Laura Veirs – July flame
Laura Veirs resumía recientemente cómo había sido el proceso de creación de su nuevo trabajo: durante el pasado año padeció una crisis creativa, de tal forma que no paraba de componer canciones, una tras otra, que se le antojaban insustanciales. Fue entonces, cuando el flujo se detuvo, al igual que el petróleo en un yacimiento, cuando comenzaron a emanar incesantemente las canciones de este disco.
Esta argumentación, tal vez un poco adornada, es sin embargo una buena explicación de por qué el séptimo disco de la cantante afincada en Portland constituye su álbum más completo y seguramente el mejor de su carrera. El propio Colin Meloy –líder de The Decemberists y uno de los colaboradores del álbum- ha dicho del disco que nos encontramos ante uno de los mejores de 2010. Tal vez sea una opinión precipitada, pero no necesariamente desencaminada. A ello puede haber contribuido la deserción de la artista de una gran compañía como es Nonesuch Records, para editar este nuevo trabajo con toda libertad a través de su propio sello, Raven Marching Band Records.
Laura Veirs denomina el disco «summer night album«, y en sus letras echa mano de conceptos antagónicos (noche y día, amor y guerra) para poder al final concluir, contagiada de ese optimismo estival, que no siempre los bruscos cambios que surgen en nuestra vida dependen de nuestras propias acciones. Con esas referencias, que nos sitúan en la composición a medio camino entre Suzanne Vega y Neko Case, en el disco fluyen con elegancia colaboraciones vocales especiales, como la de Yim Yames de My Morning Jacket (en I can see your tracks, que abre el disco, sobre el que la artista señala que “esos coros de cowboy solitario añaden los matices que quería para la canción”). Para terminar de pulir esas perfectas interpretaciones corales (Silo song o July flame, una de las más destacadas) y los arreglos de cuerda de Stephen Barber (Sleeper in the valley), adornados de florituras al violín del habitual Eyvind Kang, ha sido imprescindible la labor del productor Tucker Martine. En definitiva, un disco que, desde los primeros acordes de guitarra del inicio hasta el mano a mano final de piano, violín y guimbarda en Make something good, merece una escucha detenida.
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