Reseña – Espejismo (Teatro Echegaray, Málaga, 02/02/19)
El montaje ideado por Ángel Calvente propone un divertido e irreverente espectáculo desde el otro lado del espejo
El estreno de Espejismo en el 36 Festival de Teatro de Málaga ha coincidido con el trigésimo aniversario de El Espejo Negro, la compañía teatral de marionetas y títeres creada en 1989 por Ángel Calvente y Carmen Ledesma. La nueva propuesta de la agrupación malagueña supone un salto al otro lado del espejo de la mano del inquietante y andrógino Estío, quien nos descubrirá un mundo oscuro donde la fantasía, lo amorfo y el disparate fluyen a raudales. De esta forma, por las tablas del Echegaray desfilan Marta Sánchez entonando el himno nacional; Trump jugueteando con la Tierra; Isabel Pantoja cantando entre rejas; cristianos y musulmanes arbitrados por el Papa o borregos que, con banderas alzadas, solo se inmutan frente a un partido de fútbol. También comparecen Chavela Vargas, la reina Letizia, Rita Barberá, Susana Díaz (aún sonriente) o un pedazo de mierda que simboliza la actual libertad de expresión. Una locura. Pero esta circulación de personajes quedaría probablemente en a saber qué chorrada, llena de lugares y chascarrillos comunes, si no fuera por la inteligencia, en forma y fondo, que Calvente, autor y director de la obra, suministra al espectáculo.
El humor, la (auto)crítica y el desmadre general se afrontan desde una óptica ingeniosa a la par que divertida. De la escenografía, prodigiosa en técnica, recursos e iluminación, corto se quedará todo aquel que no se prodigue hacia ella en elogios hasta el hartazgo. Calvente, su hijo Laín y José Vera, excepcionales, dan vida a una caterva de celebridades encadenando sorpresas y hallazgos sin aparente final; clavado en la butaca, las sensaciones y preguntas que a uno le atracan mientras el montaje avanza son similares a las que nos producen las ocurrencias de Harold Lloyd, Chaplin o Buster Keaton: qué viene a continuación, cómo hacen esto, de dónde sale aquello.
Se escuchan abundantes carcajadas durante la velada, ya que nos reímos con más facilidad de nosotros mismos cuando compartimos las miserias que acarreamos acurrucados junto a desconocidos en las sombras. Pero finalmente viene al caso aquella escena de Martín (Hache), la película de Adolfo Aristarain, en donde Eusebio Poncela interrumpe una representación teatral para dirigirse a los asistentes: «¿Queréis escuchar hasta el final? Esto no es un drama, es una farsa aunque no lo parezca. Si llegamos al final pasará lo de siempre: vosotros os levantaréis para aplaudir y nosotros saldremos varias veces a saludar y seremos cómplices de la farsa. Luego volveréis a vuestras casas y todo seguirá igual. Seréis tan corruptos y tan hipócritas como siempre. Pero tendréis la conciencia tranquila porque sois modernos, porque habéis aplaudido a rabiar una obra de izquierdas muy dura. Durísima, tío». Una formidable pulla hacia el publico por cuanto de verdad contiene que nos revela, al igual que el genial artefacto creado por Calvente, lo que realmente somos: unos seres deformes. A la cara.