Crónica: MØ (Bikini, Barcelona, 21-03-2014)
Para que luego digan que los del norte no tienen sangre en las venas. La joven danesa Karen Marie Ørsted debutó ayer en directo en Barcelona, presentando un primer álbum que apenas lleva 10 días en el mercado, y lo hizo derrochando energía, fervor y unas ganas locas de entremezclarse y empaparse del numeroso público que la fue a ver. La cita tuvo lugar en la sala Bikini, en un ligero ambiente de fanatismo premeditado liderado por un grupo de (supongo) compatriotas de la cantante, que se lo pasaron en grande en segunda o tercera fila. En lo estrictamente musical, MØ estuvo bastante acertada: ciertamente, y a excepción de una actitud tal vez algo sobreactuada, parece mentira que apenas lleve unos meses sobre las tablas; pero desde un punto de vista más general, diría que esta chica, aun siendo algo mayor que él, pertenece en cierto modo a una suerte de Generación Neymar, donde las estrellas vienen precedidas por un entramado o aval mediático que, en mi opinión, no les hace ningún favor. Solo aligera y alisa el camino.
Nacida en Odense hace 25 años, MØ ha conquistado su país en tiempo record: su primer Lp, No Mythologies to Follow (Sony Music, 2014), no es sino la culminación de una escalada de éxitos recabados desde finales de 2012, y materializados en nada menos que siete adelantos. De hecho, ya actuó en el pasado DCode Festival, aquí en España, con la vitola de nueva estrella o artista emergente del electropop, por lo que la de ayer en Barcelona, y la de esta noche de nuevo en Madrid, en el Independance, son citas que pueden valerle a la danesa el esperado refrendo desde la distancia corta de las salas. Acompañada por una banda compuesta por batería, guitarra y programador, Ørsted no falló anoche en la Bikini. Añadió con ella más leña al fuego, aumentando la intensidad rítmica, la aspereza y el descaro de las texturas, y sirviendo más al desenfreno que al cuidado del detallismo artístico y estético.
En cualquier caso, estos dos últimos elementos parecen estar de manera innata en ella: su voz, por ejemplo, dura y natural, es una genuina y pequeña obra de arte, y es inseparable de su ser. Por otro lado, da la sensación de que, en efecto, es en su estética y actitud personal ante la vida misma donde reside su particular estilismo musical. Pero al margen de esto, y más allá de su incluso apreciable actuación como popstar, se perciben en su obra, y más en el directo, las diferencias entre la MØ, digamos, maquillada, y la que no lo está. O dicho de otra manera: La MØ que es un producto, que aparece empaquetada y lista para el consumo de las masas, es distinta a la que aparece una noche cualquiera sobre un escenario cualquiera. Debe ser como la diferencia entre ver entrenar a Neymar, verle realmente jugar al fútbol, con verle bien arregladito, presentado de cara a la galería, jugando solo para complacer a la legión de fans prefabricados por el arte del manejo de las masas.
Con esto no quiero decir que dude de las virtudes musicales de Ørsted y los suyos. Temazos como Pilgrim, XXX 88, Dust Is Gone o Walk This Way dieron fe de ellas. La cantante, hiperactiva sobre el escenario y con constantes posturas del tipo Y invertida y otras sensualidades, demostró su dotes y coqueteos con el R&B, el soul, y con todo lo que oliera a fenómeno rompepistas. Subida en unas botas de suela alta y en unas largas piernas que el público pudo acariciar en repetidas ocasiones, MØ dominó por completo la situación e impregnó toda la sala con su olor, su entusiasmo y su necesidad de soltar y desfogarse de sus movidas internas a través de la música. La instrumentación, entre lo grandioso y lo grandilocuente, contribuyó a que sudara y exhalara; y es ahí, en la intimidad de su desahogo, donde esta danesa se muestra tal y como es. Solo hay que saber quitarle las envolturas.
Concierto organizado por Hinode Entertainment.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist del concierto en Spotify, o míralo aquí.