París, bajos fondos
El cine nos lo ha mostrado miles de veces y por eso sabemos que es verdad: hay mujeres que vuelven locos a los hombres. A todos. Locura, pasión sin freno, de consecuencias siempre devastadoras y a menudo letales. Un material de primera para un director de cine. Lo hemos visto miles de veces en la gran pantalla; en pantallas de todos los tamaños en realidad. Lo hemos visto y lo hemos leído, en obras maestras de la literatura o en modestas crónicas arrinconadas en las páginas del periódico. Una de estas últimas muestras, un hecho real, está en el origen de París, bajos fondos. Y aunque, de algún modo, todos imaginen ya lo que ocurre en la película, permítanme un breve apunte de la trama para poder profundizar más tarde: Marie, una prostituta del París de comienzos del siglo XX, lleva una relajada vida como la chica de Roland, un matón local de poca monta. Su existencia se complica, sin embargo, cuando se enamora de Georges Manda, un sencillo carpintero de pasado un tanto oscuro. Al inevitable enfrentamiento entre Georges y Roland hay que sumar el escollo que supone el líder de la banda, el gángster Félix Leca, que también ama a Marie y está dispuesto a todo para conseguirla. El final de la historia reserva un lugar principal para la previsible tragedia, al tiempo que confirma que estamos ante una película monumental.
Rodada por Jacques Becker en 1951, mientras André Bazin fundaba Cahiers du Cinéma, la importancia de París, bajos fondos no ha disminuido con el paso del tiempo. Poco importa que el Realismo poético, que había dado su obra cumbre con Los niños del paraíso de Marcel Carné en 1945, estuviera a las puertas de su desaparición. Era un estilo condenado, tanto por los nuevos tiempos que se vivían en el país galo como por las ansias de modernidad que la futura Nouvelle Vague demostraba desde las páginas de la citada revista, pero que aún podía engendrar joyas como ésta. Al final, como en todas las revoluciones, se acaba perdiendo tanto lo bueno como lo malo de los tiempos antiguos, lo que provocó que en apenas unos años una película como París, bajos fondos resultara inconcebible en el cine francés de Godard, Truffaut y demás “jóvenes turcos”. Por fortuna, tras el ruido y la furia, las grandes obras (casi siempre) mantienen el lugar que les corresponde. En el caso que nos ocupa, muy alto gracias, sobre todo, al talento de Jacques Becker, director que trabajó estrechamente con Jean Renoir y padre de una filmografía exigua en número pero grande en resultados. Además de París, bajos fondos, Becker es hoy conocido por sus dramas de la década de los cincuenta -entre otros, Calle de la Estrapada o Los amantes de Montparnasse-, así como por la extraordinaria cinta que puso fin a su carrera en 1960, La evasión, uno de los mejores ejemplos de cine sobre cárceles, fugas y demás complementos habituales.
Con igual categoría destaca, por su parte, el reparto. La rubia prostituta del título original francés (casque d’or, casco dorado) está interpretrada por Simone Signoret, fabulosa actriz que trabajó asiduamente en Europa y que hizo alguna incursión en el cine estadounidense, destacando entre sus trabajos Un lugar en la cumbre, por la que obtuvo un Oscar en 1960, o su interpretación de la malévola Nicole en Las diabólicas, la obra maestra del suspense de Clouzot. Marie es una mujer bella, con mucho carácter, que no se siente propiedad de ningún hombre a pesar de la licenciosa vida que lleva, y que aspira a la felicidad. Un personaje a medio camino entre las heroínas de la literatura romántica y la femme fatale más recurrente del cine negro. Por otro lado, Serge Reggiani es el enamorado arrastrado al crimen por la pasión, un hombre que trata de rehacer su vida tras pasar por la cárcel pero que conoce a Marie en el peor momento. Abandonada toda esperanza de normalidad -rechaza un cómodo matrimonio con la hija de su jefe-, se lanza en los brazos de Marie despreciando todo cuanto pueda ocurrir. Los pocos días que ambos viven alejados de los demás, en un pueblo a las afueras de París, son los únicos momentos de felicidad que comparten. Y esta situación depara algunas de las mejores escenas del film, como la bucólica aparición de Marie por el río, el desayuno del día siguiente o la emotiva escena de la iglesia; imágenes con la belleza serena de un cuadro costumbrista. Mas nada dura lo suficiente y la fatalidad alcanza a los enamorados cuando el plan del gángster Leca se pone en marcha, obligando a Georges a escoger entre el amor hacia Marie y la lealtad a un amigo. Un carrusel de emociones que acaba en un amargo pero memorable final, que consigue que el festivo comienzo de la película, apenas hora y media antes, nos parezca ahora un lejano sueño del que desearíamos no haber despertado nunca.
Antonio Camero
Casque d’Or, Francia, 1952
Director: Jacques Becker; Guión: Jacques Becker y Jacques Companéez; Fotografía: Robert Le Febvre; Música: Georges Van Parys; Intérpretes: Simone Signoret (Marie), Serge Reggiani (Georges Manda), Raymond Bussières (Raymond), Claude Dauphin (Félix Leca).
Es curioso que es una película que pretende ser romántica pero le es imposible porque está rodeada de violencia en todo momento. Es curioso el contraste.