Crónica: Damien Jurado (Apolo, Barcelona, 10-03-2014)
Aguanten la respiración: Damien está en la sala
La sala Apolo de Barcelona se engalanó anoche de lujo y excelencia para recibir la visita, en las condiciones que merece, de Damien Jurado. Venía solo esta vez, armado con una simple pero infinita guitarra, y no se movió en casi todo el concierto de una parca silla plegable colocada en mitad del escenario. Él mismo, junto a su novia, se había encargado de alinear previamente los varios cientos de sillas iguales a la suya para el público: actividad que, según él, roza la categoría de arte. Una apreciación que supongo que es normal viniendo de alguien que parece exhalar arte cada vez que abre la boca o mueve los dedos. Sin embargo, su virtud no consiste estrictamente en alinear correctamente notas y frases: aunque no lo parezca, lo que hace único a Jurado es su capacidad para sumergirse y bucear en las profundidades como si no necesitase aguantar la respiración. Es un anfibio que esconde bien su complejidad bajo una aparente sencillez.
Habló de su experiencia en Galicia, donde tocó el pasado viernes y en anteriores ocasiones, con la emoción y el entusiasmo de quien se adentra en lo desconocido solo para conocer, de quien no escarba para llegar al otro lado, sino para llegar al alma y al núcleo de todas las cosas. A Jurado no le vale con nadar en la superficie; ni le vale Barcelona y Madrid para conocer de verdad y saborear nuestro país. Por eso en su actual gira ha programado citas en ciudades como Vigo, Valladolid o Algeciras, además de en Zaragoza, Valencia y en la ciudad condal. Más allá de las apariencias, el músico de Seattle salió anoche a la palestra de Apolo con cierto aplomo y hermetismo, como si fuese a dar una versión cerrada de sí mismo y de su obra, pero pasadas cuatro o cinco canciones destapó su propio envase, y nos invitó a todos a zambullirnos con él en su profundo pero ordenado interior.
Fue un concierto de velas derritiéndose lentamente. Un acústico monumental esculpido en americana a base de pinceladas gruesas y finas de su voz tranquila, capaz de llenar y desbordar la sala entera. Canciones como Metallic cloud o Museum of flight arrancaron más de una lágrima, y la emoción pudo palparse en todo momento. Bajo su aspecto, un tanto rudo y serio, su pétreo semblante y su camisa de cuadros, se esconde un artista fino y delicado, sensible y muy capaz de retocar y moldear sus temas, como si fueran piezas de barro bien molido, con un simple cambio de intensidad en la pulsión de sus dedos. Jurado plantea su experiencia vital y los conciertos como una inmersión en doble sentido: penetrando en nosotros gracias a su música, para luego llevarnos con él en su interior cuando coja el avión de vuelta a casa. Tan sencillo como dar y recibir.
Sonó casi todo su último Cd, Brothers and Sisters of the Eternal Sun (Secretly Canadian, 2014), y también canciones más antiguas como Cloudy shoes, Diamond Sea o Working Titles. Ya en los bises interpretó Ohio, protagonizando una divertida y cariñosa anécdota: un tal Martín aplaudió a la tercera nota y Jurado, muy animado y espontáneo él, movió su silla hasta colocarla frente a él para dedicarle especialmente la canción…a Martín y a una pareja imaginaria de éste sobre la que el de Seattle elucubró un buen rato. Lo cierto es que, pese a declararse poco amigo de la adulación, supo robarnos a todos el corazón. Entrañable y potente musicalmente hablando, Jurado se marcó uno de esos conciertos que difícilmente olvidas por la combinación de grandeza humana y artística, que desgraciadamente no es algo que abunde.
No fue, sin embargo, un concierto solemne o de apabullante grandilocuencia atmosférica. Todo en Jurado suena a verdad, a auténtica franqueza que no necesita revestimientos ni caracterizaciones teatrales de ningún tipo. El suyo es un discurso de honestidad, una mirada clara y paciente que profundiza y que no se queda en lo inmediato. De hecho, después de la hora y media que estuvo anoche en Apolo nos fuimos con la sensación de que ahora le conocemos un poco más que antes. Sin embargo, y eso es lo más fascinante, logró imbuirnos de esa maravillosa sensación que se produce cuando, al adentrarnos y al empezar a entender algo desconocido, somos conscientes de su envergadura y complejidad. Es el placer filosófico por excelencia: cuanto más sé, mayor es el porcentaje de mi ignorancia.
Concierto organizado por Houston Party y Cloudy Dog