Crónica: Primavera Sound 2014. (Primera parte)
La edición número 15 del Primavera Sound, la más pasada por agua de los últimos años, acabó ayer con nuevos registros de record en todos sus apartados. La intermitente lluvia no ha impedido a cientos de miles de visitantes disfrutar de sus bandas favoritas, del buen ambiente, y del parque temático de música y conciertos en que se convierte el Fórum durante el fin de semana. Después de más de 200 actuación durante cinco días (por no decir una semana entera) de bandas de primerísima línea mundial, es hora de hacer resumen y algunas valoraciones. Como si de una feria cualquiera se tratara, en la que se promocionan bandas en lugar de ganado o maquinaria industrial, hemos cogido muestras y asistido a demos – llamémoslas conciertos – que nos servirá para esperar a alguna de ellas en sala para la próxima temporada. El Primavera es, por tanto, un enorme menú degustación de música contemporánea.
MIÉRCOLES 28 DE MAYO
La jornada inaugural y gratuita se celebró en el Fórum bajo una impresionante tromba de agua que, solo por momentos, nos dio alguna tregua. Se presentaron, un tanto palidecidos pero igualmente cordiales, los locales Fira Fem; los argentinos Él mató a un policía motorizado, que demostraron tener un directo sólido y muy bien plantado; los británicos Temples, una de las promesas del momento; el excéntrico Paul Van Haver, al frente de Stromae; la siempre polémica Sky Ferreira y Holy Ghost!. Seguramente lo más destacado, aún coincidiendo con uno de los peores momentos de aguacero, fue la actuación de Temples, que, liderados cada vez con más glamur por el inmaculado James Edward Bagshaw, reclaman con fuerza un lugar entre los elegidos. El jugo y el directo que le están sacando a su álbum de debut es realmente admirable, conservando sin alteración alguna las texturas, los tempos, y ese aire psicodélico tan desenvuelto que ya tanto les caracteriza.
También Sky Ferreira destacó, pero por motivos algo distintos. Dio un concierto más rockero y aguerrido de lo esperado, apoyada en una buena banda y sacando a relucir no solo su excelente voz, sino también un carácter duro y fingidamente impermeable. En cualquier caso, y pese a que dio la talla en su trabajo vocal, no mantuvo el aplomo ni los nervios cuando llegaron los problemas técnicos, deteniéndose incluso a mitad de una canción. Da la sensación, por cómo administró los malos momentos, que es una artista tremendamente frágil y que sus virtudes nunca superarán del todo a sus polémicas. Nada que ver con la actitud y el descaro con el que se mueve el líder de Stromae sobre los escenarios. Abanderando sin complejos lo hortera, el de Bruselas había contagiado anteriormente de desinhibición al público, haciendo lo correspondiente a lo de Omar Souleyman, pero en belga: un electropop de masas muy perfumado y divertido.
JUEVES 29 DE MAYO
Con los peores augurios de lluvia dándonos un respiro, afrontamos la jornada del jueves con un programa de casi 12 horas. Abrimos con Colin Stetson, un reputado saxofonista canadiense que puso al Auditori en pie con los mil sonidos que extrae de su instrumento, incluyendo el ritmo con los dedos y un extraño canto gutural; y con Julian Cope, guitarrista galés de la vieja escuela pre y post punk. Ya en el recinto, Real Estate fueron los siguientes. Sonaron con la fluidez y la soltura que se esperaba de ellos, pero no fueron mucho más allá de la corrección con la que plantean sus discos, que por otra parte son todos buenos, y así se reflejó en su directo. Midlake, en cambio, sí que fueron más allá. Era uno de los tapados del cartel; la prioridad de pocos. Pero a tenor de lo visto, es de esas bandas que hacen subir la temperatura de una sala, antes de ponerla patas arriba.
Son músicos excelentes que, en cierta medida, se desmelenan en directo: engordando sus canciones a base de guitarras muy nobles, una instrumentación rica y protagonista, y un tono de discurso que recoge cosas de The National, Grizzly Bear, e incluso de los primeros Radiohead. Insistimos: no os los perdáis en sala cuando vengan. Warpaint, que tocaron a continuación, también son más una banda de sala, o al menos de festival si tocan por la noche. Su música es onírica a más no poder, y la luz del día resulta el peor de sus antídotos, pero aún así demostraron que, tras dos buenos discos publicados, tienen su sonido perfectamente definido. Tanto, que incluso dio la sensación, hacia el final de su actuación, que se podían dejar ir sabiendo que su música seguiría fluyendo. En mi opinión, fueron de más a menos, pecando de algo parecido a la pereza a medida que comprobaban su éxito.
A partir de entonces llegaba lo verdaderamente gordo. Decidir entre Neutral Milk Hotel y St. Vincent fue difícil, pero más aún fue ver en lo que se está convirtiendo Annie Clark. Su concierto fue espectacular, como es ella. Su música, su estética, sus constantes y siempre acertados bandazos de imagen son los de una estrella indiscutible que se está comiendo el mundo con razón y mucha hambre; pero eché de menos a esa Annie de carne y hueso, cercana y terrenal, que se mezclaba con los mortales subiéndose a ellos en Apolo. Sublime en lo musical, fría en lo humano. Pero ella misma, creo, reflexiona sobre este tema a través de su nueva imagen de máquina casi artificial. Olé por ella, y por St. Vincent; pero te echaremos de menos, Annie.
Después los Queens of the Stone Age volcaron la tendencia hormonal de la explanada entre el escenario Sony y el Heineken, enseñándonos como se hace el rock de verdad, y cómo son los hombres que hacen temblar la tierra y a todas las mujeres a su paso. Josh Homme representa muchas cosas en un contexto sexual-animal, pero en lo musical lo cierto es que lidera una banda de bestial de cuero como si fuera un vaquero indomable, y emiten, entre todos, una de las propuestas más contundentes, precisas y definitorias de lo que es, será, y ha sido siempre, el stoner rock, el grunge, el garage, y el rock alternativo en general. Todo sonó a clásico, porque su música se ha imprimido en nosotros como arquetipo de buen rock. 10 minutos después llegaba el turno del cabeza de cartel: Arcade Fire y su tinglado del Reflektor. Y una cosa está clara: los canadienses no tienen el temple de los QOTSA. Me explico.
Fuera de opiniones personales, muy variables y con muchos de los condicionantes propios de ver a un grupo en un festival, Arcade Fire sonaron genial. Su música es sublime, y su puesta en escena fantástica. Tienen probablemente el mejor directo del mundo, y están en plena forma; a pleno funcionamiento. Pero todo tiene un límite. Están exprimiéndose hasta el extremo, y aunque no creo que se les agote la veta musical, sí opino que se quemarán pronto, como Ícaro, por volar demasiado alto. Su nombre conlleva ya un nivel y un listón que, en absoluto, pueden ser más bajos hoy que ayer. Han perdido libertad, encerrados en un papel de rockstar; y eso, a esta gente, acabará matándola. Espero, como mucho, uno o dos discos más antes de que anuncien su separación; pero espero, ante todo, equivocarme rotundamente. Sus cuatro discos, y su supremacía en directo al nivel de Leo Messi en la cancha y de sus cuatro balones de oro, quedarán como recuerdo imborrable para todo el que los haya visto al menos una vez.
Y sin tiempo para digerir el final apoteósico de Arcade Fire, nos plantamos en nuestro cierre, programado anticipada y tristemente con Moderat. Las fuerzas escaseaban, y aunque resulta vergonzoso admitir que se ha asistido a una de las mejores sesiones de electrónica jamás oídas por un servidor sentado, y a más de cien metros del meollo, lo cierto es que así fue. La mezcla de Modeselektor y Apparat resulta aplastante y perfecta: un ritmo perenne que no se aparta ni un momento de la línea estética marcada por el gusto de Sascha Ring, y, en ocasiones, por su voz aterciopelada envuelta en misterio y oscuridad post-industrial. Su debut en la ciudad condal tendrá continuación en menos de dos semanas en el Sónar: nunca hemos tenido tanta suerte en Barcelona.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Fantástico resumen y fantásticas fotos, como de costumbre.
Saludos!