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[Crónica] The Cuban Jazz Syndicate (Málaga, 06/11/20)

La formación liderada por Michael Olivera inauguró anoche la programación del 34 Festival Internacional de Jazz en el Teatro Cervantes

The Cuban Jazz Syndicate, durante su actuación de anoche. Foto: Daniel Pérez / Teatro Cervantes

No tenemos por qué esperar a que finalice la trigésimo cuarta edición del Festival Internacional de Jazz de Málaga para hacer balance de lo acontecido: las victorias y sinsabores en el sector cultural se celebran y sufren desde el pasado mes de marzo de un día para otro, partido a partido. Así que festejemos ya, y a lo grande, el concierto que The Cuban Jazz Syndicate ofrecieron anoche para dar el pistoletazo de salida al encuentro anual de Málaga con un género musical al que Julio Cortázar definió una vez frente a Ernesto González Bermejo, y tal vez con un ojo puesto en su propia forma de afrontar la escritura, como «un árbol que abre sus ramas a derecha, a izquierda, hacia arriba y hacia abajo, permitiendo todos los estilos y todas las posibilidades». El evento, como viene siendo habitual en los últimos años, complementa su programación principal en el Teatro Cervantes —de la que se cayeron finalmente Kyle Eastwood y Robin McKelle debido a las actuales restricciones de movilidad— con las actuaciones gratuitas propuestas en distintos espacios de la ciudad por Málagajazz en Abierto y Festival de Jazz en tu zona, que estrenaban sus sesiones el jueves en el restaurante Alea, el Morrissey’s Pub y la sala The Hall, y que llegaban ayer de la mano del cuarteto de Juan Galiardo a una plaza de la Merced convenientemente acotada y respetuosa con las preceptivas medidas de seguridad.

El pequeño gran triunfo que supone el arranque del festival se vio refrendado, además, por la extraordinaria actuación de The Cuban Jazz Syndicate, formación de innegable aroma a sabrosura cubana liderada por el batería, productor y compositor Michael Olivera en donde convergen la trompeta de Carlos Sarduy, el saxo de Ariel Brínguez, el piano de Pepe Rivero, la voz de Miryam Latrece y el bajo eléctrico de Yarel Hernandez, músico este último, toca apuntarlo, de sonrisa perenne. El combo, felizmente bautizado en nuestro idioma por Olivera como un gozoso sindicato del ritmo, delineó sobre el escenario un itinerario que aglutinó múltiples y calurosas sonoridades (un jazz latino por el que asoman la cabeza la salsa, el bolero, la bossa o el mambo) a lo largo y ancho de seis extensas composiciones que abrió Pa’ Tito Puente, homenaje al percusionista estadounidense de origen puertorriqueño al que la banda invocaría de nuevo más tarde con Mi ritmo, pieza que se sustenta en aquel Oye cómo va compuesto por Tito a comienzos de los sesenta y popularizado por el Santana más psicodélico y melenudo.

Con los rutilantes solos anotados por Yarel y Sarduy en Mozambique, segundo envite del temario, la noche alcanzó ya una temperatura morrocotuda que se mantendría en Bolero danzongo, tema que sirvió para dar la bienvenida a Latrece, equilibrar la velada e incrustar el mantra «óyelo bien, vive el momento» entre el respetable, que se animó a alzar la voz aunque fuera levemente amortiguada por ya saben qué. Pero el punto culminante del concierto llegaría poco después con Danza del carnaval, que aunó todas las virtudes del grupo liderado por Olivera gracias a un desarrollo ejemplar —introducciones, nudos, precisos descoques, desenlaces— plasmado frente a nosotros en un lienzo sonoro de enormes proporciones abierto siempre al Caribe. Pa’ Bebo, canción escrita por Pepe Rivero y Javier Colina en donde el dúo estampa su agradecimiento y admiración hacia Bebo Valdés, terminó redondeando a través de sugerentes armonías una noche para el recuerdo entre tanto día para olvidar.

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