Cine, Tv y Teatro

La película de la semana: Licorice Pizza

Se estrena una de las películas más esperadas de la temporada, también flamante candidata a cinco premios Oscar, incluído al de mejor película.

Licorice Pizza, llamada así por la cadena de tiendas de discos del Sur de California a finales de los 70 y los 80 sigue al precoz Gary Valentine -interpretado por Cooper Hoffman, el hijo del actor Philip Seymour Hoffman- de 15 años y a la aturdida Alana Kane –interpretada por Alana Haim de la banda de rock Haim en sus respectivos viajes entrelazados en los suburbios estadounidenses. El origen del nombre de aquella popular cadena de discos venía de una columna de noticias breves de 1959 que citaba a Bob Hope bromeando sobre que uno de sus álbumes se vendió bien en Nápoles “porque los habitantes de allí creen que es una pizza de regaliz”.  Fundada en 1969, la cadena Licorice Pizza se convirtió en un elemento fijo de Los Ángeles a principios de los años 70, comenzó a alquilar películas con gran éxito en 1983, pero en 1986 había llegado a su fin. La cinta, sin embargo- puede despistar con el título- está más bien inspirada y basada libremente en la vida de Gary Goetsmen, joven actor y amigo del director, Paul Thomas Anderson. Licorice Pizza es además el noveno largometraje de Anderson y el quinto que se desarrolla principalmente en el Valle de San Fernando de California, donde ha pasado la mayor parte de su vida. De hecho su debut Boogie Nights de 1997 narraba el ascenso de una estrella en la Edad de Oro de la pornografía de la década de 1970 hasta su caída durante los excesos de la década de 1980. Su regreso a los 70 llegó con Inherent Vice, película policíaca basada en la novela de 2009 de Thomas Pynchon, que seguía a Larry «Doc» Sportello, un drogadicto, hippie e investigador privado bien intencionado pero inepto, que se ve envuelto en el inframundo criminal de Los Ángeles de 1970.

El coming-of-age es un género muy habitual en el cine estadounidense, y, al igual que sus protagonistas, ha crecido robusto– buscando nuevos horizontes y perspectivas más allá de la comedia- hasta llegar a una madurez espléndida en los últimos años, desde sus primeros ejemplos con Rebeldes sin causa (1956) a El graduado (1967) pasando por American Graffiti (1971), The Last Picture Show (1971), Rebeldes (1983), The Breakfast Club (1985), El Club de los Poetas Muertos (1989) o Movida del 76 (1993), para comenzar en el nuevo siglo con Donnie Darko o Ghost World (2001). Buena prueba de la plenitud del género- casi siempre emparentado con la dramedia o comedia dramática- es la cinta ganadora a mejor película Moonlighting (2016) pero, también en tiempos recientes, Boyhood (2014), Moonrise Kingdom (2012), An Education (2009), Juno (2007) o Lady Bird (2018).

De las diez nominadas en la categoría de mejor película por la Academia, Liccorice Pizza es una de las que más unanimidad ha concentradodo. Para TimeOut «este palimpsesto del Valle de San Fernando es tan alegre y burbujeante que prácticamente sale flotando de la pantalla. Es el vértigo lo que te atrapa en la última joya californiana, y la vertiginosa sensación de posibilidad e inocencia. Me dejó tocado». Según Los Angeles Times «Con Licorice Pizza [Anderson] ha examinado una neblina de cuentos salvajemente embellecidos y recuerdos medio olvidados, y ha ensamblado algo que se siente más concreto, más doloroso y tangiblemente real que casi cualquier película estadounidense de este año». Y para The Telegraph «en un mundo de contenido ordenado algorítmicamente, la novena película de Anderson, y la primera desde Phantom Thread de 2017, es irresistiblemente difícil de precisar: tendrías que retroceder unos 50 años, como Shampoo de Hal Ashby o The Last Picture Show de Peter Bogdanovich para encontrar otra que funcione con un mecanismo de relojería similar». Según Entertainment Weekly «es una carta de amor a una época, y más que eso, un sentimiento: un paseo tierno y divertido forjado en toda la esperanza y el absurdo de la adolescencia». Para The Observer «Como todas las mejores evocaciones de tiempos pasados, Licorice Pizza no tiene respuestas, solo una embelesada sensación de asombro que hace que la alegre película de Anderson se sienta como un recuerdo muy personal» .

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