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[Crónica] Portishead (Palacio de los Deportes, Madrid, 18-07-2014)

Portishead-©-Javier-Rosa_04Controlar lo inevitable.

El tiempo pasa de manera distinta en un concierto de Portishead. Seguramente es por su intensa carga emocional, pero lo cierto es que vuela estando con ellos: se consume como una mecha palpitando hacia el desastre; y aunque parezca que lo detienen casi en cada canción, no es más que una increíble ilusión recreada por los poderes de sugestión de su música. Engañan al tiempo, y a nosotros nos encanta ser partícipes. Su debut el pasado viernes en Madrid, tras 20 años de espera, fue de lo más sonado: una auténtica ceremonia de sentimientos, cambios de ritmo, profundas y sugerentes ambientaciones, internadas en la más sincera nostalgia, y en el más negro de los futuros. Todo lo que siempre hemos admirado y deseado de ellos, en un directo reforzado que llevan más dos años trabajándose.

Portishead-©-Javier-Rosa_05El bien acondicionado Palacio de los Deportes no se llenó del todo, pero fue testigo de la unánime emoción que sintió el numeroso público que acudió a la cita. A los de Bristol les bastó una hora y media para enamorar a quien no amase ya a Beth Gibbons, y para demostrar que el trip-hop seguirá vigente hasta el momento que ellos quieran. Bajo la incómoda aceptación del tempus fugit, los Portishead parecen haber encontrado una manera de burlar lo inevitable, de dominar y administrar, al menos por un momento, lo incontrolable. Como si pudieran congelar la imagen de la vida pasándote entre los dedos, para recordarte pausada y dulcemente lo frágil y efímero que es todo. Incluso la voz de Gibbons ha cambiado: más ajada y madura que antaño; pero hasta ese hecho incontrolable ha podido ser dominado y perfectamente gestionado por ella y por su banda.

Portishead-©-Javier-Rosa_02Tras un inicio algo lánguido con Silence y Nylon Smile, los Portishead detuvieron por primera vez la noche en Madrid al interpretar Mysterions. Con algo más de peso, y un marcado exotismo tras el primer estribillo, resultó ser la puerta de entrada a un mundo hipnótico y altamente sugestivo. Desde luego, las piezas más apreciadas fueron las más antiguas: una sofisticada y modernizada Sour Time, la potente Over, y la siempre elegante Glory Box, adornada con la luz apropiada, hicieron de la primera hora de concierto un auténtico hechizo irrompible. Pero fue sobre todo la escalofriante versión minimalista de Wandering Star la que nos hizo temblar: Barrow simplemente marcando el bajo, Utley acariciando contenido las cuerdas de su guitarra, y una Gibbons sublime y casi espectral cantando sentada frente al primero.

Portishead-©-Javier-Rosa_07También hubo momentos intensos a partir de su último trabajo. La dureza de Machine Gun, por ejemplo, complementada con una sucesión de imágenes dramáticas, sonó como una losa de pesimismo extraordinariamente bien expuesta justo después de Wandering Star. Aunque luego el nuevo amanecer del final, perfilado sobre un poderoso e imponente sol amarillo, nos sobrecogió a todos. El grito desesperado de Magic Doors sonó drástico y pretendidamente nada armonioso; y Threads, aun siendo la más floja, sirvió de buen falso cierre al reventar una extraña y lacónica distensión creciente al rebasar la hora. Poco antes, de hecho, se había roto un poco el encantamiento al sonar Chase the Tear, su tema más reciente, quedando incluso Cowboys algo aislada entre aquella y Threads.

Portishead-©-Javier-Rosa_08Ya en los bises, sin embargo, volvió la mejor versión de Gibbons con una soberbia interpretación de Roads. La de Essex parecía hielo derritiéndose, deshaciéndose lentamente como una imagen congelada que se resquebraja y muere sin perder el alma hasta el último instante. Una mujer tratando de parar el tiempo, de controlar lo inevitable y de dominar lo incontrolable. El verdadero cierre vino después de la mano de We Carry On, un tenso e inagotable ultimátum durante el cual Gibbons aprovechó para bajó a saludar al público de las primeras filas. No interactuó mucho más con la gente, y menos aún Barrow y Utley, que desde la producción electrónica, la batería y los platos uno, y desde la guitarra el otro, demostraron que Portishead va mucho más allá de la presencia y la voz de su frontwoman.

Puede que el tiempo haya pasado para Portishead como ha pasado para todos, que ninguno de nosotros seamos los mismos que hace 20 años. Y puede que ahora seamos más conscientes que nunca de lo rápido que pasa. No se puede vencer en la batalla de la inmortalidad; pero sí se pueden hacer eternos ciertos momentos que nos ayudan a engañar al tiempo, a dilatar los segundos, y a congelar la imagen para ver la vida pasar entre tus dedos y que ese instante nunca acabe.

Fotos de © Javier Rosa.

Escucha el setlist en Spotify.

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