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Ponyo en el acantilado

ponyo4Encaramados a lo alto de una montaña o jugando al anonimato entre la multitud, antes o después los genios se hacen notar de una inequívoca manera: tienen una visión propia del mundo. Claro que todos tenemos una opinión -y algunos incluso varias- de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero la visión que trasciende tiempo y espacio y su expresión noble, sublime nos está vetada. Hayao Miyazaki, maestro de la animación, es uno de esos genios que bajaron a confundirse con nosotros y a hacernos la vida más llevadera, y Ponyo en el acantilado la última obra que destila su pensamiento en formato cinematográfico. Una cinta precedida del ya icónico maestro de ceremonias Totoro junto al nombre de Studio Ghibli, que nos sumerge durante poco más de hora y media en un mundo repleto de ideas y emociones. El mundo de Sosuke y Ponyo, que es nuestro mundo contemporáneo, pero estilizado, filtrado en definitiva para ver mejor aquello que da vueltas en la cabeza de su autor. Para empezar, una exuberante introducción a los misterios del océano, con antojo de colorida sinfonía en sus formas, sirve de presentación a la traviesa Ponyo, singular protagonista de la aventura. A continuación, asistimos a una ópera en miniatura con la minimalista secuencia de créditos, realizada a partir de infantiles dibujos que recuerdan a las bellas pinturas marítimas que en otro tiempo excitaron los sentidos de los impresionistas, y que nos acaba de poner en situación. Porque, ciertamente, Ponyo en el acantilado tiene un aire más infantil que los últimos trabajos de Miyazaki, si bien cuenta con sus mismas virtudes.

La historia es sencilla. Sosuke, un niño que vive con su madre en lo alto de un acantilado, encuentra un pez de lo más sorprendente: tiene cara de persona, parece inteligente y hasta le gusta el jamón -es decir, lo que quiera que en el país nipón llamen de ese modo-. Sosuke bautiza a su nueva compañera como Ponyo. Pero lo más sorprendente está por llegar, puesto que Ponyo resulta ser hija de la diosa del mar y consigue transformarse en humana, además de poseer asombrosos poderes. A partir de aquí, baste decir que ambos protagonistas deberán encontrar el modo de hacer posible que los hombres y el mar convivan en armonía. Vuelven a aparecer así algunos de los temas predilectos del autor, tales como la amistad o la imaginación de la infancia, presentes, por ejemplo, en Mi vecino Totoro, a la que recuerda mucho. Por otro lado, como comentaba, posee un aire más infantil que las más recientes El viaje de Chihiro o El castillo ambulante, puesto que el cierto romance presente en éstas aquí se diluye en inocente amistad entre niños. Aunque, con todo, el gran tema de la película es el ecologismo, la urgente necesidad de hacer algo para salvar un planeta que se nos muere. No es nada nuevo en la obra de Miyazaki, puesto que ya aparecía como gran tema de La princesa Mononoke, pero sí algo más en su enfoque centrado en la infancia, lo quieran o no el futuro de nuestro mundo. Y al intimidante reto que tenemos por delante, el artista responde con un mensaje de esperanza, donde mundos que llegan a parecer irreconciliables -la tierra y el mar, los niños y los adultos- consiguen unirse y evitar el desastre. Para ello, para restañar el daño que el hombre provoca en el medio ambiente, es indispensable contar con la pureza de Sosuke y Ponyo, en otras palabras, aportar lo mejor de cada mundo.

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Ponyo en el acantilado puede verse, cómo no, dentro de la tradición narrativa de los cuentos infantiles. De este modo, no dejaría de ser una libre adaptación, suavizada y con final feliz, de La sirenita, el inmortal cuento de Hans Christian Andersen: joven enamorada que quiere ser humana, conflicto de ambos mundos… Ocurre, en todo caso, que la tradición enriquece a los grandes artistas -al tiempo que pone en evidencia a los mediocres-, y la cinta de Miyazaki resulta una bella aportación a la causa. Bella, bellísima por su perfección técnica, con una espectacular animación tradicional en dos dimensiones: plácidos cielos azules, relajantes noches estrelladas y, en especial, la desatada bravura del mar cobran vida ante nuestros ojos de manera pasmosa. Imágenes que vienen acompañadas por una preciosa partitura del gran Joe Hisaishi, compositor que oscila entre universos aparentemente tan alejados como los de Miyazaki y Takeshi Kitano -y sin embargo, a veces cercanos, como en la encantadora El verano de Kikujiro-. Música de sabor clásico para este festival de los sentidos, reservándose incluso un momento para el homenaje a la famosa Cabalgata de las valquirias de Richard Wagner en la escena de la tormenta. Bellos elementos que se dan cita en una fábula que parece tener su origen en la relación del propio Miyazaki con su hijo -la inevitable trastienda de los genios-, pero que trasciende los nombres para llegar a nosotros, a todo el que sea capaz de libarse de prejuicios ante una película de corte infantil que tiene mucho que ofrecer. Al igual que el un poco andrógino Fujimoto, el científico-mago que prepara el cambio de época para acabar con los excesos del hombre, ojalá nosotros pudiéramos consumar un cambio de era donde la imaginación de las películas de Miyazaki inundara a los habitantes de este enfermo planeta. Al menos nos queda el cine.

Antonio Camero

Gake no ue no Ponyo, Japón, 2008
Guión y dirección: Hayao Miyazaki; Fotografía: Atsushi Okui; Música: Joe Hisaishi; Película de animación.

2 comentarios

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