Cuando los polos opuestas se acercan.
Con algo de retraso sobre el horario previsto, y con la sala Razzmatazz 2 rebosante de expectación y ganas de pasarlo bien, la banda canadiense Austra hizo anoche su debut en Barcelona, exhibiendo su segundo trabajo, Olympia (Domino, 2013), en un animado directo. El buen ritmo de la venta anticipada hizo necesaria la reubicación del concierto hace algunas semanas, programado en principio en la sala 3, y aún así la 2 casi se les queda pequeña. Fue un concierto de apenas una hora, más propio de un festival que de una noche de exclusivo protagonismo, pero no necesitaron más de 10 minutos para dejar al público más que satisfecho. Como si conocieran con exactitud cuál es la dosis recomendada de sí mismas, las Austra parecen dominar a la perfección su propia puesta en escena, sacándole muchísimo partido a un material musical que, sin ser excesivamente brillante, ha caído bastante bien entre el público. Éxito en clave de estética.
La banda nació en formato trío en Tornonto en 2009, y aunque ayer se presentaran como cuarteto, en todo momento quedó muy claro cuál es el núcleo duro de la formación, y dentro de éste, quién lleva las riendas. Katie Stelmanis, vocalista de 28 años que desde los 10 estudió en el Canadian Children’s Opera Chorus, lidera al grupo desde un teclado Nord Stage rojo y, sobre todo, a través de una enorme e inmaculada voz de evidente educación clásica. Admiradora confiesa de la ópera, del techo industrial y del house de Chicago, se muestra como la encarnación perfecta del contraste estilístico y musical, resultando en conjunto, sin embargo, tremendamente coherente, valiente y, por tanto, atractiva. Maya Postepski, principalmente a la batería, y Dorian Wolf, al bajo y sintetizadores, completan el núcleo original de Austra; pero en realidad, basta con describir el aspecto y la actitud de Stelmanis sobre el escenario para tener una imagen global del sonido y del concierto que ofrecieron anoche.
Usando un burdo paralelismo entre su indumentaria y su música para ilustrar ambos contrastes, diría que todo se basa en unas enormes plataformas de horma ancha hechas de goma, electrónica y plástico suaves, adecuadas para un mezzo tempo más compacto que contundente; y también que a la vez todo está presidido e iluminado por la elegancia y el toque clásico de la voz, del semblante, de su pelo rubio, e incluso de la chaquetilla negra de torera con bordados dorados que llevaba ayer. Y es precisamente en esta disparidad donde reside el encanto de Austra. En cualquier caso, ese todo, la parte neutra entre lo noble y lo pagano dominada por los teclados, se mostró ayer fundamental como nexo de unión entre los dos polos y, además, bajo la accesible y moldeada morfología del electropop, como umbral de entrada del público en la fórmula del concierto. Y lo que ésta requería, de principio a fin, era una buena predisposición para el baile.
En general el sonido de Austra resultó notable: plantando bien los cimientos en suelo fino, las canadienses lograron edificar sus temas con la solidez que precisa un estilismo tan concreto y distinguido, pero con un acabado exterior elástico y dúctil. Rígido, y a la vez sensible y atento al vuelo de una delicada mariposa, fue una apuesta constante por el ambiente propio de la música de pista, aunque con recurrentes homenajes al revisionismo pseudo-gótico propio del oscurantismo del synthpop y del dreampop de los años ’80, del que bebieron más para su primer disco que para el segundo. Así animaron, fundamentalmente, el pulso de la noche: con canciones del Feel It Break (Domino, 2011) como The Villain, hacia el cuarto de hora, o Lose It y Beat And The Pulse, ya en el último tramo. La sofisticada Painful Like, casi al principio del recital, Sleep, seguramente la más lenta, en el ecuador, y Annie (Oh muse, you), a modo de falso y festivo cierre, también hicieron las delicias del público.
Concierto organizado por Houston Party.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist del concierto en Spotify, o míralo aquí.
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