[Crónica] Primavera Club 2014
Después del desastre, ajeno a la organización, de la edición 2012 del Primavera Club en Madrid y Barcelona, y tras un año de hiato y reflexión, el festival ha resucitado este otoño volviendo a la filosofía que les hizo crecer, y con un concepto claro: descubrir a las grandes bandas del mañana y anticiparse a su éxito masivo. En ese sentido, más de 40 bandas – la mayor parte debutantes – se han podido dar a conocer durante estos tres días, y de más de uno ya se espera su participación en el Primavera Sound 2015. Artistas nacionales e internacionales que han colaborado en la conformación de un cartel que, en general, ha resultado de alto o muy alto nivel.
VIERNES 31 DE OCTUBRE:
La primera parada de nuestro programa fue la presentación del murciano Cherry, una de las últimas incorporaciones del sello Foehn, que actuó ante poco público en el Teatro Latino. Nino García, su único responsable, maneja guitarra, teclado y percusiones, todo pasado por la sala de máquinas de sus pedales, con la suficiencia de los antiguos hombres-orquesta; y a través de lo que él llama peladillas songs, incursiones breves en una creatividad muy fecunda, desgranó parte de su arlequinada obra saltando de estilo a estilo y de una buna influencia a otra mejor. Lástima que la afluencia de público no estuviera a la altura de su nivel de composición e interpretación. El siguiente punto en el itinerario eran los barceloneses Fighter Pillow, un auténtico supergrupo de los pies a la cabeza. Con un sonido rock marcadamente noventero, la banda compuesta por Eli Molina (ex-Me and the bees), Manu Rec (Black Islands), Rubén Martínez (Maika Makowski, Ainara LeGardon) y Alfonso Méndez (lo:muêso) se presentaron en buena forma en un escenario competitivo como es el del Teatre Principal. Con más corpulencia y firmeza en el apartado instrumental que en la parte vocal de Molina, eso sí, pero con ese aroma a dejadez de las viejas leyendas rockeras, propias de la típica camiseta gris que en su día fue negra. Desde luego, si siguen dando conciertos como el del viernes en el Primavera Club, pronto asistirán a ellos mucho más público del que ya vibra escuchándolos en disco y en directo.
Pero el auténtico descubrimiento de la primera jornada fueron los británicos Childhood. No es que tengan buena pinta, es que ya son una banda estupenda: sonido bien definido entre el perfume brit, la libertad creativa de Deerhunter o Lotus Plaza, y el nervio de unos Temples con más músculo e intención, una puesta en escena sólida y con una estética que parece inspirada en el rollo Harlem años ’70, y una medida de los tempos y del ritmo general de un concierto digna de gente mucho más veterana. Le sacaron muchísimo partido al material de su álbum de debut Lacuna (Marathon Artists, 2014), y en especial a sus hits As I Am, Blue Velvet o Falls Awat. Mención aparte para Solemn Skies, que sonó como un potencial himno de masas, y para el torrente de guitarras y estilo de Pay For Cool y, sobre todo, de When You Rise, con la que acabaron el recital. Esperemos que en próximas entregas mantengan el nivel, porque pese a su juventud en directo tienen ya mucho camino andado. Apuesto a que los veremos en el Primavera Sound.
SÁBADO 1 DE NOVIEMBRE:
A los madrileños Der Panther, último fichaje de El Segell del Primavera, ya los conocíamos de telonear a CHVRCHES en la misma sala Apolo donde actuaron el sábado, esta vez para un público bastante más reducido. Metidos en su ya famoso cubo, que permite juegos de luces, visuales y proyección de sombras sinuosas, este dúo que conserva el anonimato por no robarle protagonismo al sonido, dejó claras las coordenadas de localización de su electrónica poliédrica: a las comparaciones con Animal Collective o Caribou, se suman también las relativas al proyecto Darkside, por el uso constante de una guitarra mezclada y de unas voces que planean de forma un tanto anárquica. Pero más allá de calificativos técnicos, la sensación que dieron fue de estar a punto de hipnotizar al público, encerrados como ellos en la visión magnética y cambiante del cubo, que de alguna manera ayuda a desentrañar parte del misterio de su sonido. A continuación asistimos al debut en Barcelona de los británicos Woman’s Hour. El proyecto se apoya en la delicada voz y en la figura de la vocalista Fiona Burgess, que está fenomenalmente arropada por una instrumentación sobria, bien pulida y de acabado nocturno. No han escapado a las obligadas comparaciones con The XX, Warpaint o Beach House, pero en su primer directo en tierras españolas han demostrado poseer una significativa carga emotiva, teatral y dramática, que utilizan para aclarar su mensaje musical: si el traje instrumental le sienta bien a la voz de Burgess, todo funciona; y el sábado así fue.
La última parada del día era el concierto de Strand of Oaks, donde todos quedamos fascinados con la personalidad y el ímpetu de su máximo responsable. Timothy Showalter es uno de esos tipos que un día decidió agarrar la vida por los cuernos y zarandearla con fuerza hasta exprimirla a tope. Su accidentada historia personal, sea por lo que fuere, le ha llevado a actuar en el cierre de Apolo en la segunda jornada de un resucitado Primavera Club, que está posibilitando el disfrute de grandes conciertos como este en condiciones inmejorables. Showalter, al frente de sus Strand of Oaks, vertió toda su entrega en ese rock vital de vocación épica que practica, apostándolo absolutamente todo a las cartas ganadoras de su guitarra, su voz y su banda. Todo carácter y pasión, Showalter es un romántico huracanado a los cuatro vientos: exultante de vida y energía, demostró poseer y saber administrar una intensidad que fluye desde su persona a su música como un torrente que aparentemente parece desbocado. Los coros de una hispanohablante teclista daban siempre una contrapartida de cordura a la extroversión de Showalter; y por otra parte, el bajista zurdo que tenía a nuestra derecha parecía incitarle a la hiperactividad como el diablillo de todos los dibujos animados. Al final acabó en el suelo sin poder contener su éxtasis, y el público se fue a casa con la sensación de haber presenciado una auténtica epopeya musical.
DOMINGO 2 DE NOVIEMBRE:
Quisimos abrir la última jornada de Primavera Club con la exuberancia hiperactiva de los catalanes IEPI, pero nuestros cuerpos aguantaron en el ring poco más de dos o tres asaltos. Con el record de mayor número de notas emitidas por segundo todavía bajo comprobación, los de Banyoles limpiaron hasta la última telaraña de La[2] de Apolo con su potente power mathrock noise instrumental, pero decidimos optar por la suavidad que proponía CARLA en el Teatro Principal. La de Vic, con una carta de presentación consistente tan solo en un par de canciones, hacía su debut en un marco de verdadera importancia mediática como el Primavera Club, y no le faltó apoye entre el público y en escenario, personalizado en la figura de su hermano Toni a la batería. Ella, armada con un teclado que no sonó todo lo fino que hubiéramos deseado, y con una voz que parece salida de un sueño, se encarga de otorgar personalidad y aroma a unas composiciones que nada tienen que ver con las de hermana Joana. Además de las ya conocidas In the Forest y Let’s Burn A Forest, la nueva perla de la cantera vigitana interpretó una versión de Johnny Cash, y varios temas más que sonaron con bastante coherencia dentro de un synth pop tremendamente onírico, que muy pronto veremos interpretado con más soltura, seguridad y extroversión.
A continuación, en la misma sala del Teatre Principal, estaba programada la actuación de los australianos Movement, la última sensación en ese género de nuevo cuño que podríamos llamar R&B electrónico, soul 2.0, o cómo queráis, pero que tiene mucho que ver con la música negra, con el trip-hop y el ritmo downtempo y con todas las posibilidades de la nueva era digital. Con un Lewis Wade brillante en su aportación vocal, y un Sean Walker hiperactivo y fundamental en el ritmo y la programación, los Movement dieron un concierto sensacional durante la escasa media hora que tocaron: sensuales en todo momento, y radicales cuando tocaba dar rienda suelta a la electrónica subyacente. Like Lust, Ivory, Us y 5:57, que prácticamente completan el conjunto de su segundo Ep, fueron los temas más impactantes de una actuación que, si bien quedó empañada por su corta duración, dio una buena muestra de lo que puede llegar a ser esta banda dentro de uno o dos años: grande de verdad.
Sin apenas tiempo entre el final de Movement y el inicio de Jungle, nos acercamos a Apolo para degustar unos minutos el pop independiente tipo primeros soles del verano de los canadienses Alvvays. Muchos son lo que se acordaron de los primeros días de The Pains of Being Pure at Heart, o de Best Coast al oír su primer álbum, aunque lo cierto es que no evidenciaron la misma fragilidad en directo que los primeros; y a Molly Rankin no parecía que un soplido la fuese a tumbar como a otras artistas similares que se mueven en ese filo de vulnerabilidad que manejan los de Toronto. No dio tiempo a escuchar su mayor hit hasta la fecha, esa fresca y esperanzadora Archie, Marry Me, programada erróneamente al final de su setlist – básicamente porque en ese momento ya estaba tocando Jungle a 800 metros de allí –, por lo que la degustación acabó resultando un tanto insustancial. Lo que sí que tenían era público entregado y fiel admirador en las primeras filas.
Para el cierre, ni los más aventurados – que no les hubieran visto ya – podían haber imaginado un espectáculo más apropiado que el que ofrecieron los Jungle en el Teatre Principal. El único concierto realmente lleno de los que vimos durante todo el fin de semana, se convirtió en una auténtica fiesta de funky, soul y electrobeat capaz de mover hasta al más parado. Al mando están Josh Lloyd-Watson y Tom McFarland, dos londinenses blancuzcos que han reinterpretado como pocos hasta la fecha el común de las buenas influencias de la música negra, pasadas por la licuadora de una electrónica invocada para el baile. Beats enriquecidos con percusiones afrodisíacas, coros imprescindibles de negros de verdad, y cuerdas siempre tensas para darle al ya de por sí magnético estilo del Cd un aire épico y apoteósico en el directo. The Heat, Time y Busy Earnin’, sonaron de auténtico lujo. Viendo actuaciones tan portentosas como la de ayer, cuesta creer que no se hayan llevado el Mercury Music Prize este año; pero lo que sí es seguro es que la fama que se están labrando es más que merecida, y que pronto será casi imposible ver tan de cerca a Jungles como les hemos podido ver en esta edición del Primavera Club. Sin duda alguna, ha sido uno de los mayores privilegios que hemos presenciado en la ciudad condal este año. ¡Larga vida al resucitado Primavera Club!
Fotos de Pablo Luna Chao