[Crónica] Sigur Rós (Madrid, 29/09/22)
Los islandeses deslumbran en el WiZink Center con un extenso concierto para el recuerdo
En una de las stories que publicó anoche Martin Page en su vivaracha cuenta de Instagram definía la experiencia de ver y escuchar a Sigur Rós en directo, acompañando a un fragmento de la actuación de ayer, «como estar delante de las cataratas del Niágara». Y recordé aquel texto que escribí tras el concierto que ofrecieron en el Jahrhunderthalle de Frankfurt en noviembre de 2013, en el que me preguntaba cómo demonios se puede describir un concierto de esta gente sin caer en sentimentalismos de primer orden o en comparaciones estratosféricas. Han pasado nueve años y, como es lógico, todo ha cambiado (y lo que te rondaré, morena). Pero algunas cosas, no pocas, permanecen. Una de ellas es la fabulosa experiencia que supone asistir a una de las ceremonias en vivo de los islandeses; otra, lo complicado que resulta trasladar con apenas quinientas o seiscientas palabras algunas migajas de las sensaciones y emociones que a uno le atraviesan durante las dos horas largas de espectáculo.
La banda anunciaba a comienzos de año la vuelta al estudio para grabar lo que será su primer disco desde Kveikur, editado en 2013. La noticia también confirmaba una gira mundial —tras casi cinco años— que estos días se pasea por nuestro país, concretamente por el WiZink Center de Madrid (29 de septiembre) y el Palau Sant Jordi de Barcelona (1 de octubre). Aquí, en la gozosa y libre capital del reino, el cuarteto principió la velada con Untitled #1 (Vaka), Untitled #2 (Fyrsta) y Untitled #3 (Samskeyti), es decir, la terna inicial de aquel () que ahora cumple dos décadas. Todo un festín, inesperado para muchos (¡presente!), que dejó patente desde el primer movimiento lo que serían algunas de las felices constantes de la noche: sonido impecable, proyecciones alejadas de lo convencional y el silencio de un público que mostró hacia el grupo un respeto que creíamos ya extinto en este tipo de celebraciones. Cierto, cierto: hubo charlatanes para dar y tomar —siempre estarán ahí— pero se encontraban más o menos dispersos y rodeados por una multitud que venía a lo que venía. Bravo.
Jónsi Birgisson y compañía continuaron con Svefn-g-englar, Rafmagnið búið, Ný batterí y una de las canciones que estará incluida en su próximo disco, Gold 2, composición que parece no alejarse en demasía de ese post-rock con inclinaciones espaciales, oníricas, psicodélicas y hasta ambient (alguna etiqueta habrá que colgar) que construye la banda a través de batería, bajo, teclados y la guitarra eléctrica de un Jónsi que masajea las seis cuerdas con el arco de violín. La argamasa sónica de su propuesta puede hacer pensar en un arsenal instrumental de largo alcance dispuesto sobre el escenario, pero lo cierto es que el sonido que reproducen en vivo, hechizo sin parangón, se sustenta básicamente en cuatro músicos tocando y algunos efectos procesados. Fljótavík, Untitled #7 (Dauðalagið) y Smáskifa sonarían antes de un parón de veinte minutos que daría paso a una segunda parte donde subirían los decibelios (qué desenlace el de Glósóli) y se conquistarían nuevas y colosales cimas, guisadas a fuego lento, con Festival, Kveikur y una monumental —cuándo no lo es— Untitled #8 (Popplagið) para cerrar. Gloria bendita.