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Mark Knopfler – Shangri-La

Cuarto trabajo en solitario de Mark Knopfler, grabado y editado en Malibú en el estudio Shangri-La, con Richard Bennett a la guitarra, Jim Cox y Guy Fletcher al órgano y al piano, Chad Cromwell en la batería y Glen Worf al bajo. El álbum se mueve por pasajes bastantes tranquilos y más rockeros que sus anteriores obras desde que dejara el proyecto Dire Straits.

Aquí nos deja una muy entretenida colección de temas tipo folk/blues o vintage, en la línea musical americana cercana a los años 60, ya utilizada en discos como The ragpicker’s dream o Golden heart. Está muy lejos de la creatividad demostrada bajo el manto de Dire Straits y por supuesto no es su mejor trabajo, pero de forma disfrutable y amena, la obra consigue defenderse con bastantes buenas canciones. Con un tempo de la guitarra eléctrica muy agradable en cada pieza y sin adornos excesivos; aunque use como siempre fórmulas ya conocidas y machacadas bajo su peculiar estilo con la guitarra, aquí deja a un lado los solos largos. Letras trágicas como en 5:15 a.m. o cómicas como en Don’t crash the ambulance demuestran que Knopfler actualmente se decanta más por ser un storyteller que un buscador de la melodía perfecta. Además, usa su voz mucho más susurrante que en anteriores obras, como un elemento más del entramado final de cada uno de los temas. Hay que reconocer que, sin ser un cantante virtuoso, tiene una voz muy interesante.

Everybody pays, es el corte que más me ha gustado tras escuchar este disco, y aunque sea inevitable que dependiendo del oyente existan otros temas favoritos, el álbum es muy homogéneo en cuanto a composición y para nada desmerecen maravillas como la ya mencionada 5:15 a.m., Sucker row, The trawlerman’s song, Donegan’s gone, o la preciosa y espléndida Back to Tupelo. Todas ellas son baladas suaves, que es lo más característico del disco. También hay que destacar Postcards from Paraguay, una curiosa mezcla con el sonido sudamericano.

Boom like that es una canción aparte, estupenda, quizá sea la preferida por todos, pero realmente está fuera de la línea marcada por el conjunto de la obra. Es un tema compuesto a posteriori y seguramente obligado para hacer de enganche a sus fans. Tenemos cientos de casos similares, como por ejemplo en los trabajos en solitario de Richard Ashcroft. Uno se compra el álbum tras escuchar el «tema-anzuelo» y luego descubre que el resto de la obra poco o nada tienen que ver. Y me pregunto: ¿para qué hacer uso de estos reclamos? Un músico que ha vendido la friolera de 110 millones de discos por todo el mundo no necesita de los mismos.

A muchos Shangri-La les parecerá un disco previsible y fácil. Lo primero quizá sea bastante cierto aunque en su defensa diremos que no podemos hablar de que Knopfler imite a nadie, simplemente hace su música, pero de fácil no tiene nada. Para ello uno no tiene más que escuchar las decenas de discos de nuevas bandas pop-rock-punk y demás, que aparecen cada año en el Reino Unido o EEUU, que no suelen tener ninguna identidad propia. La mayoría de ellas y sus respectivos discos, siempre etiquetados curiosamente como indies, demuestran que álbums como Shangri-La están por encima de la media.

Uno quizá echa en falta su vuelta a los sonidos evocados por sus islas británicas con sólo dos guitarras, un bajo y una batería, como en la época de Communique. Pero esos eran otros tiempos, los de David Knopfler, John Illsley y Pick Withers.

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