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[Crónica] Bob Dylan (Sevilla, 10/06/23)

No podemos dejar atrás el contexto. Si uno quiere mantener indemne el aura de leyenda es más fácil hacerlo desde la sombra del retiro que desde un escenario, día tras día, en una gira literalmente interminable, y mucho menos cuando cumples ya una edad que merecerías ese descanso. Salir a la carretera día a día cuando la mayoría de los artistas de tu generación hace tiempo que la abandonaron es, en el caso de Dylan, un misterio inescrutable y, al mismo tiempo, admirable.

Sin embargo, con todo, ese bagaje te permite salir a un escenario con los músicos que quieres y tocar lo que te de la gana, y prescindir, si te apetece, de la charla en el escenario y cualquier forma real de interacción con la audiencia. Y mucho más si acabas de publicar un nuevo álbum, con el mismo espíritu del que comienza: “Este es mi último disco y es lo que vais a escuchar”. Y sí, si Dylan continúa de gira, probablemente es porque está realmente estimulado por el lanzamiento de su primer álbum de material nuevo en ocho años, Rough And Rowdy Ways, de 2020. Amparado por Bob Britt – que ha tocado también en varios discos de estudio del de Miinesota- y Doug Lancio a la guitarra, Tony Garnier- su director musical y el más longevo de la banda- al bajo, Jerry Pentecost a la batería y Donnie Herron a la guitarra eléctrica, violín y mandolina: todos rodeando a Dylan detrás de su piano en un escenario lynchiano con poca luz y frente a una enorme cortina roja, mientras que  los teléfonos móviles son guardados bajo llave en bolsas magnéticas durante la duración del espectáculo.

Si en sus más recientes actuaciones, todavía sin disco nuevo, Dylan deconstruía sus canciones clásicas y rara vez cogía una guitarra, para su nueva gira ha decidido mantener bastantes de sus postulados. Si el blues rural y el honky-tonk fue prácticamente protagonista singular durante  toda la noche, sobre todo gracias a las canciones de Rowdy Days, Dylan cumplió con el protocolo al ofrecer clásicos al vulgo como la apertura Most Likely You Go Your Way and I’ll Go Mine de su Blonde on Blonde de 1966, When I Paint My Masterpiece de 1971 -que grabaron primero The Band -o I’ll Be Your Baby Tonight, también de Blonde on Blonde, eso sí, con los suficientes cambios de ritmo como para evitar cualquier intento de hacerla familiar. Después de nueve canciones, Dylan cogió finalmente su armónica para acompañar To Be Alone with You-la original de Nashville Skyline apenas dura dos minutos- para aplauso y regocijo del auditorio.

Si el ritmo épico de Key West (Philosopher Pirate), una de las piezas centrales de su último disco, con un arreglo completamente diferente al del álbum, fue un punto de inflexión del concierto, el público disfrutó nuevamente con el cambio de registro en Gotta Serve Somebody, el single reescrito y revitalizado del Slow Train Coming de 1979- aquí triunfó más Man Gave Names to All the Animals, su único nº1 en nuestro país- así como el swing de That Old Black Magic, de su segundo disco de standards, Fallen Angels. Every Grain Of Sand, otra de las canciones recuperadas del subestimado Shot Of Love de 1981, que cerraba ese álbum, también se encargó de cerrar el programa de la noche, sin sorpresas como pudo ocurrir en otras actuaciones del legendario músico. No son comprensibles los titulares de algunos medios al modo de “Dylan no ofreció éxitos a su público” cuando uno ya conoce el setlist básico desde el comienzo de la gira: ya debes saber a lo que vas. Y eso vale, en general, para cualquier concierto. El gran poeta estadounidense ganador del Premio Nobel ofrece su versión 2023, presenta su nuevo disco y lo hace, como desde hace 60 años, a su manera, como decía su ahora admirado Frank Sinatra.

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