Bowie y el fascismo
¡Mirad, yo os enseño el superhombre! El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!
(Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche)
No hay que analizar en profundidad los primeros trabajos de David Bowie para toparse con referencias al tema de la raza suprema y el superhombre en algunas de sus canciones. “Siempre tuve una repulsiva necesidad de ser algo más que un humano. Me sentía endeble y pensaba que quería ser un superhombre”. Estamos a principios de los setenta, cuando personajes como Ziggy Stardust y Aladdin Sane, dos de sus creaciones más reconocidas, deambulaban por nuestro planeta mientras miles de seguidores se postraban a sus pies.
Poco después se presentaría ante el mundo como The Thin White Duke -el Delgado Duque Blanco-. Atrás quedaban las alucinadas vestimentas de Ziggy Stardust y sus Arañas de Marte. Primaban ahora, bajo un peinado sobresaliente, las camisas blancas almidonadas y los pantalones negros. No faltaba el paquete de Gitanes asomando del bolsillo del chaleco. Tampoco la cocaína, ingrediente esencial de su dieta californiana junto a la leche y, al parecer, los pimientos rojos. Nos referimos aquí al Bowie de 1975, escurridizo protagonista del documental de la BBC Cracked actor dirigido por Alan Yentob.
Con el paso del tiempo se evidenció la atracción de Bowie por todo lo concerniente al Tercer Reich. Su interés por el expresionismo alemán desembocó en terrenos incómodos. Años después, él mismo lo negaría: “En esa época estaba desquiciado, totalmente enloquecido. Funcionaba sobre todo a base de mitología […] Lo de Hitler y el derechismo […] Había descubierto al rey Arturo, […] el rollo racista”. Tachó de bromas y provocaciones las declaraciones aparecidas en la revista Rolling Stone, en febrero de 1976, tras la publicación del sensacional Station to station: “Para empezar, habría que enderezar los valores morales. Son repugnantes. Las masas son tontas. Sólo hay que ver los líderes culturales de ahora”. Por otro lado, estaba convencido de que él “hubiera sido un Hitler muy bueno, un dictador excelente. Muy excéntrico y bastante loco”.
En septiembre del mismo año, un jovencísimo Cameron Crowe entrevistaba a Bowie para Playboy. Hubo preguntas sobre Bob Dylan, James Dean, el amor, las drogas. Y surgió la figura de Hitler en la conversación. Según Bowie, “las estrellas de rock son fascistas. Hitler fue una de las primeras. Piénsalo. Mira sus películas y observa cómo se movía. Creo que era tan bueno como Mick Jagger. Utilizó la política y las herramientas del teatro para crear algo que gobernó y controló su espectáculo durante aquellos doce años. El mundo nunca volverá a ver a nadie como él. Escenificó un país”. La cosa no terminó ahí: “Creo firmemente en el fascismo. La única forma de aligerar la clase de liberalismo que está infectando el aire ahora mismo es acelerar el progreso de una tiranía de derechas totalmente dictatorial, y quitárnosla de encima lo antes posible. La gente reacciona de forma más eficiente bajo un gobierno militar”. David Buckley, en su biografía Strange fascination (2000), subraya unas declaraciones de Bowie en Estocolmo: “El Reino Unido se beneficiaría con un líder fascista”. También informa de una detención en las aduanas ruso-polacas por posesión de parafernalia nazi. En cualquier caso, hay que tener siempre en cuenta que muchas de las palabras atribuidas a Bowie, especialmente durante la década de los setenta, suelen aparecer sin citar ninguna fuente.
Pero, sin lugar a dudas, la historia más conocida del coqueteo de Bowie con el fascismo tuvo lugar el domingo 2 de mayo de 1976. El artista regresaba de Alemania, donde había ofrecido su primer concierto en Berlín el 10 de abril. En la estación Victoria de Londres esperaban con impaciencia cientos de fans y periodistas. Tras bajarse del Oriente Express, Bowie saludó a su audiencia desde el Mercedes-Benz negro descapotable que le esperaba. Pocos días después, la revista New Musical Express (NME) le dedicaba su portada. En ella, Bowie aparecía con el brazo derecho extendido, de pie dentro del coche –alemán-, agradeciendo a sus seguidores la espera y el cariño que mostraban. Bajo la foto, un contundente titular: Heil and farewell (Heil y adiós). La prensa enseñó los dientes y se abalanzó sobre su presa. Muchos periodistas confirmaron que su saludo no había sido ni un “signo de paz” ni un “efecto de luz”, justificaciones dadas por el propio Bowie pasado algún tiempo. Un año después, a través del semanario británico Melody Maker, el artista sentenciaba: “No soy un fascista”.
Poco después de su regreso a Londres, Bowie se trasladó a Blonay, en Suiza. Allí pasaría la mayor parte del tiempo pintando y leyendo. También paseando y charlando con Oona O´Neill, la mujer de Charlie Chaplin. En junio produjo The idiot para Iggy Pop entre Múnich y Berlín. Durante esas semanas comenzaría a gestarse su siguiente disco, Low (1977), el primero de la comúnmente conocida como “trilogía berlinesa” que completarían “Heroes” (1977) y Lodger (1979). Tras confirmarse en septiembre que Bowie estaba viviendo en Berlín, la prensa especuló una vez más sobre su fijación por la República de Weimar y la Alemania nazi. Las razones esgrimidas por Bowie eran otras: vivir en aquel Berlín, fascinante y decadente a partes iguales, le servía de terapia e inspiración. Atrás fueron quedando las ingestas de cocaína y la locura californiana. También se alejó de su mujer, Angela, de la que terminaría divorciándose en 1980. Su piso, situado en el barrio de Schöneberg, se encontraba en un insípido edificio de la Hauptstrasse. Desde allí comenzaría un nuevo capítulo de su vida y entregaría, ya junto a Brian Eno, algunos de sus discos más recordados. Como rezaba una de las canciones del memorable Low, Bowie, una vez más, inauguraba una nueva carrera en una nueva ciudad.