[Crónica] Sónar 2014 (Barcelona, 12/14-06-2014)
La edición número 21 del Sónar acabó la noche del pasado sábado (o la mañana del domingo, para muchos) registrando nuevamente números de auténtico éxito: más de 109.000 visitantes de casi 100 países han acudido al festival, y alrededor de 3.500 profesionales han participado en las actividades del Sónar+D durante los tres días y las dos noches que ha durado el certamen. En lo musical, aunque como es lógico la música electrónica ha sido la principal protagonista, dejando postales de auténtica fiesta nocturna a pleno día, el festival se ha caracterizado por el aperturismo y la buena acogida de otras propuestas que, sin abandonar en ningún momento la vocación innovador, no solo pueden verse en el prestigioso marco de un festival como el Sónar.
JUEVES 12 DE JUNIO
SÓNAR BY DAY
El punto de partida de nuestra particular ruta festivalera fue el ahora trío catalán balago. Una banda sonora ambiental y tremendamente hipnótica que puede aplicarse tanto a un festival de música electrónica, donde funciona la perfección como entradilla al mundo de lo inanimado, como a un viaje por los confines más alejados del universo conocido. El proyecto liderado por David Crespo parece describir lo que una pequeña baliza a la deriva registraría, de manera neutral y natural, en su vagar por las vastas extensiones siderales. Sin artificios ni concesiones a los ritmos y distancias propias del ser humano, la música de balago en directo pasa por diferentes fases de temperatura, de densidad y de presión atmosférica, pero siempre manteniendo una capacidad grande de sugestión, y la poderosa facultad de recrear imágenes y ambientaciones casi como si de una proyección fílmica se tratase.
El contraste lumínico sería una constante durante los tres días de festival. Al salir de la oscura cueva que es el escenario Hall, de una música tranquila y contemplativa, nos esperaba la extroversión y la narrativa electropop de la danesa MØ bajo el radiante sol de las 3 de la tarde. La suya es una propuesta ya casi arquetípica de nuestros días, que viene de arrasar en su país de origen con un buen álbum de debut. Basada en el carisma y en la flexibilidad vocal de su protagonista, a parte de en una instrumentación y un ritmo acertadísimos, la música de MØ podría depende demasiado de su imagen y de su parafernalia visual, pero no fue del todo así. Más allá de su característica trenza y de sus gestos aflora una artista que confía en su talento y en sus virtudes, pero sin creer que el camino ya está hecho. Una artista que suda sobre las tablas, y no se le caen los anillos por ello.
Antes de volver a la gruta del Hall para ver a Nils Frahm escuchamos los buenos modos de la gallega BFlecha en el escenario grande, el Village. Su electrónica estilosa era atractiva, pero el poder de invocación del alemán es insuperable. De espaldas, con los pianos y todo el aparataje bien expuesto de cara al público, el genial productor y compositor se marcó una sesión de electrónica impresionante. Grandiosa, y con ese halo de trascendencia universal que solo un alemán le podría dar a su obra. Frahm tiene un talento sobrenatural con respecto al piano, pero además posee un gusto y una capacidad compositiva que, en cualquier otra época, habría dado como resultado un genio como el que es en esta. En la era electrónica, poco autores hay que hayan interpretado mejor que él las infinitas posibilidades de aplicación de ésta al sonido y a la composición clásico. O tal vez sea al revés.
Pero la verdadera sorpresa del primer día de Sónar llegaría a continuación en el mismo escenario. El trío instrumental japonés Nisennenmondai, representante de corrientes musicales tipo math-rock, kraut, post-punk y hasta de un noise llevado al extremo por un repetitivo y neurótico ritmo techno, dejó boquiabierto a más de uno con su propuesta de alta tensión, y por la perfección y sobriedad con la que la ejecutan. Un sonido obsesivo construido sin pausa alguna sobre las bases de una batería imparable, un bajo a la carrera, y una guitarra encerrada en loops y deformaciones varias. Hablar de trance no es exagerar, y aunque no es música para escuchar en casa haciendo alguna otra cosa, más de uno se sorprenderá probándolo esta semana. Ya os digo yo que no es lo mismo, pero enganchan igualmente. Tanto es así que decidimos declinar la oferta de Trentemøller por pura saciedad (y porque su espectáculo, visto ya en Porto, no resultaba especialmente apetecible).
VIERNES 13 DE JUNIO
SÓNAR BY DAY
El segundo día arrancamos a la hora de la siesta con el británico Forest Swords en el escenario Hall. Fue un recital críptico, en lo visual y en lo musical, quizá demasiado parecido a lo que se oferta de él en su último álbum. Mathew Barnes, el productor del norte de Inglaterra responsable del proyecto, se presenta en directo acompañado de un guitarrista con el que interactúa musicalmente desde su monolítica mesa de trabajo, pero no se palpa demasiado la conexión. En cualquier caso, y más allá de la nebulosa sónica en la que envolvió su concierto, se pudieron distinguir a la perfección los brillos en la oscuridad que tanto caracterizan el trabajo de Forest Swords. Así, el contraste con la siguiente propuesta de FM Belfast resultó aún más chocante. Con un planteamiento 100% festivo, chispeante y humorístico, los islandeses pusieron a bailar a todo el mundo en clave pop-dance en el escenario Village.
Fue un espectáculo divertido y desvergonzado, muy diferente del que veríamos pasada una hora en el mismo escenario. Simon Green, conocido artísticamente como Bonobo, presentaba su último trabajo muy bien acompañado, caracterizándose su aparición por la seriedad e incluso por el exceso de modales. Los vientos, el eco de una buena banda de complementación y la aportación de una cantante negra de voz deliciosa, hicieron de su concierto algo delicado y hermoso, fiel a las texturas que siempre ha tejido el productor de Ninja Tunes; pero tal vez careció un poco de dinamismo. No es que no supiera compaginar el excesivo detallismo de su propuesta orquestal con la más puramente electrónica; pero por momentos el público parecía no saber si atender a la riqueza sonora que estaba oyendo y a todos sus elementos, o si entregarse al baile y a la atmósfera poliédrica y colorida que Green estaba ofreciendo.
Mucho más tajante fue Jon Hopkins en el escenario Hall, justo al acabar Bonobo. Ante un público que desbordó la capacidad de aforo del emplazamiento escogido para la ocasión, el de Surrey mostró su cara más severa e inflexible. Casi inaccesible, aunque siempre dentro de los parámetros y las líneas melódicas de su último y más alabado trabajo discográfico. Hopkins es un consumado arquitecto espacial, y es capaz de llenar de música cualquier estructura hueca con bóvedas, finas paredes y acristaladas columnas de sonido con una maestría y precisión impresionantes. Da igual que se trate de una caja de cerillas, de una canción de Coldplay o, en este caso, de una estancia larga, alta y poco ancha como es el escenario Sónar Hall. Con él cerramos la segunda jornada de Sónar Día, y acto seguido dirigimos nuestros pasos hacia el recinto del Sónar Noche. Una travesía que pudo haber dejado a muchos en el camino.
SÓNAR BY NIGHT
Demasiado tiempo solo en el impersonal recinto ferial que sirve de alojamiento al Sónar Noche puede inducirnos a pensar en las infinitas relaciones que existen hoy en día, a un mero nivel económico, entre lo musical y lo industrial. Y más aún si te cruzas con el President Mas en la zona Pro. Pero en fin. Los inmensos hangares de la Fira Gran Vía 2, colocados como si fueran universos paralelos unos de otros, acogieron gran parte de la oferta del festival, y la visita era obligada. Encabezaba la primera noche la actuación conjunta del dúo sueco Röyksopp y la diva sueca Robyn, máxima expresión del electro-pop industrial en su presencia masiva en esta edición del festival. Toda una performance de luces, synthpop explosivo y exacerbado, presencias extrañas sobre el escenario y mucho ritmo bailable. Pero entretanto, mientras duraba el concierto más largo de todo el programa, nos acercamos a ver otras propuestas en los escenarios contiguos.
En pocos minutos comprobamos el poder de atracción que ejerce la figura de Yoann Lemoine al frente de su proyecto musical Woodkid, demostrando a mayores un talento innato para manejar los tiempos de la música. Artista inquieto y polifacético donde los haya, el francés plantea un espectáculo de tintes épicos centrado en su carismática voz y en la potencia de su puesta en escena. Un directo más que interesante, que sería bueno ver al calor de una buena sala el próximo invierno. Lo más probable es que debajo de toda esa infraestructura que le acompaña, que puede o no caber en Apolo o en Razz, haya un artista íntegro que también se desenvuelva con soltura al desnudo. Por último, y siempre compaginándolo con el final de Röyksopp & Robyn, tuvimos tiempo para ver de nuevo la categórica sesión de Moderat.
El famoso trío compuesto por Apparat y Modeselecktor repetía visita a Barcelona dos semanas después de su debut en el Primavera Sound, y demostraron de lo que son capaces cuando juntan sus talentos. Seguramente todo coincidimos en describir como no legendario su más reciente colaboración, sobre todo en comparación con su, en este caso sí, mítico primer trabajo conjunto; pero lo cierto es que en directo lo funden todo bajo el calor abrasivo de su amplia experiencia, y transforman toda su música en un lenguaje totalmente comprensible y hasta cercano. No obstante, tal vez por su puesta en escena sobria y directa o por el halo de misticismo que ha envuelto siempre a esta unión alemana, la más aplaudida casi desde la Reunificación, y pese a esa proximidad de la que hablo en su lenguaje, la música de Moderat aparece como elevada por el sustento de una elevadísima respetabilidad: algo así como si dieran lecciones desde un púlpito o una cátedra.
Ya solo quedaba en nuestro modesto programa nocturno la actuación de Caribou, a los que un servidor solo había visto con anterioridad teloneando a Radiohead en el Optimus Alive de 2012. Con un nuevo trabajo en ciernes, acabado pero no publicado hasta el próximo otoño, el genial músico canadiense y su cuadrilla pasaron a mayores en cuestiones relativas a ritmo y ruidismo, en un concierto cuya aceleración respondió a medias a las prescripciones propias de la hora y el contexto en el que actuaba. Con todo, exhibieron su característica exuberancia, la riqueza cromática que tanto admiramos de ellos y esa especie de búsqueda de la harmonía a través de la saturación sensitiva que siempre practican. Puede que no todos salieran del todo satisfechos de su concierto, pero eso es porque en un festival de estas características, y en todos en general, hay tantos condicionantes que, realmente, ha habido un festival por cada uno de los asistentes que pueda recordarlo en condiciones.
SÁBADO 14 DE JUNIO
SÓNAR BY DAY
Abrimos la última jornada de Sónar 2014 con la regresión a los ’90 que nos proponía en el Hall la cantante sueca Neneh Cherry, que definitivamente ha vuelto a la escena tras casi dos décadas de silencio. Desde entonces le ha dado tiempo a criar una hija que precisamente el viernes se graduaba en Göteborg. Por eso la veterana artista nacida en Estocolmo hace 50 años no acudió, como es habitual, a las demás jornadas del festival, pero llegó puntual a su actuación y no dejó lugar a dudas en lo que respecta a su dedicación. Más allá de lo musical, difícilmente encuadrable en un género concreto pero siempre con mucho estilo, Cherry se mostró como una intérprete voluntariosa que se aferra a una voz que todavía tiene cuerda para rato, pese a que no es la misma en directo que en su más reciente trabajo, y que, por supuesto, no es la misma que hace 20 años.
Poco vimos de la sueca, en cualquier caso, porque en el escenario Village era el turno de Kid Koala, uno de los mejores scratchers del mundo, dj’s, productor, compositor de electrónica, y, por lo visto, consumado showman. Vestido de koala y con una amplia sonrisa de buda, el artista bautizado como Eric San salió al escenario desde el público, y en un mal leído catalán declaró que iba a pinchar vinilos. Después todo fue buena música, cercana al hip-hop en determinados momentos, y en otros al blues de su último trabajo, y una sucesión de guiños al vodevil y al género burlesque traducidos, para empezar, en la presencia de tres mujeres de club de perversión de los años ’20 bailando sobre el escenario. No hay reto que se resista al canadiense, capaz como nadie de montar un fiestón tan solo con pinchar unos cuantos vinilos a la vieja usanza.
El enésimo contraste se produjo entonces al hacer colindantes la propuesta de Kid Koala con la de Majical Cloudz, que es todo contención frente al desparrame del primero. La extraña pareja de Montréal se presentaba en el Sónar Complex, un escenario propicio para el desarrollo de su música, y el resultado fue asombroso. La tímida pero necesaria base electrónica de Matthew Otto, construida con poco más que un teclado, sirve de cama elástica para que el cantante Devon Welsh, todo sobriedad y desahogada rigidez, despliegue las alas de su voz, sobrecogiendo con su extremada fuerza expresiva a un público que apenas podía despegarse de sus cómodas butacas. Presentes también en la pasada edición del Primavera Sound, son seguramente otra propuesta apetecible para la próxima temporada de invierno. Estos dos hacen callar a una sala sin pestañear.
La última parada antes de aventurarnos de nuevo al Sónar Noche era la presentación en directo del último y aclamadísimo disco de James Holden. The Inheritors (Border Community, 2013), con el de Jon Hopkins el mejor álbum de electrónica del año pasado, fue solo la base para un despliegue descomunal de una música siempre sorprendente y mágica. Acompañado de un batería y un saxofonista, realizó una puesta en escena total, con visuales tan crípticas como enlazadas con la estética musical de su último trabajo y con lo que en ese momento se estaba oyendo. Sin duda alguna, fue una de las actuaciones más destacadas del fin de semana, demostrando el buen estado de forma del inglés, y que es infinitamente capaz de reinterpretarse a sí mismo y a su propia obra. Con ese buen sabor de boca abandonamos por última vez el recinto del Sónar Día, y nos encaminamos hacia Massive Attack.
SONAR BY NIGHT
El colectivo de Bristol había elegido el Sónar para presentar por primera vez su nuevo espectáculo en vivo, diseñado y dirigido por Robert Del Naja, y su actuación quedará marcada en los anales de la historia reciente de Barcelona. La intensidad y el compromiso político, parte fundamental del sello de identidad de Massive Attack, no han hecho sino aumentar con el pasar de los años, empapándose y haciéndose eco de las preocupaciones mundanas y reivindicativas de aquellos que asisten a sus conciertos. No faltaron los mensajes contestatarios ni los acompañantes sorpresa en su actuación, así como complementos instrumentales de todo tipo; pero lo más destacado de todo fue ver al propio Del Naja tirando del carro como ha hecho siempre, demostrando que su carrera, lejos de estancarse por la disminuida actividad discográfica de los últimos años, está en su momento más dulce en lo que a creación artística total se refiere.
Durante su actuación nos acercamos al otro extremo del recinto para ver unos minutos a la joven sueca Lykke Li presentando su último álbum. Su actuación parecía avocada a la épica pop, pero no pudimos comprobarlo en toda su duración. Una propuesta pulcra y resplandeciente que explota a la perfección el sentido de una voz femenina como la suya saliendo desnuda de la nebulosa de los tiempos. En ese sentido, aunque desde una perspectiva electropop mucho más contundente y rompepistas, se mueve el proyecto Yelle. Con ella, la cantante bretona Julie Budet, y sus dos acompañantes, cerramos la edición número 21 del Sónar en Barcelona. Montaron un monumento vertical a la egolatría y al resplandor cegador del pop aplicado a la electrónica más efectista. Menos mal que solo vimos el principio, y cerramos realmente con los últimos estertores del concierto de Massive Attack.
Fotos de Pablo Luna Chao.
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