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Nacho Vegas – El Manifiesto Desastre

Tras Desaparezca Aquí (Limbo Starr, 2005), Nacho Vegas se hizo más visible que nunca. Comenzó lo que sería una extensa ronda de colaboraciones junto a Enrique Bunbury en un disco doble, El Tiempo de las Cerezas (Capitol, 2006), que podríamos tachar de irregular pese a los grandes momentos que albergaba. Con Christina Rosenvinge editó Verano Fatal (Limbo Starr, 2007), siete canciones que los acercó artística y personalmente y cuyos resultados dieron lugar a todo tipo de opiniones. A comienzos del año pasado veía la luz Lucas 15 (Lloria Discos, 2008), un proyecto que llevaba largo tiempo preparando junto a Xel Pereda y otros músicos. El objetivo del álbum, que saldaron con un notable más que alto, era el de dar a conocer algunas piezas del cancionero asturiano pero disfrazadas de folk y rock. Ya durante el verano se grabó este Manifiesto Desastre (Limbo Starr, 2008) tan esperado por la parroquia indie, especialmente por aquellos que, estúpidamente, ven en esto de las colaboraciones algo pernicioso y contaminante. Y es que a primera vista uno bien puede tener sus reservas (no es mi caso), pero viendo los resultados cualquier unión de cara al futuro será, cuanto menos, interesante y esperada.

El álbum, grabado en el estudio de Paco Loco en el Puerto de Santa María (Cádiz) y mezclado por John Agnello, cuenta con la participación de los músicos que aparecían en Lucas 15, es decir, Xel Pereda (guitarras, banjo), Manu Molina (batería y percusiones), Luis Rodríguez (bajo) y la incorporación de Abraham Boba (piano y órgano). Este último instrumento obtiene un mayor protagonismo que en anteriores trabajos del asturiano, con una presencia muy bien aprovechada en prácticamente todos los temas del disco. El Manifiesto Desastre continúa la línea de Desaparezca Aquí; un hipotético índice nos anunciaría apuntes sobre la muerte, el amor, los pequeños placeres o las situaciones más sórdidas y encantadoras. Termina por notarse una cierta madurez artística, aunque no nos guste la palabra, que se aprecia claramente a la hora de afrontar temas como El tercer día, donde la oscura angustia de su protagonista se ve reforzada por la dura interpretación del asturiano (la parte final acojona y sorprende a partes iguales). Y, pese a que en un principio pueda no parecerlo, encontramos más luz en los textos y en la sonoridad de los nuevos temas.

Canciones como Dry Martini S.A. (sólo él podía ver algo más en esas iniciales), Detener el tiempo (sucesora de El cazador) o Crujidos (con percusión de aires flamencos y la utilización del theremin) entran fácilmente gracias a estribillos memorables, ganchos sónicos de alto calado y versos que, para bien o para mal, llegarán a escucharse con una sonrisa en la boca (me estoy acordando de cosas como “y crecí en vano de desentrañar / todo lo que el miedo esconde / y yo me hundía en el Blonde on Blonde” o “siempre nos quedará / menos mal / Dry Martini, sexo anal”). Sin embargo, uno de los puntos álgidos del disco llega con la parte final de Crujidos, en donde Nacho Vegas, o su personaje, nos revela que, pese a esta noche tan negra, interminable y particular en la que vivimos, “esto no es tan trágico / esto no es un drama, no / te diré mil cosas por las que llorar».

Entre los momentos que causan mayor indiferencia podríamos citar Nuevas mañanas (bonita adaptación del Anyhow I love you de Guy Clarke) y, sobre todo, En lugar del amor (ranchera que mezcla a José Alfredo y algún verso de Pessoa) y Lole y Bolan, dos caprichos que bien podían haber sido incluidos en esos discos de formato reducido a los que tan bien nos tiene acostumbrado el asturiano. No son malos temas, pero entorpecen la brillante unidad de un álbum que bebe de ella. La voz de Christina Rosenvinge asoma en muchos tramos de El Manifiesto Desastre, como Junior Suite o Mondúber, piezas ambas que crecen con las escuchas para quedarse finalmente entre lo más selecto del álbum. Antes de llegar al final del disco aparecen, separadas desafortunadamente por la ya citada En lugar del amor, Un desastre manifiesto (de tintes kafkianos) y Morir o matar, durísimo relato donde los elementos que pudimos leer en aquel índice ficticio se dan la mano (y la espalda) para conformar un bello torrente emocional.

Para conluir podemos decir que no es el mejor trabajo de Nacho Vegas, pero tampoco veo acertado colgarle la etiqueta de “disco menor”. Pese a esos dos o tres momentos que desafinan dentro del conjunto, El Manifiesto Desastre se revela como la continuación natural de sus anteriores trabajos y, lo más importante, invita a seguir brindando con canciones llenas de amor y crueldad.

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