[Reseña] Better Oblivion Community Center – Better Oblivion Community Center
La “opción Dylan Thomas”, o una elegante y drástica manera de decir “que os den por culo a todos”
Sin avisos mediáticos ni más pistas previas que una colaboración de Conor Oberst en el álbum de debut de Phoebe Bridgers en 2017, el músico de Nebraska –líder de Bright Eyes, inactivos desde 2011– y la autora californiana han montado de la nada un disco redondo, Better Oblivion Community Center, que también funciona como centro de bienestar ficticio en el que han volcado sus respectivas mierdas interiores de manera conjunta.
En ese sentido, más allá de lo musical, parece evidente que ambos coinciden en una visión parecida de la vida, del amor, de la política, de la industria musical y del valor social de la obra del artista, por mencionar algunos de los interesantes temas que salen a colación. Más allá de un estilo concreto y emparentado que también comparten a la hora de expresarse, Bridgers y Oberst parecen coincidir en un cierto hartazgo existencial a caballo entre lo personal/sentimental y lo social/profesional. Recurriendo al ejemplo del célebre poeta maldito Dylan Thomas –quien supuestamente se quitó la vida bebiendo, harto de un mundo hipócrita–, definen concienzudamente la opción vital de la rendición: si no puedes disimular tu conciencia humana, subyugarte a lo que la sociedad de consumo establece como normal y camuflarte en una sonrisa falsa, solo te queda hundirte en lo que esta sociedad podrida ha establecido como locura. O, en el peor de los casos, suicidarte.
Esta desoladora idea abre el disco de manera increíble y paradójicamente esperanzadora con Didn’t Know What I Was in For: un precioso y catártico alegato de trote folk para que no olvidemos a los refugiados y a los desfavorecidos. En ella también se esboza la cuestión crucial de la conciencia social en clave artística: ¿tiene sentido hacer arte comprometido? ¿Acaso una canción puede salvar vidas? ¿O sentir orgullo y satisfacción por hacerla no es más que otra forma de ser hipócrita, de acallar la conciencia con el raquítico y autocomplaciente discurso de “al menos yo hice algo, hice lo que pude”? El caso es que Bridgers y Oberst coinciden en la visión del comportamiento general insensibilizado y materialista de la sociedad como una poderosa corriente mayoritaria que puede arrastrarte o convertirte en loco si osas luchar con ella. Pero no parecen dispuesto a renunciar a “hacer lo que puedan”.
Porque, si bien el disco parece rodeado de negatividad, atalayado y atrincherado, todo él pivota sobre un concepto simple como contrapunto a la rendición: aguantar. Aguantar el tirón, pedir ayuda, buscar consuelo y confort en la comunidad. En Dylan Thomas, una lúcida, esperanzadora y muy americana pieza de folk que trota a lomos de la razón, está una de las claves. En la incisiva crítica que es esta canción a la política de confeti y de enormes pancartas, a las mentiras de Trump y a las de sus voceros mediáticos, está el brote de la esperanza, de la confianza en un futuro mejor: “There’s flowers in the rubble / The weeds are gonna tumble”. Aunque la “opción Dylan Thomas” les siga pareciendo tentadora.
Hay que aguantar, como sea. “Say what you mean and say it now / Don’t state your name, that doesn’t count”, aconseja Oberst a quienes no pueden más, tras confesar no haber podido ayudar a su hermano Matthew –quien se suicidó en 2016 a los 42 años– en la devastadora aunque cálida Service Road.
Desde esta particular óptica general, también hablan de ese remolino de pensamientos circulares que culminan cuando te das cuenta (tras una ruptura) que no estás tan mal con lo que has perdido («To find out I’m fine with what I’ve lost»), en la liberadora Sleepwalkin’, de la relación de amor-odio con la ciudad de Los Ángeles en la fibrosa My City, de la dicotomía entre misantropía y necesidad de conexión en la excepcional (por la textura sintetizada) Exception to the Rule o del increíble poder paralizador del amor en la nebulosa y visceral Big Black Heart (“You stopped in the middle of the street just to kiss me / And I thought you’d stopped the world”). Y, en clave más acústica, del engañoso pero romántico mundillo del business show en Chesapeake, del luto por un ser querido en Forest Lawn, o del sino autodestructivo del artista en Dominos, la cover de Taylor Hollingsworth.
Pero Better Oblivion Community Center, además de una música limpia y honesta, nos deja sobre todo esa brillante aunque pequeña esperanza entre tanta oscuridad. Es una lucecita encendida en la era Trump: un clavito ardiendo que nos invita a comunicarnos, a unirnos, a aguantar y a confiar en plantar las semillas adecuadas para que en el futuro vuelvan a brotar las flores. No hagamos como Dylan Thomas. No nos rindamos.