Buena vida delivery
Buena vida delivery – Crónica picaresca del corralito
Decía Oscar Wilde que una mala poesía es una poesía sincera. Aunque Buena vida delivery no sea un mal film sí que desprende a través de ciertas carencias su honestidad.
La película sufrió los bandazos de la crisis económica argentina, con el consiguiente déficit de subvención y medios, visibles en el metraje y producción. Poco tiempo y dinero que provocaron que el film no sea un culto al virtuosismo de la forma. En contrapartida, la película goza de la textura del neorrealismo y sanas limitaciones con la dirección y el atractivo guión de Leonardo Di Cesare. Un guión que, sin embargo, y quizá por falta de medios y timing, concluye de forma precipitada y no redondeada para unos, y esperanzadora y abierta para otros, y que, para los que esperan una comedia delirante, carece de la batería de gags efectistas y constantes de las sitcoms.
Con estas vicisitudes se desarrolla Buena vida delivery; o cómo Hernán, tras ver cómo su familia emigraba a España en busca de mejor fortuna, conoce a Pato para asistir al desplome de su historia de amor al no resistir ésta las exigencias que impone una sociedad anegada por la picaresca de la supervivencia. Un romance abocado al happy ending se trunca con la llegada al nido de amor del padre, madre e hija de Pato. La identificación entre público y personaje se dispara con Hernán, que no es precisamente el tuerto en el país de los ciegos, sino el boludo pasto de estafadores y vivarachos. La trama, aliñada con cierto tono nihilista y los equívocos e incomunicaciones entre personajes que no están en armonía con su pasado y futuro, trae leves reminiscencias del teatro del absurdo. Un teatro cuyo escenario es el exiguo, pero cada vez más abarrotado, y algo kitsch, piso de Hernán.
La puesta en marcha del negocio de churros por parte del padre de Pato, el hiperbólico (por el extremismo de pillería, charlatanería y chantaje emocional) Venancio, es la cúspide de una escalada que el protagonista no puede parar si no quiere ser tachado de inmisericorde. Imbuidos del relato costumbrista, Hernán (un bobo desconcertado) y Pato (solitaria y dependiente de los demás) padecen una historia que habla de los lazarillos de Tormes que habitan los espacios que él recorre en moto para ir a trabajar.
A través del ascetismo formal y la comedia ligera se esconde, pues, el problema de la emigración, la inoperancia burocrática, el paro y la falta de un futuro estable, por lo que el film es la metáfora del bebé parido a imagen de su coyuntura, y que todos ven con entrañable condescendencia.
Autor: Darío Fernández