[Crónica] Neil Young & Crazy Horse (Théâtre du Parc des Expositions, Colmar, 08-08-2014)
Imposible detener a Neil Young a sus casi 70 años. Desde 2010, por poner una fecha relativamente cercana, ha publicado cuatro discos, terminó y editó su autobiografía -en España titulada El sueño de un hippie-, y presentó un nuevo documental junto a Jonathan Demme. Todo ello entre conciertos en solitario o junto a Crazy Horse, con los que volvía a juntarse en 2012 después de casi una década. Ese mismo año grabarían Americana y Psychedelic Pill. La gira posterior, que se ha extendido hasta este verano en Europa, no ha pisado nuestro país, pero fuera de él ha habido grandísimas dosis del canadiense.
Hemos pasado dos tardes con él. La primera fue hace ya casi un mes en la Münsterplatz de Ulm, a los mismísimos pies de la catedral. Allí vimos a personas mayores correr hacia las primeras filas nada más abrirse los accesos a la plaza, anécdota o detalle que dice mucho de las ganas que hay de ver siempre a este hombre. El repertorio, que no va más allá de las dos horas, es similar cada noche. No cambia ese tramo acústico situado en la parte central, donde suenan Heart of gold y un Blowin´ in the wind interpretado de una manera que el Dylan actual ya ha olvidado. También ha sido habitual escuchar Love and only love, Name of love -versión de CSN&Y– y Who’s gonna stand up and save the Earth para cerrar el espectáculo. Hay pequeñas variaciones. Por ejemplo, nos estremecimos en Ulm con Cortez the killer, pero no en Colmar, pequeña ciudad francesa que acogía esos días su feria de vinos y que nos sirvió de excusa para concertar una segunda cita con él. Pero no importó que no viéramos esa noche a Cortez, no: en Colmar terminaba su gira europea y aquello debía tener un final deslumbrante. Y vaya si lo tuvo.
Se veía venir ya desde el quinto tema, un Like a hurricane inmenso, extenso, agotador. Raro que no se derritieran las guitarras. El tío Neil, embrutecido, encadenaba solos frente a nosotros, alargando la canción -si es que aquello seguía siendo una canción- y subiendo los decibelios hasta hacernos sentir dentro de un huracán terriblemente sonoro. Lo mismo ocurriría con Powderfinger, Down by the river -probablemente la que mejor recibió el público-, y un Rockin´ in the free world finalmente desquiciado. Con esta última canción podemos realizar una sencilla comparación entre el concierto alemán y el francés: lo que en Ulm fue un gran broche, pulcro y medido, en Colmar resultó algo inolvidable, siendo los primeros sorprendidos su banda, que sonreía cómplice ante lo que allí estábamos presenciando. No había manera de domesticar a un Neil Young ya enloquecido. Parecía imposible parar todo aquello. Pero, ay, terminó. Las luces se encendieron y el público enfiló hacia la salida para perderse entre copas de vino y jarras de cerveza. Pero ningún alcohol, moza o feria pudo, ni podrá, arrancarnos el recuerdo de un Neil Young en Colmar, agosto de 2014, cabalgando como nunca, emocionando como siempre.
Foto: altafidelidad.org