Flamin’ Groovies – Shake some action
Los Flamin’ Groovies grabaron a mediados de los setenta uno de los discos más recomendables dentro de lo que podríamos denominar revisionismo sesentero, una práctica que han llevado a cabo infinidad de grupos a lo largo de los últimos cuarenta y cinco años -dos ejemplos rápidos y cercanos los tenemos en la obra de Bronco Bullfrog o en Los Negativos del imprescindible Piknik caleidoscópico-. Roy Looney, cantante de la banda desde sus comienzos, había sido sustituido por Chris Wilson, dejando a Cyril Jordan como cabeza más reconocible dentro de la formación. La pasión de ambos por la música que quince años antes había comenzado a mover los pies de unos jóvenes hambrientos de rock emergió vigorosamente a la hora de pensar en un nuevo trabajo. El productor, Dave Edmunds (ex Love Sculpture), ayudó a confeccionar unas canciones que parecen sacadas de algunas sesiones perdidas de los primeros Beatles, Rolling Stones o Byrds. Figuras como Bo Diddley, Buddy Holly o Phil Spector podrían añadirse también a la interminable lista de artistas reverenciados por Cyril Jordan y los suyos.
Grabado en los estudios Rockfield de Gales -donde, según Wilson, “lo único que podíamos hacer era sentarnos en la cocina de esa granja centenaria”-, la mitad de Shake some action (Sire, 1976) está compuesta de versiones. Temas como Let the boy rock’n’roll (Lovin’ Spoonful), I saw her (Charlatans), Misery (Beatles) o She said yeah (Larry Williams) mantienen el sudor de las originales -algo ya de por sí muy complicado- y se asientan perfectamente entre las compuestas por el tándem Jordan-Wilson. Entre estas últimas, es imposible no destacar la pieza que da nombre al álbum. Shake some action, uno de esos momentos de insólita perfección, nació de tres ideas distintas que a Jordan le rondaban por la mente: “Tenía la intro, el riff principal y el estribillo. Estaban guardadas para desarrollarlas y escribir tres canciones. Una noche dije: esto suena bien si lo junto todo. ¿Por qué no lo hago?’’. El resultado es un tema al que no podemos -ni debemos- escatimar elogios. Shake some action, al igual que la emocionante You tore me down, fueron recuperadas de unas sesiones celebradas en 1972. El resto del disco deslumbra por igual, especialmente en ese cierre con Teenage confidential -el reverso de aquel Teenage head en donde nos confesaban que “ella es una máquina de amor adolescente”– y I can’t hide («no puedes esconder lo que sientes hacia mí / Puedo leerlo en tus ojos y me gusta lo que veo»).
Con su siguiente trabajo, Flamin’ Groovies now (Sire, 1978), el grupo continuaría por la misma senda, recogiendo el testigo de la década anterior gracias a otro puñado de nuevas composiciones y versiones -tal vez menos inspiradas- con las que volvían a homenajear a nombres como los Byrds, Cliff Richard o, una vez más, los sempiternos Beatles y Stones. En cualquier caso, los Groovies no volverían a alcanzar la brillantez de Shake some action, un álbum clásico, delicioso e irrepetible.
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