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[Reseña] Jack White – No Name

A veces hay que darle al pueblo lo que el pueblo quiere. Parece que a esta conclusión han llegado últimamente algunos de los músicos veteranos del rock, probablemente por dos razones distintas e incluso antagónicas: por un lado, a estas alturas de su carrera pueden hacer lo que les apetezca, bien resultar complacientes o completamente subversivos pero, al mismo tiempo, saben que necesitan mantener encendida la llama entre sus fans, sobre todo cuando ves que gran parte de las nuevas generaciones van por otros derroteros. Esta idea parece que se le cruzó últimamente a músicos como Billy Corgan de los Smashing Pumpkins o, con más repercusión, a Jack White – ejemplo de figura clave en el renacimiento moderno de los discos de vinilo- quien tuvo la feliz idea de lanzar un disco sorpresa y regalarlo en exclusiva a compradores desprevenidos en sus locales de Third Man Records.  Curiosamente, y probablemente no fue casualidad, escogió el mismo día en que se cumplían 70 años del lanzamiento del primer single de Elvis. White es un impecable experto de marketing. El disco anónimo recibido por casualidad alimentó el misterio entre los fans, incluso entre los curiosos, que se lanzaron a las redes a escucharlo una vez subido, todo ello con las bendiciones de su responsable.

El efecto del álbum sorpresa- que en otras épocas era más habitual para evitar la entonces maldición de las descargas ilegales– en el caso de White tiene más de novedoso por su sorprendente lanzamiento que por el contenido en sí. Realmente No Name no tiene por sí mismo nada de sofisticado ni de atrevido. De hecho, este ahora oficialmente sexto disco de White recupera la apuesta por la distorsión de Fear of the Dawn de 2022, con estructuras de canciones más directas, riffs contundentes, melodías posiblemente más pegadizas, pero a partes iguales extrañas y creativas. En aquel disco ya anunciaba un giro al blues rock de los White Stripes que había dejado más de lado en sus discos anteriores, más eclécticos y experimentales, como Boardin House Reach o, sobre todo Lazaretto, salvo algunas ráfagas como Over and Over and Over del primero o Three Women y That Black Bat Licorice en el segundo.

De hecho White nunca ha dejado de lado sus raíces, más bien las ha aparcado para proyectos paralelos, sobre todo en sus trabajos con The Raconteurs. White, acompañado por nada más que una sección rítmica y el órgano ocasional, con Bobby Emmett y el baterista de Raconteurs Patrick Keeler, ha completado un disco que encantará a los fans por la ausencia completa de experimentación – menor incluso que en la discografía de los últimos White Stripes – y por ser el más cercano a su catálogo de su celebrada formación, ya que es un trabajo de rock and roll directo con bases punk sólidas, con una mezcla más cruda y lo-fi, inclinándose incluso hacia el hard rock de Led Zeppelin en Bless Yourself. No cabe duda que Jack White, además de mago de marketing, tiene además esta innegable habilidad para escribir riffs fantásticos perfectos para cada estribillo, y en 42 minutos y 14 canciones de rock eufórico, gran parte de ellas aparentemente grabadas en vivo, parece decirnos, de alguna forma arrogante, que, a pesar de su afán continuamente innovador, puede regresar a la fórmula cuando y como le plazca, y además hacerlo realmente bien.

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