Rock en 2D.
Dicen que ayer por la mañana durante un rato llovió barro en Barcelona. Por la tarde hubo momentos de granizo y de diluvios al estilo Noé; y por la noche en Razzmatazz se desató una tormenta de rock frontal proveniente de las entrañas mismas del Reino Unido. Un típico día de abril, vaya. Se trataba de Toy, un prometedor quinteto de Londres que despuntó hace poco más de año y medio con un álbum de debut homónimo desde Heavenly Records. Con él no solo se ganó el favor instantáneo de gran parte de la crítica, sino también el del potencial público shoegazer, britpopero o simplemente indie, ansioso por hallar nuevos referentes. Ayer volvían a Barcelona tras su paso en 2012 por el desaparecido Primavera Club, y aunque tocaron para mucho menos público que en aquella ocasión, los británicos dieron muestras claras de que no han perdido el tiempo, y de que dominan sobradamente las distancias cortas. Un chaparrón de guitarras tan desproporcionado y emocionante como las mil lluvias de abril.
Programado en un principio para la sala 2, el concierto finalmente se celebró en la reducida sala 3 de Razzmatazz, donde pudo generarse mejor la atmósfera densa y agitada, más acorde con la oferta musical, que con medio aforo en la más grande. Los británicos, siempre desde una estricta frontalidad sobre el escenario, fueron levantando a base de ladrillazos bien distorsionados un muro de sonido cada vez más alto. Las primeras piedras ya fueron de órdago: la creciente y extensa Conductor, Colours Running Out, como primera pieza reconocible de su narrativa propia, y, sobre todo, Dead & Gone, pusieron alto el listón en lo que a distorsión, entrega y verticalidad se refiere, optando claramente por la aceleración, más propia de ese segundo trabajo, Join The Dots (Heavenly, 2013), que venían a presentar. En mi opinión, sacrificando ligeramente calidad por cantidad.
Hubo determinados momentos, especialmente en los últimos compases del recital, en los que no pudo apreciarse con nitidez el abanico de texturas, tonos e intensidades, ni la alternancia y convivencia de las múltiples capas que componen la fórmula de Toy. De My Heart Skips A Beat y Motoring, en la recta final, se perdieron detalles por la escalada de volumen y contundencia desatada ya por aquel entonces. Sonaron entre Fall Out Of Love y Join The Dots, canción con la que de hecho cerraron, y se contagiaron de la desproporción de éstas y del invite al salvajismo que venían planteando los de Londres desde Kopter, a la mitad de su actuación. Su apuesta por el noise parece evidente: más que en el eco, en la espacialidad y en la profundidad del shoegaze, los Toy parecen estar interesados en lo sustancial y en una especie de ruidismo pragmático y completamente frontal que, por momentos, parece reducirse a solo 2 dimensiones.
En cualquier caso, Dougall, O’Dair, Barron, Salvidge y Díez parecen hacer exactamente lo que quieren. Su evolución responde al desmelenamiento previsible de una banda que claramente tiraba de las últimas grandes líneas de éxito de la música británica, desde The Jesus and Mary Chain hasta sus padrinos The Horrors, y que ahora explora su propia relación con el sonido a la hora de crearlo. Están menos anclados a estructuras finitas, y realmente parecen disfrutar construyendo su música en directo como si simplemente se tratase de erigir un muro alto y ancho; y lo cierto es que poco importa lo que haya detrás: la fórmula de Toy es pura inmediatez. El público disfrutó en todo momento sin querer ir más allá: porque a veces lo que más desahoga es ponerse frente a un muro y que, de alguna manera, te llueva encima toda la mierda que has soltado transformada en algo purificador. Y en general, la gente salió empapada.
Concierto organizado por Miles Away, y enmarcado en el ciclo de conciertos Budweiser Live Circuit.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist del concierto en Spotify, o míralo aquí.
