[Reseña] Angel Olsen – My Woman
El estirón
Hay un momento en la vida de todo adolescente en el que protagoniza un importante cambiazo. Crecen de golpe medio metro, sus caras se alargan y se llenan de acné e incipientes barbas –siempre y cuando no sean féminas–, y hasta transforman sus tonos infantiles en voces de adulto. En algunas ocasiones, incluso, ni sus tíos más avispados les reconocen a primera vista. Algo así, en lo simbólico, ha pasado con Angel Olsen. La joven cantautora norteamericana, a pocos meses de cumplir los 30 años, acaba de publicar su tercer álbum y, por el salto de calidad que éste ha significado, da la sensación de haber dado ahora, en la pubertad de su carrera, el definitivo estirón artístico. My Woman es un disco rico, maduro y sorprendente, fiel al estilo de siempre de su creadora, pero con importantes avances en materia lírica y compositiva. Un disco con el que Olsen puede haberse ganado el ascenso a primera división. Y no es que sus dos anteriores trabajos, y en especial el último, Burn Your Fire for No Witness, fueran poca cosa, pero si los vemos a contraluz frente a My Woman resultará evidente que éste va mucho más allá en prácticamente todos los aspectos posibles.
Lo primero que llama la atención es la escrupulosa partición del disco en dos mitades claramente marcadas. El álbum, que trata de las relaciones de pareja, de las dificultades de encaje entre dos personas y, sobre todo, de la dialéctica entre amar y desamar, entre luchar por el amor o renunciar, entre el enganche y la independencia, se presenta dividido en dos partes: los primeros cinco temas, bélicos y guitarreros, como si tradujeran musicalmente dicha batalla dialéctica; y los cinco últimos, sosegados, más preciosistas e instrumentalmente más delicados, que parecen ser el fruto del desenganche más que de la sumisión. “When I’ll take all of it don’t want to leave it behind / I take a love with it face all the real in my mind”, en Those Were the Days, parece enunciar la fórmula la paz interior para Olsen. Pero más allá de la estructura general, es en el apartado lírico y en la vestimenta instrumental y rítmica donde el planteamiento conceptual del álbum queda más al descubierto. En temas peleones donde contrapone la fidelidad, el futuro y las complicaciones de la vida en pareja a la libertad de movimientos amorosos, así como en piezas más pausadas donde reinan la calma y la sensación de que los roces, los buenos y los malos, para bien o para mal, por fin han terminado.
“Baby, don’t forget, don’t forget it’s our song / I’ll be the thing that lives in the dream when it’s gone”, concluye en la nostálgica y fantasmal Pops, tema que cierra el álbum. Aquí, envuelta en un solitario piano que gana protagonismo solo en las últimas pistas, Olsen reconoce que ya no se trata del estimulante y agitado juego del principio, ejemplificado a la perfección en la revoltosa Shut Up Kiss Me; un juego que, llevado al extremo, puede resultar tan divertido como doloroso. Un juego, en definitiva, cuyo objetivo describe sin tapujos en “Not Gonna Kill You: It’s not gonna kill you, it’s not gonna kill you / It’s not gonna break you, it’s just gonna shake you / Shake you alive”,, justo en el punto de inflexión del álbum. Tanto en estas dos últimas como en la fresquísima Never Be Mine, con aires de country y de rock clásico, y en la cañera Give It Up, Olsen muestra su lado más guerrero, apoyando su reforzada voz en una guitarra sin apenas maquillaje y en una batería básica, conformando un sonido directo y bastante inmediato. El sonido de la Olsen que ya conocíamos.
Sin embargo, algo cambia tras el punto de inflexión mencionado anteriormente. Acaba Not Gonna Kill You a gritos, desahogándose de toda dialéctica, y a partir de ahí se abre un horizonte y un ritmo nuevo dentro del mismo disco. El tono de balada de Heart Shaped Face abre el camino de la aceptación –“And I’m learning how to walk away”–, y entre fórmula y fórmula de desenganche Olsen nos termina hablando de la seguridad y fidelidad del amor fraternal en Sister–“Know it’s forever / Show me the future / Tell me you’ll be there”–, una maravillosa y larga canción que despega –como el piano– a los cinco minutos, y de su plenitud como mujer en Woman, una pieza elegante y sosegada, pero lo suficientemente pasional como para que también aquí se rompa el pecho hacia el minuto cuatro. Sin olvidarnos, justo entre estas dos últimas, del registro casi jazzístico de Those Were the Days, otro ejemplo de cómo acepta mejor el desenganche que la sumisión: “He already song in my own. / All in my own”. En resumen, tanto el lenguaje musical como el mensaje de Angel Olsen en My Woman están, con toda certeza, muy por encima de lo que había hecho hasta ahora. La norteamericana ha crecido de golpe, y esta es su nueva carta de presentación. Una joya que pone en valor el concepto de evolución.