[Crónica] Cala Vento (Madrid, 29/01/21)
El dúo compuesto por Aleix Turon y Joan Delgado actuó ayer en el Circo Price dentro de la programación de Inverfest
Es de admirar y agradecer el inmenso esfuerzo que el Inverfest está realizando en este tremebundo comienzo de año. Sólo hay que echar un vistazo a la portada de su página web: junto al sustancioso cartel encontramos protocolos y medidas de seguridad, avisos de cierres perimetrales, advertencias frente a la borrasca Filomena, noticias sobre cambios de fechas y horarios. Obstáculos por todos lados. Pero la organización ha luchado —aún lo hace— contra viento, marea y el dichoso coronavirus para mantener una programación que se reparte este año en seis sedes: Circo Price, Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, Teatro Coliseum, La Riviera, Gruta 77 y Teatro Alcobendas. En su colorida oferta, compuesta por casi medio centenar de actuaciones, convergen grupos y artistas de variopinto pelaje: Xoel López, Sílvia Pérez Cruz, Freedonia, Marwán, Rocío Márquez, Rodrigo Cuevas, María José Llergo, Pasión Vega, Depedro, El Drogas o Pablo Milanés, entre otros muchos, forman parte del generoso cartel de la séptima edición del festival madrileño; muchos de ellos ya han pasado por alguno de los diversos escenarios, los restantes lo harán en los próximos días.
Tocaba ayer sesión doble: mientras el Teatro Coliseum de Gran Vía recibía a Sidonie, el Circo Price acogía la comparecencia de Cala Vento, el tándem formado por Aleix Turon y Joan Delgado que, tras enlazar sus caminos en 2014, encontró acomodo en el barrio de Gràcia barcelonés bajo la tutela de Eric Fuentes y la discográfica BCore, casa en donde editaron sus dos primeros trabajos. El dúo catalán, como viene siendo habitual prácticamente desde sus inicios, ofreció una brillante actuación hacia la que podemos dirigir multitud de adjetivos superlativos sin temor a errar el tiro. En sus apariciones en vivo, ahora tan escasas debido a ya saben qué, se hallan con frecuencia nuevos matices aquí y allá durante la interpretación de unas composiciones que, como el buen vino, se acrecientan sobre el escenario con el paso de los años. El abultado repertorio —profuso en canciones con las que desgañitarse puño en alto y mascarilla bien ajustada— bascula ahora con mayor precisión entre la vertiente netamente ajetreada y esa otra más propensa al sosiego que protagonizó ayer el ecuador del concierto: las revoluciones disminuyen, Joan abandona la batería para agarrar la guitarra y ambos, como unos Simon & Garfunkel guapos y posmodernos, empastan voces e instrumentos para desgranar un set acústico por el que se pasea esa miniatura a corazón abierto que es La importancia de jugar al baloncesto.
A piezas ya clásicas de su inventario como Estoy enamorado de ti, Isabella Cantó, Historias de bufanda o Isla desierta —coreadas por la parroquia, pese a todo, con inquebrantable vigor— se unen ahora Un buen año, La comunidad, Solo ante el peligro (con mención para Pablo Hasél), Fin de ciclo o las dos recientes incorporaciones al temario: El acecho (¿cómo se para de llorar?) y Teletecho, esta última registrada junto a Eva Amaral y Juan Aguirre, se estrenaron ayer tanto en formato digital como en su versión en directo. La emotiva y extensa ovación final fue para ellos, cómo no, pero también para el festival, asistentes, técnicos y personal del Price. A fin de cuentas, las Hortensias y Filomenas —y hasta las pandemias— terminan por desvanecerse, pero la música y la cultura saldrán siempre a flote gracias a la abnegada dedicación de cientos de nombres anónimos pero vitales. Al despertarnos de la pesadilla también andarán por ahí Aleix y Joan, claro, que bajo el ala de Cala Vento nos acompañarán todo lo que nos quede por vivir. Afortunados nosotros.