[Crónica] Sufjan Stevens (CCIB Auditori Fórum, Barcelona, 29-09-2015)
La pregunta «¿te ha gustado?», al acabar el concierto de anoche de Sufjan Stevens en Barcelona, era casi tan comprometedora como la que le hace un miembro inseguro de una pareja al otro al acabar un acto sexual especialmente bien valorado por el primero. Implicaba la apertura de la propia vulnerabilidad, el reconocimiento de una sensibilidad y una conexión con lo bello fuera de lo común, capaces por sí solas de atestiguar la presencia de un corazón vivo en un cuerpo móvil. «¡Claro!», respondían los más sinceros; «Si, pero…», empezaban argumentando los mas quisquillosos. Los más empíricos, disimulada pero igualmente impactados, diseccionaban el show en dos partes bien marcadas: una fastuosa y sorprendente de hora y media, fundamentalmente centrada en la presentación de su último trabajo, Carrie & Lowell; y unos bises de unos 30 minutos donde Stevens repasó en clave folky más mundana otros grandes momentos de su extensa discografía. En confluencia, ya fuera por un disfrute meramente sensitivo o por uno supuestamente más elevado de corte intelectual, su actuación de anoche mereció con creces la pena, y tal vez también el apelativo de “uno de los conciertos del año”.
Porque, siendo justos, es difícil encontrarle peros objetivos – salvo tal vez su voz, algo forzada y debilucha al principio – a una actuación del de Detroit, que entregó 2 horas de su vida al deleite de varios miles como si fuera un profeta que se debe a su rebaño. Y lo cierto es que estuvo celestial. Envuelto en una especie de eco catedralicio y sacro desde el inicio (Death With Dignity, Should Have Known Better), parecía controlar el ritmo de cada movimiento que se producía sobre el escenario, donde le acompañaban otros cuatro músicos, como un humilde dios que observa la naturaleza de su creación fluyendo en perfecta armonía. Cambios de latencia a su antojo, sorprendentes tonos y revestimientos estilísticos en el enfoque de muchos temas, y un sinfín de pequeños detalles compositivos e instrumentales diseminados por toda la noche. Esa fue la tónica. Canciones que nacían de arpegios solitarios secundados en seguida por sutiles y dulces acompañamientos, que crecían y se adornaban, y que culminaban por la deriva estética que el genio hubiera determinado, pasando de una asombrosa calma ceremonial casi sagrada a la acción instrumental total con increíble soltura.
Así, le dio un toque cinemático al final de Drawn to the Blood, épico a los de John My Beloved y The Only Thing, y casi apoteósico al de Fourth of July, un tema elegantemente sintetizado en balada electrónica, que bien podría haber sido un remix de James Blake o de Douglas Dare. El planteamiento del concierto implicaba una inmersión casi plena en el universo melódico de Carrie & Lowell durante todo el primer tramo, y la técnica de enriquecimiento consistió en saltar de un género a otro, de un acento a otro, pero siempre poniendo en valor la extraordinaria narrativa musical que presenta el disco. Un trabajo en el que, más que nunca, Stevens ha dejado ver al hombre que subyace bajo el artista. Sin embargo este desafío sentimental, previsto en principio como un cara a cara que podía hundirnos en la miseria, se desinfló rápidamente al constatar en él un ansia muy sana de expansión, expiración y expiación. De modo que, guardados los cuchillos y a salvo nuestras venas, asistimos al despliegue sin límites de todas sus virtudes y versiones, que son muchas.
Le dio incluso un toque triphopero/R&B tipo Archive o The Weeknd al principio de All of Me Wants All of You, elegante y sinuosa, que podría haber arrasado en baile de no haber sido un concierto tan de butacón. Venía de una interpretación sentida y épica de Carrie & Lowell, y poco después cerró su presentación del disco y el primer bloque del concierto con la venerable y preciosa Blue Bucket of Gold, que acabó con un prolongado juego de acoples que recordó por momentos a GY!BE, a Sigur Rós o al penúltimo tramo de 2001. Para los bises dejó joyas como John Wayne Gacy, Jr., Casimir Pulaski Day y la aclamada Chicago, en versión acústica gloriosa, con la que terminó su actuación. Más mundano, más folky y más relajado. Durante todo el concierto, en una especie de pilares flotantes instalados detrás de la banda, fueron pasando imágenes – suponemos que – del propio Sufjan de pequeño y familia, además de otros planos fijos de vídeos protagonizados por el agua y el mar. Y de alguna manera lograron recordarnos a todos, sumergidos completamente en la música del genio, que tenemos mucho que aprender a aceptar de los ciclos naturales. Dejando que todo fluya a su ritmo adecuado, el caos se vuelve a transformar en orden.
Fotos de Dani Cantó.
Increíble show el de hoy en Madrid! Si queréis escucharlo podéis hacerlo aquí: goo.gl/quYmXj
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