[Crónica] DCODE 2019 (Madrid, 07/09/19)
“No quedan días de verano, el viento se los llevó”. En Madrid, al menos, sí que quedaban todavía horas de verano el pasado sábado 7 de septiembre, día que se celebró la edición 2019 del DCODE, de nuevo en el campo de rugby de Cantarranas de la Universidad Complutense. Un vertiginoso tiovivo de actuaciones músicales desde las 11,30 horas de la mañana para los más madrugadores- un sábado según qué hora puede ser siempre temprano- hasta bien entrada la madrugada para los más jóvenes y/o osados.
El horario contínuo de festival con sugerentes cabezas de cartel repartidos en mañana y tarde no fue impedimento para una cifra récord de 20.000 asistentes. El caluroso día comenzó con la esperada actuación de Carolina Durante– una buena técnica la del gancho del grupo favorito emergente para que la gente acuda desde primera hora- que repasó su disco de debut ante un público variopinto. Los niños, salvo los más peques con sus cascos, escuchaban y bailaban con atención las irreverentes canciones de los madrileños, no más indóciles que las que los mayores escuchábamos desde la tv los sábados mañaneros en los 80. El concierto en el Escenario Élite, sin embargo, palideció por problemas de sonido ajenos al grupo en varios momentos de su actuación, que primero paró su actuación, a mitad, tras El Himno Titular y justo al final con La noche de los muertos vivientes, que prácticamente tuvo que ser terminada a capella con su cantante Diego Ibáñez acompañado por el público.
Los problemas de sonido fueron, por suerte, anecdóticos y, con La Casa Azul, el vigor del festival fue cogiendo fuerza. Con una puesta en escena espectacular- la última vez que le vimos en vivo, hace ya bastantes años, aparecía solo con su teclado- Guille Milkyway y su grupo- canciones con tantas referencias a Beach Boys, tanto en orquestación como en juegos vocales, serían quiméricas elaborarlas en solitario- hicieron uno de los conciertos más celebrados del festival. Esa singular fusión de letras tristes y música eufórica ejercía un efecto letal en los dcoders congregados, padres, niños y jóvenes, desde himnos como Podría ser peor a Revolución sexual, plagados de momentos emotivos contagiosos como las dedicaciones a Juan de Pablos o Montse y Luis de Elefant Records, su sello de toda la vida:”Algunos salvaron el mundo y ellos me salvaron a mi” comentó Guille, que acabó emocionado, si acaso todavía incrédulo, tras la ovación final.
Aunque la hora no parecía, en un principio, la más adecuada, a unos habituales cabeza de cartel de festivales veraniegos como Viva Suecia –al fin y al cabo era el primero de sus conciertos, el segundo la misma noche en casa, Murcia- su estreno en el escenario grande estuvo perfectamente acompañado por fans incondicionales- nadie lo dudaba- un acontecimiento animado por la expectativa de la presentación de sus recién estrenadas canciones (Algunos tenemos fe, Lo que te mereces) y para corear las clásicas (Adonde ir, Bien por ti, Todo lo que importa). Y, sí, hablando de fe, realmente su éxito no es un milagro, sino consecuencia necesaria de un trabajo cimentado disco a disco y actuación tras actuación. El comienzo de la tarde llegó con Tom Odell acompañado de su piano, seguido de la vertiente indie más electrónica de Miss Caffeina, que alternó sus éxitos con las canciones de su último disco Oh Long Johnson como Merlí o Reina con versiones como Freed from Desire, aquel éxito eurodance de Gala del 96 o Cola de pez enlazado con Vogue de Madonna.
Otro de los platos fuertes del día llegó con la presencia en el escenario de Eels que presentaban- de nuevo- su último disco The deconstruction. Ni en la actuación ni en el setlist hicieron demasiados cambios con relación a actuaciones previas, por lo que el cuarteto no decepcionó pero tampoco se quedó entre lo mejor del festival. Destacó tanto en las versiones –Out in the street, de The Who, Rapsberry Beret de Prince– como en las propias, sobre todo en la celebrada- un clásico indiscutible de los 90- Novocaine for the soul y aún así dejaron de lado muchos cortes que hicieron su colección de grandes éxitos de 2008, Meet the Eels. En todo caso siempre es disfrutable la maestría musical de los cuatro Eels: Everett en la guitarra, voz principal e instrumentos de percusión, el bajista Big Al, The Chet, cuyo verdadero nombre es Jeff Lyster, en la guitarra principal, y el recién llegado Little Joe en la batería.
El factor nostálgico de los noventa se acentuó con la llegada de The Cardigans, que tras más de 10 años sin actaur en España, eligieron Madrid para celebrar el vigésimo aniversario de su oscuro álbum Gran Turismo. Como suele ocurrir con este tipo de celebraciones, donde el conocimiento y la popularidad de todas las canciones no es uniforme, las actuaciones están llenas de altibajos- y cierto sopor, sobre todo para una juventud que no está acostumbrada a la angustia premilenial de los 90-convirtiéndose el momento de los singles- es decir, Erase/Rewind y, sobre todo, My favourite game- en los de mayor algidez. Por suerte llegaron los bises para celebrar con la preciosa For What It’s Worth– con la aportación cálida de la armónica de Nina – o Love Fool y, eso sí, la espera de un nuevo disco después de 15 años.
Amaral, tal vez la banda que mejor podría atraer a un público mayoritario en el festival madrileño, hizo aparición a las once en el escenario #2 decorado con una gran cortina de cristales y con Eva disfrazada de astronauta para presentar su recién estrenado disco. Los clásicos de la banda como Universo sobre mí, Moriría por vos, Cómo hablar o Son mis amigos, se entrelazaban con comodidad con las canciones nuevas como Juguetes Rotos, Mares igual que tú, Bien alta la mirada y Nuestro tiempo.
La noche a partir de ahí estuvo claramente separada entre los que pedían acceso libre a la pista de baile con los Two Door Cinema Club y, los menos, los que regresaban al escenaro Élite para ver la inesperada y excepcional actuación de FIDLAR, una formación de punk rock que lleva ya una década de existencia y que en enero publicó su tercer álbum, Almost Free, con un nivel genuino de energía en el escenario que se transmitía con gran empatía entre el público. Como suele ocurrir en los festivales, los escenarios pequeños ocultan pequeñas joyas, y éste fue uno de los casos.