L’Alternativa 2013. Tzvetanka (Youlian Tabakov, Bulgaria/Suecia, 2012)
Brotes de felicidad.
La historia contemporánea de Bulgaria, como la de gran parte de Europa en el siglo XX, está teñida de desgracias y narrada desde la perspectiva misma del derrotismo. Sin embargo, la propuesta fílmica de Youlian Tabakov en Tzvetanka pretende arrojar un poco de luz y buen humor sobre un pasado en el que parece imposible que alguien haya llegado a ser mínimamente feliz. Presentada a modo de documental o bio-pic, la película reconstruye a la vez la historia personal de la protagonista, una mujer que vive entre 1926 y 2009 en Bulgaria, y la de un país que sufre la coyuntura de una Europa dividida y polarizada. Como dos líneas paralelas en ocasiones tocantes, las dos narraciones están plagadas de momentos trágicos que, sin embargo, se nos presentan sin excesivo sobresalto ni dramatismo. De hecho, las imágenes apenas se pueden considerar un hilo argumental, resultando todo el testimonio de la que parece ser última confesión de Tzvetanka en vida.
El personaje sobre el que se centra la historia nace en el entorno de una familia bien posicionada en el régimen monárquico búlgaro que precedió a la Segunda Guerra Mundial. Los bombardeos sobre Sofía durante el conflicto, la llegada e imposición del comunismo, las purgas, y el ambiente de miedo y opresión formarán, por tanto, parte de su infancia y primera juventud. Tzvetanka dedica su vida a los estudios, y consigue, no sin esfuerzo, acceder a la carrera de medicina, en la especialidad del tratamiento contra el cáncer, y ejercer luego como médico en un importante hospital del país. Su familia, entretanto, sufre golpes propios de la tensa situación política interna: sus padres son internados en un centro de reclusión, y su padre, al poco de salir, muere precisamente de un cáncer de estómago ya incurable que ella detecta al instante. Casada y con hijos desde la universidad, Tzetanka vivirá el resto de su vida entre la medicina y el cuidado de su prole y de su madre, que ha quedado tetrapléjica también como efecto de la reclusión, sorteando todas las dificultades que a mayores le imponía un régimen de las características del soviético a las mujeres.
Pero al margen del contenido de reconstrucción vital e histórica de la protagonista y su sufrido país, la película destaca por el interesante juego que representa la aparente desconexión que hay entre la narración, en boca misma de una Tzvetanka ya mayor, y lo que vemos en pantalla durante todo el metraje. Las imágenes, generalmente sostenidas y de vocación más simbólica que explicativa, retratan casi siempre aspectos relativos a lo que se nos está contando, pero en cierto modo, distraen nuestra atención de la propia narración – o mejor dicho, nos distancian de ella – , contribuyendo así a esa intencionada falta de dramatismo, o anestesia frente a lo trágico, que reina en todo el filme. Tzvetanka parece haber sido una mujer fuerte, en efecto: capaz, como dice ella al principio, de liberar y extraer la felicidad de una semilla plantada en cualquier sitio; pero la forma misma en la que nos cuenta su vida, sin resaltar en absoluto los momentos buenos – el tener hijos, por ejemplo -, nos hacen reflexionar sobre el éxito de los regímenes totalitarios en la construcción de una ciudadanía alienada y anestésicamente feliz por la imposibilidad de amar más allá de lo que se le permite. Eso, o es que esta es la forma eslava de contar las vivencias sentimentales.
En cualquier caso, es posible que la intención de Youlian Tabakov sea imperante en la película, y que ésta sea la de acercarse a la historia de su patria desde la perspectiva sana y fuerte de Tzvetanka. Una mujer que sobrevive anímicamente a la prematura muerte de su hermano mayor, a una guerra atroz, a la dictadura opresora que castigó a su familia duramente, a los abusos de poder constantes incluso en el, en teoría, aséptico ambiente de la medicina, a un matrimonio a la antigua que prácticamente la recluyó en Bulgaria de por vida, y a una existencia, en definitiva, que ninguno de nosotros, hijos de la Transición, soportaría ni tan siquiera un año. Dudo que se trate de un homenaje al martirio, sino más bien a esa capacidad que demuestra la protagonista, entrañable y llena de dignidad hasta el último aliento, de esquivar los males del mundo, y de cultivar felicidad allá donde le sea permitido, aunque ese lugar sea en una habitación sin ventanas ni tierra en el suelo.
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