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Fuck Buttons – Street horrrsing

Euforia: sensación de bienestar, resultado de una perfecta salud o de la administración de medicamentos o drogas. Esta definición de la Real Academia encierra a través de sus términos descriptivos el bagaje global del debut largo de Fuck Buttons, Street horrrsing (ATP, 2008), situándose estilísticamente entre dos mundos diferentes pero conocidos entre sí, el ambient y el noise. Aunque los términos puedan sonar petulantes, endiosados quizás y dados a una postura más reflexiva que placentera, el dúo de Bristol muestra una semblanza menos compleja de lo que parece a través de una parte rítmica repetitiva que no despide halos de misterio, sino de luz y euforia de la manera más asfixiante posible. Para la grabación del disco han contado con la producción de John Cummings (Mogwai) y la masterización de Bob Weston (Shellac).

El oyente ante este tipo de álbumes (seis temas y todos salvo uno de más de siete minutos de duración) siempre se mostrará dubitativo. ¿Será el momento apropiado para escuchar este disco? ¿Tengo que estar anclado a los auriculares durante un mes para saborear con dulzura todo lo que contiene? Pese a que estas características puedan inhibir a aquellos no acostumbrados a los movimientos musicales antes mencionados, el grupo no parece querer llevar esa actitud introspectiva hacia su música, de tal manera que van aderezando un ritmo seco con capas de ruido y voces distorsionadas provocando ambientes agitados y opresivos a la vez.

Formados hace cuatro años, Andrew Hung y Benjamín John Power forjaron su pasaporte hacia un relativo interés mediático internacional con el single Bright tomorrow (ATP, 2007), que supuso su punto de partida hacia un proyecto un tanto rara avis. El tema estrella del disco se erige como tal por ser el menos «indigesto» de los seis, el más completo y quizá el más entusiástico. El ritmo se compone de un simple loop de bombo y el cuerpo de la canción se va formando cuando entran en escena capas de ruido cortantes y ásperas que acompañan la incursión de un teclado que le da vitalidad al tema. En la parte final, la apoteosis llega a través del ruido distorsionado, elevándose por encima del teclado repetitivo, y las voces deformadas, chillonas y llenas de energía.

El disco también tiene joyas del calibre de Sweet love for planet earth, que abre el disco con un tintineante y delicado sonido que recuerda a un xilófono lleno de lúcidos efectos. Las capas de ruido empiezan a florecer poco a poco hasta que terminan convirtiéndose en el ritmo de la canción con esos cortantes loops generados sobre tres notas. Al curioso tratamiento de las voces les influye cierto vigor que parece alejarles de un ambient introspectivo y melancólico. El tribalismo, junto con el uso de samplers de sonidos selváticos, aparece en el corte Ribs out, que parece ser la introducción al tema más largo del álbum, Okay, let’s talk about magic. Más de diez minutos de una canción que puede se propensa a atragantarse, ya que hasta la mitad no se empiezan a vislumbrar el ritmo y melodía definitivos.

Como resumen cabe decir que la experimentación electrónica, «ruidística» y ambiental que lleva a cabo el dúo inglés tiene, como casi todos los trabajos experimentales, dos caras: el coraje de un proyecto innovador y el resultado un tanto difuso debido a tanta amalgama sonora. Pese a que pueda haber momentos de sobre-experimentación los aciertos suman más que los fallos, aunque no cabe duda que ante algunos discos haga falta ser más extraterrestre que humano.

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