Dead Meadow (Apolo, Barcelona, 14-10-2013)
Esculpiendo la autoestima en piedra.
Algún día dejaré de presentar a Dead Meadow como la banda del sobrino de David Simon, genio creador de The Wire: para muchos, la mejor serie de la historia de la televisión; pero por lo visto, no será hoy. Siempre recuerdo el cameo musical que protagonizan hacia el final de la quinta temporada, cuando los hijos de McNulty pasan apesadumbrados de su padre mientras suenan los de Washington DC de fondo en su habitación. Llega incluso a mencionarse su nombre. “¿Dead Metal?”, dice el progenitor, intentando establecer contacto con su prole. “No, Dead Meadow”, responde el mayor, mirando de reojo a su hermano, avergonzado y claramente incómodo. Sin embargo, no deben en absoluto al enchufe o a las aprovechables influencias del viejo su éxito, dado que por aquel entonces (2008) andaban presentando ya su sexto álbum de estudio, tercero con Matador Records, y demostraban tener muy claro el camino.
Hablamos, por tanto, de jóvenes veteranos, de curtidos psico-stoners con los pies bien plantados en el suelo: Dead Meadow, el trío formado por Jason Simon a la guitarra, Steve Kille al bajo y Mark Laughlin a la percusión, que ayer presentaba en La[2] de Apolo de Barcelona su Warble Womb (Xemu Records, 2013), primer material nuevo de la banda desde el fantástico Old Growth (Matador, 2008); y lo hicieron ante una sala prácticamente repleta y muy caldeada desde el principio. En una velada organizada por To Be Confirmed y La Castanya, y teloneados por los catalanes DosPiedras, los del Distrito Capital firmaron uno de esos conciertos que podrían usarse para aleccionar en hora y media a jóvenes rockeros en busca de un estilo: un monumento lítico en honor al hard rock, a la psicodelia, y a la forma de ser chulo a través de la música que se debía practicar en los años ’60 y, sobre todo, en los ’70.
Pero al margen de las notorias influencias, el punto más fuerte de estos chicos parece ser la capacidad de buceo a través de la guitarra que tiene Simon. Pese a no ser excesivamente progresivas, hay que admitir que sus divagaciones recorren siempre caminos de obsesión que tienden a evolucionar, marcando, más que ascensos, un aumento en la densidad, en la intensidad y en la saturación de las partículas sonoras que tan bien moldean en una piedra ligeramente cromada. Son como un torrente seguro de agua, que por su propia inercia va ganando fuerza en la bajada. Poco importa que en el escenario parezca haber una separación excesiva entre los integrantes de la banda: se nota que Simon y Kille, cada uno con sus cuerdas, podrían transitar con los ojos cerrados por encima de esa batería certera que siempre parece un ultimátum.
Además, a medida que el concierto iba avanzando los temas parecían adquirir también mayor envergadura: centraron su actuación en piezas ya conocidas, pero fue sobre todo entre At Her Open Door y What Need Must Be, ambas bastante reforzadas, y las ideas y venidas de Sleepy Silver Door, ya en la última media hora, donde dejaron crecer esa especie de halo de buen rock de enorme autoestima, imprimiendo en el público una extraña capacidad para llevar la cabeza bien alta al salir de la sala. Pienso que la constante utilización de platos anchos ayuda a crear esa sensación, ya que tiene la virtud de transportar al resto de la música en volandas, elevándola sobre el común de los mortales al ritmo de una aristocrática dejadez. Como si estuvieran por encima de los problemas, pero también de las soluciones: reiterando escalas de blus al servicio del rock de piedra.
En todo momento fue evidente, eso sí, que la instrumentación se comía la voz de Simon: invitada cohibida en una gran batalla de gigantes, ésta parecía provenir de detrás de una cortina psíquica instalada en la pose del guitarrista, pero no desentonó con el contenido y el sentido general del concierto. El único problema real podía aparecer, de todas maneras, en momentos en los que bajaran la intensidad, cosa que hicieron desgraciadamente en los bises, cortando un poco la magia y resultando, por primera vez en hora y media, un tanto monótonos. No en vano, el abanico de notas que practican no es precisamente amplio, y pueden dejar al descubierto carencias compositivas más allá de la perfecta definición que esculpen de sí mismos y de su estilo en actuaciones como la de ayer. Puede que no tengan el cincel de Rodin, pero al menos saben bien donde clavarlo.
Fotos de Pablo Luna Chao.
Escucha el setlist (parcial) del concierto en Spotify, o míralo aquí.
Conciertazo. Te has olvidado mencionar que iban ciegisimos.
Es cierto, pero por lo visto no es una novedad….
http://fanzineradar.es/index.php/musica/516-dead-meadow-tres-hombres-y-una-botella-de-whiskey