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[Reseña] C Duncan – The Midnight Sun

c-duncnPerfecto silencio

La verdad es que intimida un poco evaluar el disco nuevo de un tío que se ha sacado el título de composición musical en la Royal Conservatoire of Scotland y que, además, fue candidato con el primero al prestigioso Mercury Music Prize británico. El joven Cristopher Duncan tiene las credenciales, eso está claro; pero también tiene talento y tiene madera de artista grande en ciernes, aunque su modestia y sigilo hicieran que casi nos pasase desapercibido con Architect, su álbum de debut, publicado hace tan solo quince meses. No contento con la poca trascendencia lograda gracias a ese primer trabajo, el músico de Glasgow, nacido hace 27 años, se ha apresurado en confirmar todas las buenas expectativas que suscitó, en quien tuviera el acierto de conocerle ya, con un disco impecable de dream pop independiente, susurrante y de corte discreto. Un álbum que merecía la pena revisar una y otra vez hasta el pasado viernes, día en el que C. Duncan ha lanzado al mercado su nuevo trabajo: The Midnight Sun, la materialización de un secreto a voces.

Lo primero que llama la atención del nuevo disco del artista escocés, ya a primera vista, es la homogeneización de sus texturas. Duncan ha cubierto todas sus composiciones con el mismo manto de teclado, confortable y calentito, por lo que la imagen global del álbum nos resulta aun más compacta y apacible que la de su primera obra. En segundo lugar destaca el sutil desplazamiento de sus coordenadas estilísticas hacia terrenos donde antaño reinó el chillwave, esa especie de subgénero pasajero, mezcla entre el downtempo y el pop alternativo, entre el indie y el ambient, que hace unos años pasó a mejor vida. Duncan lo ha resucitado, le ha otorgado un sentido estético nuevo, más derivado de la pulcritud llevada al extremo que del componente electrónico, y lo ha encajado delicadamente en sus líneas melódicas, en sus ritmos aterciopelados y en sus estructuras evasivas. Así pues, esta acertada adopción de estilo ha dado como resultado un The Midnight Sun cuya atmósfera recuerda a la de un viaje lisérgico y reparador por un estrato del cielo por el que no pasa el tiempo. Quedan avisados: es un sueño del que jode despertar.

En realidad, ni siquiera parece necesario desfragmentar los 43 minutos que dura el viaje en las 11 canciones: es un todo fluido y cadencioso que no presenta fisuras de ningún tipo. Saltamos de una escena onírica a otra sin apenas retener en la memoria el paso por la anterior, flotando entre las mullidas capas de teclado, que nos llevan en volandas, el trotar elegante y cauto de una batería mínima, y el susurro casi celestial del vocalista y de sus coros. Hay algo recurrente, además, en las líneas melódicas de las canciones, como si formaran parte de un discurso mayor que solo vislumbraremos si nublamos la vista o si nos alejamos hasta tener otra perspectiva. En cualquier caso, ya que insisten, podemos diferenciar y seguir una senda vertebradora del discurso de Duncan en base a los arreglos electrónicos y orgánicos que abundan en el álbum, desde el motorcillo sintético –al estilo Still Corners– de Nothing More, pasando por el goteo acristalado de Like You Do, el piano engalanado de Other Side o el sinte vibrante de Wanted To Want It Too, hasta el teclado clasicista y crepuscular de Window, el corte final.

Siguiendo esa línea –o truco nemotécnico– encontraremos en Who Lost el cuadro rítmico más recargado del álbum, sosteniendo, eso sí, las mismas vaporosas y ultra limpias estructuras melódicas. Y en On Course y The Midnight Sun ese sinte creciente que nos ha hecho de guía ya anteriormente: el empedrado suelo que hay bajo nuestros pies, nos demos cuenta de ello o no, que se manifiesta también, más sutilmente aun, en Last to Leave. Por último, llama la atención el aire artesanal de Do I Hear?, conferido por la presencia desnuda de la guitarra acústica –casi la única vez en todo el disco –, y el fraseo sideral – muy Pram – de Jupiter, ya en la recta final. Pero lo verdaderamente importante de The Midnight Sun no radica en las diferencias que podamos hallar entre sus canciones, sino el bloque resultante: ese impoluto y perfecto silencio hecho música. Lo malo, ya se habrán dado cuenta, es que haciendo tan poco ruido es fácil que C Duncan vuelva a pasar desapercibido. El hombre seguirá firmando canciones redondas y absolutamente cohesionadas en hermosos discos, pero antes o después tendrá que dar un golpetazo encima de la mesa. Al menos nos pillará con los deberes hechos.

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