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Invictus

invictus_2009Nunca me gustó el rugby. Claro que este deporte -que se acostumbra a decir de hooligans, jugado por caballeros- no es sino una de las muchas cosas que no son de mi agrado en este mundo. Pero si uno se dispone a ver una película en la que se narra la participación de una selección de rugby en un campeonato internacional, puede ser algo a tener en cuenta. No obstante, si con la misma cinta creo que conoceré más o mejor una parte de la historia y a sus protagonistas, la balanza se inclina irremediablemente hacia el lado de lo expuesto en último lugar. Tales eran mis pensamientos antes de acercarme al último film de Clint Eastwood, director del que siempre espero lo mejor. Y sin embargo, debo confesar que tras dar cumplida cuenta de Invictus me encuentro un tanto confuso: no es la gran película que podía haber sido, ni me ha descubierto nada relevante de Nelson Mandela, pero ha conseguido que me interesen unos partidos de rugby en los que el esfuerzo y la épica asfaltaron el camino de la victoria de Sudáfrica en el Mundial de rugby de 1995.

La película toma su nombre de un poema de William Ernest Henley, autor inglés del siglo XIX. Unos versos a los que Mandela recurría como fuente de inspiración y coraje para soportar una estancia en prisión que se alargó durante veintiséis años. Obligado por la presión internacional y tras un lustro de contactos entre las partes, el Partido Nacional de Frederik de Klerk levantó finalmente la prohibición que pesaba sobre el partido de Mandela, lo que condujo a su liberación. Ese mismo día, 11 de febrero de 1990, marca el comienzo del film, para pasar rápidamente -demasiado rápido de hecho- a su llegada a la presidencia en mayo de 1994. Y aunque es fácil de entender que no sea ese período el que quieren contarnos los autores, no dejamos de lamentar que en el camino se pierda de vista un tiempo de lo más interesante (ascenso del ANC, clima de violencia, recelo de los blancos), apenas resumido en unas imágenes de (falso) documental. Alcanzamos así el punto sobre el que gira la trama: tras años excluida de eventos internacionales por las leyes racistas de Sudáfrica, la selección de rugby vuelve a la competición siendo, además, la anfitriona del próximo torneo mundial. Mandela se sirvió entonces del equipo nacional, los Springboks, en un intento de integrar al mayor número posible de sudafricanos y darle esquinazo a las expectativas de revancha de la población negra hacia todo lo que oliera a segregación. Para la mayoría a mediados de los noventa, en un país donde el fútbol era el deporte de los negros y el balón ovalado era sinónimo de afrikaner -la población blanca de antepasados europeos, principalmente colonos holandeses, que tradicionalmente ostentó el poder-, los Bokke, además de a linimento, desprendían todavía el desagradable aroma del apartheid.

Éstos son los hechos que se narran en El factor humano, el libro de John Carlin publicado hace un par de años. Y a partir de la obra del periodista británico -y español-, el hasta ahora desconocido Anthony Peckham firma un guión correcto pero carente de profundidad, con momentos de tensión introducidos con calzador -terrible lo de la furgoneta de reparto-, y que exhibe un incómodo tono hagiográfico respecto a Mandela, heredado del libro, que en nada contribuye a que la suya pueda ser considerada la visión cinematográfica definitiva sobre el ex presidente sudafricano. Aunque más que en el libro de Carlin, la génesis de la película hay que buscarla, imaginamos, en los deseos de Morgan Freeman de interpretar al nonagenario líder. Para ello, compró los derechos de la obra y se reservó el papel principal. Quedaba encontrar al director adecuado y no podemos quejarnos porque se pensara en Eastwood para estas tareas. Lo mejor que el veterano director podía aportar al proyecto no supone una gran sorpresa: narración firme, sobria, sin molestos ornamentos. Un naturalismo que casa a la perfección con lo que se cuenta y una exposición clara, aunque muy breve, de los conflictos a todos los niveles que Mandela encontró en su viaje presidencial -bien mostrado, por ejemplo, en la secuencia de su llegada a la sede de gobierno-. Incluso hace un buen trabajo con el rodaje de unas escenas deportivas que, si bien a un conocedor del rugby pueden parecerle malogradas, a mí, que poco conozco de su disciplina, me resultaron de lo más satisfactorias por su enfoque como colorido espectáculo. Ciertamente, los fragmentos más convincentes de Invictus tienen a menudo que ver con el deporte y su efecto conductor de las emociones, como atestigua la visita que los jugadores hacen a los niños más desfavorecidos.

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Aquí acaba, por desgracia, el turno de las alabanzas. Ciertas decisiones, como insertar una canción, supuestamente conmovedora, en varios momentos de la película -acercándola demasiado al terreno del videoclip más anodino-, no tienen fácil justificación. No faltan tampoco los subrayados excesivos ni algún pasaje repetitivo, como el del niño que rechaza un polo de los Springboks cuando ya se ha insistido suficientemente en la idea. Y qué decir de un horrible final de partido al estilo de las peores TV movies de instituto, cámara lenta incluida, para darle emoción a la definitiva victoria ante los temibles All Blacks de Nueva Zelanda en el legendario Ellis Park… Para esto no hacían falta Eastwood, en el papel de observador extranjero, ni más de dos horas de metraje. Los actores principales, por su parte, no ayudan. A Morgan Freeman, que parece debatirse entre la devoción por Mandela y un intento de lucimiento que le asegure un nuevo Oscar, es difícil no verlo como a “Morgan Freeman haciendo de Mandela” más que otra cosa. Y Matt Damon, al margen de sus limitadas dotes interpretativas, tiene poco margen en un papel que excluye la dimensión más humana del capitán de los Boks, François Pienaar, y lo tiene casi todo el tiempo vestido de corto y dando zancadas. Algo mejor está el resto del reparto: ayudantes de Mandela, compañeros del equipo y miembros de seguridad. Quedémonos, en todo caso, con el sacrificio del preso 46664 y su mensaje de reconciliación. Siendo así, Invictus tiene razón de ser. Lástima que no nos hayan ofrecido más de la persona que hay detrás del dirigente aclamado por las multitudes. De haberlo hecho -y por un momento nos lo hace creer: el presidente que se hace la cama y ordena los cajones como si aún estuviera en Robben Island-, celebraríamos con más entusiasmo el próximo Día Internacional de Nelson Mandela, recientemente instituido por Naciones Unidas. Otra vez será.

Invictus, EE.UU., 2009
Dirección: Clint Eastwood; Guión: Anthony Peckham, a partir del libro de John Carlin ‘El factor humano’; Fotografía: Tom Stern; Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens; Intérpretes: Morgan Freeman (Nelson Mandela), Matt Damon (François Pienaar), Adjoa Andoh (Brenda Mazibuko), Tony Kgoroge (Jason Tshabalala), Patrick Mofokeng (Linga Moonsamy), Julian Lewis Jones (Etienne Feyder), Leleti Khumalo (Mary).

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