Michael Shelley – Goodbye cheater
Michael Shelley es un neoyorquino que se dedica, básicamente, a hacer buenas canciones. Poco más hay que decir a bote pronto de este cantautor norteamericano, o poco más que mereciera la pena destacar. Porque lo realmente importante de este Goodbye cheater (RockIndiana, 2006), es que está repleto de buenas canciones que aúnan la tradición del country-rock norteamericano con la del pop británico más clásico.
La principal virtud de Shelley es su capacidad para hacer canciones de aparente sencillez, sin rodeos ni vueltas innecesarias: las catorce que componen el disco (realmente doce, pues Goofball es una introducción del siguiente corte, Hurry on up and fall in love, y Ha ha ha ha ha, que cierra el álbum, es en realidad un epílogo instrumental) duran poco más de media hora. Con esto, el neoyorquino demuestra que el tamaño no importa y que, con perdón de la expresión, “mejor pequeñita y juguetona que grande y morcillona”. Al menos así queda patente con el minuto y medio de Move along o el minuto y cuarenta y ocho segundos de Where did I go wrong?
Hay que destacar los afilados riffs de guitarra, ya sea en líneas de acentuado estilo country (la citada Hurry on up and fall in love), con un marcado ritmo a contra tiempo (como en Suddenly free) o marcándolo estrictamente (Out). Siempre acompañados de unos teclados que aparecen y desaparecen en justa medida, al igual que sucede con la pedal steel (algo que se agradece, puesto que normalmente se tiende a abusar de esta última).
Para los que gusten de comparaciones y referencias, podríamos decir que en canciones como I’ve been trying (en la que Laura Cantrell aporta su preciosa voz), Michael Shelley se acerca al californiano Bart Davenport, o que la ya mencionada Ha ha ha ha ha parece un homenaje a Chet Atkins. Y, en general, podríamos decir que casi todas las canciones dejan ese buqué a canciones “de ayer, de hoy y de siempre”, que diría mi amigo Kiko, que consiguen grupos como Big Star o Bronco Bullfrog, cada uno a su manera, claro.
No puedo terminar de hablar de Goodbye cheater sin recomendar The leaves fall off the trees, la excepción que confirma la regla (con casi cinco minutos, es la pieza más larga del CD) y esperar que no le pase como al Orange and green and yellow and near (RockIndiana, 2002) de Cloud Eleven, otra de las joyas del catálogo de la discográfica madrileña, que en su momento (y todavía) pasó prácticamente desapercibido.