Crónica: Sun Kil Moon (Apolo, Barcelona, 26-03-2014)
Que Pitchfork, el gran gurú de la crítica musical, le ponga un 9,2 a tu último trabajo puede que no tenga precio, pero desde luego eleva bastante el tuyo. Benji (Caldo Verde, 2014), sexto Cd en la trayectoria de la banda Sun Kil Moon, y enésimo en la carrera particular de su líder y fundador, Mark Kozelek, es ya uno de los Lps del año, convirtiendo al músico de Ohio en uno de los más cotizados del momento. Y él lo sabe. Su obra al frente de Red House Painters, allá por los años ’90, parece desvanecerse ahora en el pasado en favor de un presente que brilla con más fuerza que nunca. Ayer se presentó ante media sala Apolo, en Barcelona, y aunque en lo artístico se mantuvo siempre entre lo excelente y lo sublime, en lo personal nos dejó, o al menos al que firma estas líneas, cierta sensación agridulce. Es posible que Kozelek sea una especie de boa musical o, en el mejor de los casos, una versión moderna del flautista de Hamelin: te envuelve y te lleva sin remedio a la perdición.
Kozelek saltó al ruedo en medio de una atmósfera que no parecía de excesiva expectación. Sin humos, teatralidades ni ceremonias se plantaron él y su batería frente un sosegado público para dar comienzo al recital, y poco después el cuarteto se completó sobre las tablas. El de Ohio iba discreta pero elegantemente vestido, con la ropa bien planchada y un empaque muy serio. Sus primeros acordes y canciones nos retrataron a un artista que parece tener la piel de corteza de árbol milenario, por donde su música transcurre y se desliza, en pequeños ríos de agua de lluvia, aparentemente sin calar en su interior. Y así fue construyendo sus temas: a fuego lento, evolucionándolos poco a poco con la insistencia de las olas de una marea que crece y decrece; haciéndolas más grandes, como enormes catedrales donde resuena hasta el silencio con un eco de trascendencia y hasta casi de eterna y soberana moraleja. En ciertos aspectos, Kozelek parece estar (o sentirse) por encima de los demás mortales, algo sobrado de modales como para dar lecciones, y un poco de vuelta de todo.
Había anunciado un show de dos horas de duración, tiempo suficiente para desplegar casi todo el Benji y para repasar algunas de las canciones más destacadas de sus primeros discos con Sun Kil Moon. Truck Drivers, Carissa, Dogs o Richard Ramirez Died Today of Natural Causes revelaron a un Kozelek más entregado a la causa dramática sobre las tablas que no sobre el vinilo, donde sus canciones, aunque infinitamente hermosas y sentidas, resultan solo la caja de cartón donde conserva un contenido que, en directo, cobra auténtica vida. La instrumentación de su banda, compuesta por una batería, un enorme Roland y una eléctrica, le permitió hincar más la voz en temas ya de por sí profundos, balanceándose a su propio ritmo con una simple guitarra de madera sobre bases más marcadas. Casi ninguna canción sonó como en el disco, y todas ganaron en algo.
Pero al margen de lo musical, o no tanto, la actuación de anoche de Sun Kil Moon nos reveló ciertos detalles de la personalidad de Mark Kozelek un tanto inquietantes. Pronto entendimos que se trataba de un espectáculo denso y complejo, exigente, en cierta medida, para el espectador; pero no sospechábamos que fuera tan susceptible a las cámaras, a las conversaciones entre y durante sus canciones, e incluso a que el público tuviera puesta la mirada o escribiera sobre sus teléfonos móviles, apartando la vista del escenario. Demandaba una atención casi escolar, como si la lección fuera demasiado importante como para dejar que nos la perdiéramos; y puede que no le faltara razón. “Listen my fucking words”, le dijo a un espectador al que acusó de escribir sin parar en el móvil, como si precisamente en sus letras residiera la moraleja crítica de todos nuestro pecados generacionales juntos.
Como el flautista, Kozelek nos envuelve con una música cálida y llena de genialidad: arpegios siempre al servicio de la emoción y el sentimiento que nos acogen en su seno tranquilizador para conducirnos a donde él quiera. Pero en su aparente condescendencia, pasa de arroparnos a ahogarnos, sin que nos demos cuenta, como hacen las boas: con constancia, contundencia y pausa. Tal vez no nos conduzca exactamente a un barranco como el de Hamelin, pero sí, a tenor de las observaciones que vertió sobre varios asistentes de la primera fila, a una especie de autocrítica generacional que no sé si viene mucho a cuento. No en vano, por muy censurables que le parezcan algunas de las prácticas de la gente que asistió ayer a su actuación, propias de la generación de internet, de los móvil con cámara y de los peinados absurdos que puede que aún no entienda, es la nuestra la que le ha empezado a venerar realmente, más que la suya propia, y a consagrarle como lo que es: uno de los artistas más valorados del momento.
Concierto organizado por Cloudy Dog.
La ausencia de fotos se debe a la petición expresa del artista.
Harta de aguantar a la gente que va a los conciertos a charlar, a gritar y a no dejarte escuchar música. Pagué 22 Euros por escucharle a él y no a ciertos personajillos que van al Apolo a dejarse ver (Aiiisss! Estar aquí es lo más, mañana lo publicamos en FB) y a hacer el imbécil. Bien hecho Mark! Duro con ellos!
Aunque no estuve allí y por lo tanto no sé si las formas fuero muy correctas o si fue algo exagerado, pero en parte concuerdo en el hartazgo de que la gente vaya a muchos conciertos (y festivales) «a estar» y decir «he estado» que a escuchar el concierto con respeto, o al menos con unos mínimos de respeto, tanto a los que están a tu alrededor como al propio artista.
En las primeras filas del concierto habia un 99% de personas que escuchaba Kozelek con absoluta atencion. Los demas, como los que no paraban de hablar (yo tuve que irme a otro lado porqué me molestaban), no solo faltaban de respecto a Kozelek sino en primer lugar a todo los demas que querian aprovechar a lo maximo el concierto. Vaya, está claro que no tocan los Slayer. A nadie se le impone de estar a lado del escenario, si quieres charlar con tu amiguete o jugar a farmville, te pones por detras de la sala y dejas de molestar a los que sí les interesa la musica. De hecho, Kozelek empezó el concierto diciendo que presta mucha atencion a los que están allí cerca de el y es a ellos que ha hecho sus comentarios, no a los que se tomaban una pinta a lado del bar. En una cosa doy razon a quien ha escrito el articulo: Kozelek se ha enrollado demasiado con esta gente y ha acabado siendo pesado y, aunque tuviendo inicialmente la razon, ha apagado un poco la magnifica atmosfera que iba creando con su musica.
Estamos de acuerdo en que hay un porcentaje de espectadores que, de una u otra menera, pueden llegar a molestar al resto del público y al propio artista. Y también en el hecho de que todos disfrutaríamos más de la experiencia de un directo si no hubiera gente así entre el público. Le doy la razón a cualquiera que abogue por corregir esto, e incluso a quienes llamen la atención a estos personajes. Pero creo que en esta ocasión Kozelek se ensañó demasiado con quienes, en su opinión, no disfrutaban del concierto como él quería. Que amonestara a los que hablaban vale, pero llegó a llamar ‘fucking idiot’ a uno, se citó con él y otro a la salida para decirse más cosas y, en mi opinión, perdió las formas. Por otra parte, también criticó, dándole demasiadas vueltas e importancia, a quienes miraban el móvil en de lugar de a él, escibiendo o comunicándose en vez de prestar atención al concierto. Se puede criticar esto, es una opinión; pero lo hizo desde la desigualdad al tener micro. Como dice Arturo, acabó rompiendo él mismo la excelente atmósfera que generaban sus canciones.