[Crónica] Mad Cool 2016 (Caja Mágica, Madrid, del 16 al 18 de junio)
Ni el torrente de mierda que El Mundo vertió días antes sobre el festival ni las multitudinarias críticas a la organización tras la jornada inaugural han impedido que la primera edición del Mad Cool haya sido un éxito: 102.647 personas (repartidas entre 34.278 el jueves, 32.896 el viernes y 35.473 el sábado) asistieron a los más de setenta conciertos celebrados sobre los 176.000 metros cuadrados del recinto de la Caja Mágica a orillas del río Manzanares. No sólo cuadran los números. Tras un jueves donde reinó el caos -sobre todo por los fallos a la hora de pagar con las pulseras-, la organización supo recomponerse. Las quejas en los días posteriores descendieron y los conciertos, dentro de un magnífico ambiente, fueron los verdaderos protagonistas.
Abrimos la tarde del jueves con Tom Odell, que anda estas semanas presentando su segundo disco, Wrong crowd. Rodeado de buenos músicos y mostrando una desenvoltura envidiable a su edad, Odell, al que por momentos le plantamos casi sin querer la cara de un rejuvenecido Chris Martin, ofreció un concierto sobrio y con músculo dentro de un recinto cubierto, el 3, cuyo sonido en otros momentos del festival -recuerdo el rato que pudimos ver a León Benavente el viernes o Xoel López el sábado- fue deficiente, al menos desde las gradas situadas frente al escenario. Tras Odell, Lori Meyers volvían a demostrar, ya en uno de los escenarios exteriores -el segundo, llamado Matusalem- que siguen siendo una de las bandas nacionales más en forma si a directos nos referimos. Con un repertorio que ha vuelto a rescatar temas de su primera época -fantástica Sus nuevos zapatos-, los de Loja volvieron loco al personal una vez más con Luces de neón, Emborracharme o Mi realidad, puntas de lanza de un repertorio que a estas alturas, como diría Beatriz Pérez Aranda, funciona como un pepino.
Los Who llevan año y pico despidiéndose de los escenarios. Su Hits 50! Tour celebra las cinco décadas que el grupo lleva en activo, con Roger Daltrey y Pete Townshend como únicos integrantes originales tras las muertes de Keith Moon en 1978 y John Entwistle en 2002. El paso del tiempo puede mermar cualidades, pero otras las lima y enriquece. Ocurre con Townshend: no salta ni destroza su guitarra al final del concierto, pero su manejo del instrumento y el inabarcable repertorio de riffs no desmerece aquellas actuaciones de los días heroicos. La ristra de éxitos fue de aúpa, con una equilibrada representación de trabajos como Tommy (1969), Who’s next (1971) o Quadrophenia (1973), además de las obligadas My generation, I can’t explain o The kids are alright, entre muchas otras, en una despedida que, esta vez sí, se nos antoja definitiva. Nos recuperamos minutos después con The Strypes, jóvenes rapaces que mantienen viva la llama precisamente de grupos como los Who, aunque entre sus influencias se puedan rastrear también al padre de todo esto, Chuck Berry, o a eminencias más actuales como Arctic Monkeys o los primeros Mando Diao.
El viernes no contaba, ni de lejos, con un cabeza de cartel como los Who y Neil Young. Esa ausencia de tensión nos impulsó a disfrutar sin complejos de una jornada que comenzó con la delicadeza extrema de Jessica Pratt ante una audiencia mínima, y continuó con el enérgico concierto de Bigott en el escenario Matusalem frente a un público más abundante y copiosos rayos de sol. No hubo manera de colarse para ver y escuchar a Kings of Convenience -los recintos cerrados tienen aforo limitado y la organización aquí, por momentos, naufragó-, pero lo suplimos poco después con un Michael Kiwanuka que pide ya a gritos el ascenso a ligas superiores. Los adelantos de su segundo disco, Love & hate, que se publica el próximo 15 de julio, presagian un trabajo de altos vuelos. Veremos. Sobre el escenario ya le damos un sobresaliente extensible a toda su banda -¡qué guitarrista!-. Otis Redding, Prince o Bill Withers les felicitarían de forma efusiva. De nuevo en el exterior, Band of Horses demostraron una frescura que se empieza a echar en falta en sus últimos álbumes -el reciente Why are you ok no es una excepción-. Entre alguna pieza nueva, los de Seattle también despacharon algunos de sus temas más conocidos –Laredo, The funeral, la preciosa No one’s gonna love you-, consiguiendo altas cotas de comunión con un público entregado.
El sábado, último día de festival, comenzó fuerte con los recitales de London Souls y Gary Clark Jr, propuestas instaladas en un potente y bien entendido revisionismo de nombres superlativos del rock y el blues como Led Zeppelin, Jimmy Hendrix o Cream. No acompañó del todo el sonido en el caso de Clark, pero la incuestionable validez de su directo, amén de su notable desenvoltura a las seis cuerdas, evitaron la decepción.
El concierto de Neil Young quedará irremediablemente unido al de la primera edición -y las que tengan que venir- de este Mad Cool. Acompañado en esta ocasión por los mozos de Promise of the Real, banda donde militan dos hijos de Willie Nelson y con los que ha grabado su último disco, The Monsanto Years (2015), el tío Neil, de 70 años, ofreció un directo que nos llevaremos bajo el brazo a la tumba. La primera parte, con él solo y su guitarra, piano, órgano y voz, hizo que muchos de los allí presentes se derritieran hasta las lágrimas. No hizo falta mucho: un par de acordes de After the gold rush o Heart of gold. Algunos aguantaron algo más y cayeron frente a la inmaculada belleza de Mother Earth. Poco después la banda le rodea, acompañándolo en un conjuro que aumenta de intensidad hasta convertir el escenario en un ciclón eléctrico bajo una estupenda apariencia: la de una reunión de colegas haciendo rugir guitarras, bajo y batería. Young, viejo zorro, viene y va, nos mira a nosotros y a sus chicos mientras araña su Old Black. Gruñe. Caen Alabama, Words y una Winterlong de insuperable melodía. Pero es Down by the river, que se va a los veintitantos minutos, el punto culminante de la noche, del festival. Probablemente del año. Y aún hubo tiempo -el concierto se extendió hasta las dos horas y media- para Mansion on the hill, Like a hurricane, Rockin’ in a free world o un Love and only love que sirvió de inesperada prórroga. Al terminar el concierto andas aturdido de un lado a otro, preguntando qué hacer, a dónde ir. No era fácil, pero la Ben Miller Band, en el escenario Avalon, consiguieron colarnos en su particular fiesta a base de unas canciones inyectadas en country, bluegrass, rock y folk que beben hasta embriagarse de las mismísimas raíces de la música americana.
Fotos: Santi Hurtado