[Crónica] Monkey Week (Sevilla, 18-20/11/21)
El festival volvió a la presencialidad del 18 al 20 de noviembre en el Cartuja Center CITE
Volvía el Monkey Week a la plena presencialidad tras una edición, la del pasado año, que ofreció a través de internet contenidos desde un escenario ubicado en el Teatro Alameda. Pero el festival aún no ha regresado del todo a su hábitat natural, ya que ha abandonado (suponemos que de momento) los habituales escenarios en bares y locales que gravitan en torno a la Alameda de Hércules —con su correspondiente y feliz ir y venir de acá para allá— para mudarse al Cartuja Center CITE, un espacio multiusos moderno y versátil que acogió más de medio centenar de actuaciones entre el 18 y el 20 de noviembre.
Hasta seis escenarios diferentes ha albergado el recinto: en su interior, el Auditorio Alhambra y los escenarios SGAE, AIE, Cubo y el de la Planta de Arriba; y en el exterior, el gratuito Escenario Plaza, que el sábado trasladó sus conciertos al interior debido a las lluvias y ofreció en su lugar una intermitente programación de DJs. La respuesta del público a este nuevo espacio, que contaba con una iluminación ad hoc diseñada por Benito Jiménez (Los Voluble), ha sido positiva: según el balance de la organización, no solo ha supuesto «un éxito de público y crítica, sino también un firme paso adelante hacia la normalidad».
Y lo ha hecho, una vez más, siguiendo a rajatabla el leitmotiv que le acompaña desde su nacimiento en 2009 (ese Descubre hoy la música del mañana) gracias a una amplia oferta de notables propuestas musicales, varias de ellas sobresalientes, siempre acompañadas de una impecable organización y un ambiente festivo y sanote. Las sedes de la decimotercera edición del ahora rebautizado Alhambra Monkey Week se completaban con el Espacio Santa Clara, núcleo de las jornadas profesionales DICE Monkey PRO durante el día, y tres emblemáticas salas de la ciudad (Malandar, Even y X) donde entrada ya la madrugada se sucedían (más) conciertos y sesiones de DJs hasta las seis de la mañana.
El festival echó a andar el jueves 18 en el Auditorio Alhambra con la comparecencia de Tarta Relena, dúo compuesto por Marta Torrella y Helena Ros que empasta folclore, pop y electrónica con rutilantes resultados. La noche también presenció la actuación de la franco-venezolana Sophie Fustec (La Chica) y un final de fiesta orquestado por Paco Moreno que estuvo precedido del plato fuerte de la velada, el espléndido homenaje que rindieron Los Estanques al disco Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. No estuvieron solos. Por el escenario circularon Anni B Sweet (fantástica en Barquito de papel y Lucía), Carlangas (olvidadizo e irregular en La mujer que yo quiero), Dani Llamas (cercano al timbre serratiano en Pueblo blanco y Vencidos), Luis Regidor (se encargó del tema homónimo en una apertura para el recuerdo), Maria Rodés (en su voz brilló esa miniatura a corazón abierto que sigue siendo Aquellas pequeñas cosas), rebe (salvó la papeleta como buenamente pudo en Qué va a ser de ti), Raúl Rodríguez (apabulló con Vagabundear) y Miguelito García, de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, que interpretó La saeta recurriendo a un repertorio apartado de Mediterráneo que también incluyó Para la libertad, He andado muchos caminos y Cantares.
El viernes tocaba corroborar in situ las buenas sensaciones que deja la escucha de los primeros lanzamientos, ya sea en formato EP o LP, de grupos como Las Dianas, Ruiseñora, Rothrigo, Morreo o los jerezanos Nadie Patín, que congregaron a un buen puñado de fieles en el escenario exterior para corear, con algún pogo de por medio, canciones como Nunca es suficiente o Pedregalejo, amén de un par de versiones de bandas de cabecera como Airbag (Prefiero la playa) o Los Planetas (Espíritu olímpico). La jornada también sirvió para confirmar lo mucho y bueno que está por llegar del malagueño Sarria (entre Jim Morrison y Bunbury, sí, pero con una innegable personalidad propia y acompañado de una banda de aúpa) y Adiós Amores, dúo integrado por Iman Amar y Ana Valladares que lo mismo remiten a Elia y Elizabeth que a Jeanette, Las Grecas o Françoise Hardy. Se palpaba en el público que abarrotó el escenario Cubo que estábamos, estamos, ante algo a lo que prestar atención. A su Charlotte, entre otras perlas de su aún breve temario, nos remitimos.
De la jornada del viernes cabe destacar asimismo las actuaciones de los granadinos Unidad y Armonía, que presentaron las bondades de su segundo disco, Un verano invencible, y Mujeres, que convirtieron el Auditorio Alhambra en uno los grandes pitotes post-restricciones a base de cañonazos como Al final abrazos, Tú y yo o Un sentimiento importante. Tras la medianoche, y ya con los cuerpos algo maltrechos (qué decir), llegarían las actuaciones de Cosmic Wacho, Kokoshca, Pantocrator o Los Jaguares de la Bahía, que saltaron al escenario de la Sala Even con el inefable Paco Loco al frente enfundado en un mono repleto de bombillas de todos los colores. Hay que quererlo.
La programación del sábado comenzó a las tres de la tarde con la ya imprescindible Batalla de Bandas de Radio 3, que en esta ocasión tuvo que reubicarse en el interior del recinto debido a la lluvia, concretamente en el Escenario Cubo. Por allí pasaron muchos de los grupos que participaban en el festival (shego, Las Dianas, Morreo, Nadie Patín, Juárez, Cosmic Wacho, Tiburona y Niña Polaca, entre otros), aunque fueron Rosin de Palo quienes se alzaron con el primer puesto gracias al pop mutante y desquiciado que practican Samuel Azorín (contrabajo) y Mario Vidal (percusión), dos músicos de conservatorio que decidieron en su día dar el salto hacia lo salvaje y en esas andan. Hubo sorpresa durante la contienda: Kiko Veneno, que horas antes acompañaba en el Espacio Santa Clara al periodista Fernando Navarro en la presentación del libro Maneras de vivir, se subió al escenario durante unos minutos para alentar al respetable e interpretar un Volando voy para el recuerdo.
El resto de la jornada resultó igualmente memorable, especialmente en los escenarios contiguos SGAE y AIE. Desde las cinco de la tarde hasta las dos de la mañana se sucedieron conciertos de un alto nivel, comenzando con los chilenos Emilia y Pablo —que enmudecieron al público mientras desgranaban su álbum de debut, Territorio de delirio— y terminando con una Rocío Saiz que ofreció baile, diversión y synth-pop a raudales. Entre medias pudimos disfrutar de las espléndidas propuestas de Red Passenger y Elemento Deserto, que comparten lugar de procedencia (Granada) y algún que otro componente; de los portugueses Sereias, un cruce imposible entre Swans y los Stooges más abrasivos liderados por el cantante, poeta y activista social Pedro Ribeiro; o de la formidable jarana que armaron Ortiga, el proyecto en solitario de Chicho (Esteban y Manuel).
Mientras Black Lips causaban estragos en el Auditorio Alhambra dándole a multitud de estilos (rock, pop, punk, glam, lo-fi o country, qué más da), también vencieron y convencieron en el tándem formado por los escenarios SGAE-AIE unos explosivos Juárez, el post-punk decadente de Rata Negra, mori —arropado por una banda de órdago, elástica y expansiva— y Niña Polaca, la banda madrileña–alicantina formada en 2018 tras conocerse siendo vecinos en el barrio de Malasaña que hace un par de meses publicaban su primer disco a través de Subterfuge, el sensacional Asumiré la muerte de Mufasa. Cerramos aquí nuestro itinerario con las piernas deterioradas pero celebrando una persistente fiesta en nuestro interior que días después aún se mantiene. Y que dure.