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[Crónica] Bob Dylan (Auditorio Nacional de Música, Madrid, 28/03/18)

Tal vez llegue un día, probablemente no muy lejano, en que Dylan, aburrido, decida no salir más al escenario. Y en este mundo en el que vamos cada vez más quedándonos escasos de leyendas, y mucho más en activo, no estamos para desaprovechar oportunidades. Por mucho que queramos, hasta las giras interminables tienen un final. Por ello esta gira europea  era la ideal para poder ver a la leyenda entre leyendas en un formato que, por otro lado, tampoco ha cambiado en la última década. No nos engañemos. Hace tiempo que sabemos que no vamos a ver al Dylan que quisiéramos ver. Hace ya mucho tiempo que el de Minnesota abandonó la guitarra acústica y la armónica. Además, Dylan siempre ha sido ser intencionalmente destructivo con su viejo catálogo, que contorsiona de forma beligerante, cambiando los arreglos, hasta el punto de hacerlo irreconocible. Sin embargo, si hace unos años nos podíamos quedar con cara de tontos, ahora ya no nos pilla tan de sorpresa. Al fin y al cabo podemos conocer de antemano el repertorio previsto.

En la sala había una prohibición absoluta de fotógrafos, profesionales o amateurs, así que quien quiera contar que ha visto a Dylan, es sabido que debe aportar otras pruebas periciales, preferiblemente testimonial. Así, apoyado por su excelente banda de cinco miembros- que, por cierto, nunca presenta – Robert Allen Zimmerman dedicó el conjunto de 20 canciones a recitar clásicos viejos y nuevos.

Es un hecho notorio que Dylan está orgulloso de su Oscar, porque Things have changed no sólo no ha salido de su repertorio desde que obtuvo la estatuilla a mejor canción original en el año 2000, sino que, en tiempos recientes, la ha colocado como apertura de todos sus conciertos. Parece como una reivindicación, un puñetazo en la mesa o una especie de ejercicio de autoafirmación del Dylan compositor del nuevo siglo, para aquellos malpensantes convencidos de que lo mejor de su carrera se quedó a mediados de los setenta.

Por otro lado, es de agradecer que el recientemente ganador del Premio Nobel escogiera pocos standards de sus tres últimas entregas discográficas. Realmente, ir a ver a uno de los mejores compositores vivos para verle interpretar versiones de los años 50 no resulta una idea muy atractiva. Ese hecho coadyuaba a que en el escenario del Auditorio, su discografía más moderna, resultara aún más interesante. En ese sentido, la leyenda de 76 años se crecía tras cada versión con sus interpretaciones de High Water (For Charley Patton) (2001) o Pay In Blood (2012), de Tempest (2012), un álbum que fue el mayor protagonista de la noche, con otras piezas como Soon After Midnight y Early Roman Kings.

Con ese ambiente clásico de blues y jazz que amenizaba toda la velada, el contrabajo de Tony Garnier era un elemento esencial de muchas de las piezas, como en Spirit on the Water de Modern times (2006), sin olvidar el memorable trabajo restante del resto de músicos. Nosotros sí les nombramos: George Receli, Stu Kimball, Charlie Sexton y Donnie Herron. Fue con la larga interpretación de Desolation Row, con un Dylan entusiasmado al piano, el que proporcionó más interacción entre público y músico, quien, de forma inaudita, incitaba sonriente a acompañarle con las palmas.

Probablemente, como ya comentaba al inicio, no es el Dylan que quisiéramos ver. En cualquier caso, su vehemencia y el fervor en la ejecución- desprovista, por cierto, de todo ego- resulta, aún hoy, completamente contagiosa. Y eso, en un músico que, desde hace tiempo, ha cumplido con creces su función en la Historia, es más que suficiente.

 

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