break of Down), un medio tiempo cuyo motor reside en el palmeo abierto de una guitarra, nos define las coordenadas geográficas por las que Serrat se dispone a cabalgar. Con un bordado punteado en el estribillo que es una auténtica delicia. Luego en Cloudy Heart, el tema a dúo con Halstead, se conjuga en perfecta armonía la redondez pop del interior de Joana con las texturas de granero de las cuerdas y el ritmo, postulándose como el primero de los muchos potenciales aciertos mediáticos del álbum. Y es precisamente entre esos dos polos donde habita el exultante y plenamente desarrollado estilo personal de Joana Serrat. Entre las baladas de puesta de sol rural como Flags –¡cómo rompe la eléctrica!– la popera Lover o la intimísima Oh, Winter Come, y los discursos que evocan claramente la amplitud de las grandes llanuras, como Desert Valley, Tug of War y, sobre todo, I Follow You Child, con ese banjo sazonándolo todo. Canciones de planteamiento directo, alejadas de toda complicación, pero que dejan impreso el sello privado de Serrat y el de sus influencias a partes iguales.
El último tramo de Cross the Verge nos reserva, por otra parte, algunos de los mejores pasajes de todo el álbum. Desde el vértice dramático de Black Lake, el emotivo, poderoso y profundo tema con Ryan Boldt, hasta el cariñoso cierre de You Gold Could Be Mine, pasando por la purificadora Cross the Verge y por Solitary Road, un tema que podría haber llegado a Woodstock en el ’69 desde cualquier punto de la América rural. Pero lo verdaderamente estimulante del álbum, en su conjunto, es que mezcla de manera natural y en absoluto pretenciosa la vertiente de autor de Joana Serrat, íntima, personal e intransferible, con otra en la que rinde un sentido homenaje a las raíces sobre las que ha crecido musicalmente hablando. Una herencia cultural que ha adoptado con tremenda modestia, y con la que ha invertido en su propio desarrollo como artista. Ya sabíamos por Dear Great Canyon dónde clavaba su inspiración la vigitana, pero ahora ha quedado claro que su proyección como cantautora va mucho más allá. Lo suficiente como para superar con éxito un vuelo de ida y vuelta.