La película de la semana: Sweet Country
La película recurre a las convenciones del oeste estadounidense para explorar la génesis del racismo australiano contemporáneo y el abandono generacional de los aborígenes.
Desde que ganó la Camera d’Or en el Festival de Cannes 2009 por su primer largometraje Samson & Delilah, Warwick Thornton- también director de fotografía- ha sido uno de los cineastas australianos más respetados en el escenario mundial. Sweet Country está basada en una historia real, contada a Thornton por el escritor David Tranter, de un aborigen, Wilaberta Jack, quien en la década de 1920 fue arrestado y juzgado por el asesinato de un hombre blanco en el centro de Australia.»Cuando David vino a verme con un hermoso guión, basado libremente en historias transmitidas por su abuelo, inmediatamente conectó conmigo y me di cuenta de que también tenía mucho de mí», comentó el director en su presentación en rueda de prensa en la pasada edición del Festival de Venecia. La película ganó el Premio Especial del Jurado de dicho festival.
La historia nos lleva al año 1929, cuando las políticas segregacionistas pesan mucho en el Territorio del Norte de Australia, en las vastas tierras desérticas que ahora se conocen como el interior de Australia Central. Sam Kelly (Hamilton Morris), un aborigen de mediana edad, trabaja la tierra de un amable predicador, Fred Smith (Sam Neill), cuando las cosas se complican para él.
Empire valora la capacidad del director de abarcar a la vez dos enfoques en la película: «Sweet Country es épica y personal, atreviéndose a contar una historia simple de una manera desafiante y deslumbrante. Son dos horas exigentes pero lentas con grandes actuaciones, especialmente del recién llegado Hamilton Morris». Según The Playlist «Sweet Country es inconfundiblemente occidental en cuanto a la iconografía y el tono sobrio y taciturno, pero también es una narración incendiaria sobre la esclavitud, en la que la poesía del cine apenas puede contener la furia y tristeza cocinadas a fuego lento en la más vergonzosa de las instituciones humanas». Por otro lado, para The Telegraph «es dura, sobria y lírica hasta los huesos … Es también un trabajo de conciencia moral que descarta respuestas fáciles, con momentos acríticamente divertidos de comedia negra y una sensación de asombroso espectáculo natural que es inseparable de su impacto dramático». Finalmente, Washington Post revela que «esta historia observada astutamente plantea otra pregunta: ¿es posible la civilización en una nación donde la discriminación tiene raíces tan profundas? En Sweet Country, la respuesta llega con vigoroso fatalismo».