[Crónica] Marissa Nadler (La[2] de Apolo, Barcelona, 07-10-2014)
El imborrable instante antes de romperse.
Visto y no visto. El concierto de la norteamericana Marissa Nadler anoche en La[2] de Apolo de Barcelona se desarrolló en lo que dura un suspiro sincero. En apenas una hora, seguramente aquejada de algún tipo de inseguridad o de una exacerbada timidez, la compositora, cantante y guitarrista defendió con extraordinaria fragilidad su último trabajo discográfico, July (Sacred Bones, 2014), ante un reducido público que asistió cómodamente sentado al recital. Oculta tras su melena negra en la penumbra, y armada solo con su impresionante voz y su habilidad para enmarcar arpegios, dio la impresión de ser la perfecta materialización humana de un quebradizo y delicado castillito de cristal oscuro de Swarovski: perfecto y admirable en su majestuosa vulnerabilidad, durante el eterno instante antes de romperse.
Venía acompañada de la chelista y teclista Janel Leplin, que revistió con texturas sedosas y cálidas la sobria, y por momentos impenetrable, puesta en escena. Participó en el minimalismo de la propuesta con aportaciones sutiles pero imprescindibles, en ocasiones haciendo el coro, y, sobre todo, siendo la balsa de salvamento y el objeto de las miradas de Marissa cuando la cosa empezó a torcerse. Porque lo que empezó como un concierto pulcro de formas estrictas, de renglones firmes de voz perfectamente envueltos en guitarra, y de una actitud que, aunque distante y retraída, parecía combinar bien con lo que estábamos oyendo, cambió incomprensiblemente a partir de I’ve Got Your Name, la octava canción de las once que interpretó, convirtiendo el final de la velada en una especie de fracaso escénico, dicho con todas las comillas del mundo.
Ignoro cuál fue el problema que tuvo. Era el único tema en el que no tocaba la guitarra, y desde el principio se notó que no sabía qué hacer con las manos. El teclado de Leplin, a modo de piano, no fue suficiente flotación, y Nadler acabó por hundirse, marcando un punto de inflexión con una canción que, en la línea melódica de la voz, recuerda poderosamente a Cat Power. En We Are Coming Back, justo a continuación, también acabó haciendo discretos aspavientos a los técnicos, y dejando el final en manos de la polifacética chelista, para luego disculparse claramente afectada. Habló de un problema de sonido, claro; pero no se apreciaron barbaridades capaces de explicar tal derrumbe. En todo caso, y sin desmerecer el global de su actuación hasta ese punto, habría señalado como único problema de sonido el exceso de volumen de la guitarra en un par de temas anteriores. Pero algo hizo que ella estuviera incómoda.
Lo cierto es que hasta ese momento, al menos en lo musical, había estado francamente bien; más allá de su voluntaria reclusión en sí misma, y de ese halo de solemne y oscura tristeza que viste, siempre bien ceñido a la piel. Nadler pasó de la sobriedad y de la inicial firmeza de temas como 1923 y Dead City Emily, a auténticos hitazos como Drive (Fade Into), Anyone Else, Was It A Dream y The Wrecking Ball Company, evolucionando durante el concierto una emoción latente y contenida que finalmente no llegó a culminar. En cualquier caso, es justo apreciar que la misma fragilidad que admiramos en ella cuando brilla, la que le otorga ese encanto vidrioso en su perfecta y vulnerable mejor versión, es la que amenaza desde dentro con romperla en cualquier instante. Y puede que anoche asistiéramos a un pequeño batacazo. Un acontecimiento que solo una artista tan sincera como ella podría haber llevado con tanta dignidad.
Pocos minutos después del final del concierto pudimos ver a Marissa y a Janel aventurarse Paral·lel para arriba en compañía de alguien de la organización, aparentemente con algo de premura, por lo que el hambre se unió a las otras muchas posibles explicaciones del traspiés de la norteamericana en el escenario. Puras especulaciones. Lo importante en estos casos, supongo, es quedarse con lo bueno de la velada: con el imborrable instante de pura emoción que nos regaló antes de romperse. Un puñado de canciones emitidas desde un corazón sensible, transmitidas por una voz penetrante y dulce en su eterna nostalgia, con las que de alguna manera nos quiere hacer partícipes de quién es. De hecho, es posible que esta sea la única manera que conoce para hacerlo.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist del concierto en Spotify.