Albert Camus – El extranjero
La celebración del centenario del nacimiento de Albert Camus es una ocasión perfecta para repasar la que quizá sea su obra más emblemática, la que le dio la fama y la que más comentarios ha suscitado. Leída hoy, El extranjero sigue conservando su inmenso poder hipnótico y perturbador.
El protagonista, Meursault, es una especie de ser aislado, ausente, que vive en sociedad pero se comporta como si necesitara estar a espaldas de ellas. Es una especie de animal humano, que se relaciona con los demás con el fin de cubrir sus necesidades básicas: comer, vestirse, hacer el amor… pero todo lo demás le es indiferente. Su código moral, si es que puede llamarse así, es personal e intransferible. Al principio de la narración recibe la noticia del fallecimiento de su madre con una perfecta frialdad, comportamiento que va a seguir manteniendo durante su velatorio y funeral. En cualquier caso, Meursalult tiene derecho a comportarse así, pues la sociedad también admite en su seno a seres asociales. No importa que carezca de ambiciones, que nunca adopte la iniciativa en las relaciones con otros seres humanos o que para él la existencia sea algo anodino y sin importancia; el contrato que le une al resto de la sociedad va a ser quebrantado irreversiblemente cuando cometa la acción más ignominiosa: el asesinato.
La segunda parte de la novela está dedicada casi por entero a la descripción de la detención y proceso de Meursault. Hay quien la emparenta con El proceso, de Franz Kafka, por lo absurdo de algunas situaciones, pero yo encuentro una diferencia fundamental entre Josep K y Meursault: mientras el primero desconoce su culpa, el segundo ha cometido un asesinato y asume casi con indiferencia las consecuencias de su acto. Es curiosa la actitud del protagonista, enfrentado a una posible sentencia de muerte en la guillotina: si bien se manifiesta a sí mismo que no le importa morir, puesto que todos hemos de morir tarde o temprano, no puede evitar anhelar la libertad perdida, cuando la atisba a través de los sonidos o los olores que le llegan del exterior. Esto nos pone sobre la pista de que aun no siendo del todo un ser humano corriente, el protagonista sabe diferenciar lo que es placentero y lo que no lo es. Solo que parece darse cuenta cuando ya ha perdido para siempre su libertad de elegir:
«Se levantó la sesión. Al salir del Palacio de Justicia para subir al coche, reconocí por un breve momento el olor y el color de la tarde de verano. En la oscuridad de mi prisión móvil, volví a encontrar uno a uno, como desde el fondo de mi cansancio, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba y de una cierta hora en la que solía sentirme contento.»
Dicho todo esto, si analizamos el juicio al que se enfrenta Meursault parece prestarse mucha más atención durante el transcurso del mismo a su conducta precedente (sobre todo en relación con el funeral de su madre) que al mismo hecho del asesinato: no parece juzgarse el acto, sino al hombre. Como si la sociedad quisiera purificarse describiendo a Meursault como un ser ajeno a la misma. El acusado tampoco parece tener la más mínima intención de defenderse. Tratar de justificar su acto sería hipócrita. Él es incapaz de mentir, de fingir, algo imprescindible para convivir en sociedad. Por eso cuando declara lo que sucedió de verdad, que el exceso de Sol le llevó a cometer el asesinato, el público ríe. Meursault sabe que ha quitado una vida humana, tan absurda y tan digna de ser vivida como la suya propia, por lo que acepta el veredicto. Luego la religión intentará aprovecharse de su situación para asaltar por última vez su alma, para redimir un crimen que se transforma en un pecado y que puede ser vencido a fuerza de arrepentimiento. Su instinto rechaza tal ofrecimiento de redención por parte del sacerdote porque «ninguna de sus certidumbres valía el cabello de una mujer».
El extranjero, como hijo del movimiento existencialista, ha inspirado diversas interpretaciones a la actitud de Meursault. Para muchos él representa al hombre libre, al que escapa de las convenciones sociales para vivir una existencia libre de hipocresías, lo que lo desplazaría del resto de la sociedad. Así Mario Vargas Llosa, comentando la novela en su ensayo Las verdad y las mentiras, habla del sentimiento fingido como un instrumento imprescindible para la cohesión social:
«El sentimiento fingido es indispensable para asegurar la coexistencia social, una forma que, aunque parezca hueca y forzada desde la perspectiva individual, se carga de sustancia y necesidad desde el punto de vista comunitario. Esos sentimientos ficticios son convenciones que sueldan el pacto colectivo, igual que las palabras, esas convenciones sonoras sin las cuales la comunicación humana no sería posible. Si los hombres fueran, a la manera de Meursault, puro instinto, no solo desaparecería la institución de la familia, sino la sociedad en general, y los hombres terminarían entrematándose de la misma manera banal y absurda en que Meursault mata al árabe en la playa.»
Así pues, más que un héroe rebelde, un ser que es capaz de vivir de espaldas a la sociedad, Meursault es un hombre cuya visión del mundo excluye la empatía hasta el punto de que asesinar a otro ser humano no es para él sino algo anodino, sin consecuencias en el propio yo, aunque las vaya a tener en su vida externa. La hazaña de Camus (recordemos que no tenía todavía treinta años cuando escribió El extranjero) es que el lector se sienta irresistiblemente atraído por la visión del mundo de Meursault, hasta el punto de que el personaje nos despierta ciertas simpatías, hasta que recordamos que es un asesino. La escritura simple y precisa del autor de La caída consigue que el lector saboree en todo momento la narración de manera pausada y reflexiva. Además Camus regala párrafos tan asombrosos como los que transcurren en la playa donde va a cometerse el asesinato, cuyo ambiente se vincula de una manera extrañamente natural con el estado de ánimo del protagonista. Se trata de una descripción tan precisa del ambiente, de la luz, del calor, que casi hay que leerla con las gafas de Sol puestas. Cada libro de Camus nos sigue demostrando que, contrariamente a otros de su época, es un autor que sigue estando de plena actualidad.
Texto: Miguel Ángel Jiménez Guerra (http://elhogardelaspalabras.blogspot.de/)
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