Optimus Primavera Sound. Día 1
Optimus Primavera Sound. Día 1: Guadalupe Plata, Merchandise, Wild Nothing, The Breeders, Dead Can Dance, Nick Cave & The Bad Seeds, Deerhunter y James Blake.
Sin apenas tiempo para recuperarnos del Heineken Primavera Sound nos hemos cruzado la península para plantarnos a primera hora de la tarde de ayer, jueves 30 de mayo en el Parque da Cidade de Matosinhos, Porto, donde tendrá lugar este fin de semana la segunda edición del Optimus Primavera Sound. Muchas de las bandas que actuaron la semana pasada en Barcelona repetirán ahora en Portugal, por lo que hemos podido evitar las angustiosas coincidencias y solapamientos, y además disfrutaremos de nuevo de algunos de los conciertos más sobresalientes de lo que va de año. Con un buen porcentaje de las bandas estrella del Primavera Sound en el cartel, y un precio y unas dimensiones del recinto bastante más asequibles, el Optimus Primavera se empieza a postular como una de las citas más interesantes de la música en directo en la península. Y solo llevan dos años.
Entramos de los primeros en el Parque, sobre todo para disfrutar del césped y el sol, que empezaba a inclinarse ya sobre el Atlántico, provocando un viento frío desde primeras horas de la tarde. El festival arrancó poco después con el trío de Úbeda (Jaén) Guadalupe Plata, quienes desplegaron sin complejo alguno todo ese rockabilly, o blues-rock de raíces cincuenteras y blancas, como se prefiera. La alternancia limpia de grupos durante esta primera jornada posibilita, si es que se quiere, ver todos los grupos programados, motivo por el cual entramos levemente en contacto con Merchandise. Y digo así porque los de Florida no llamaron en absoluto la atención: su rock, así como alternativo y un poco indie, carece, en mi opinión, de personalidad suficiente como para rivalizar mínimamente con las bandas con las que comparte cartel. Y lo mismo le pasa, aunque a otro nivel, a Wild Nothing.
Respeto bastante el trabajo compositivo y de estudio de Jack Tatum, pero tras una decepcionante actuación en Barcelona, lo de ayer significó la confirmación de que este chico, en directo, está aún muy poco maduro. No solo porque sus canciones empalidezcan interpretadas desde un escenario, o porque el buen chico no cante bien, sino también porque en absoluto dan la sensación de ser una banda unida: ignoro cuánto habrán ensayado los dos discos de Tatum, pero desde luego el resto de la formación no da muestras de sentirse involucrada en ellas. En ese sentido, The Breeders fue el polo opuesto, pero poca gente entre el público parecían recordar que hace ahora 20 años este supergrupo, formado por Kelley y Kim Deal (Pixies) y Tanya Donnelly (Throwing Muses), presentó en una larga gira con Nirvana el Cd que ayer venían a conmemorar, Last Splash (4AD/Elektra, 1993).
Parece que con el tiempo las de Ohio han ido suavizando lo que por aquel entonces entendíamos casi por grunge, y a parte de mostrar una imagen de grupo de verdad, de los que se reúnen religiosamente cada verano en alguna chocita al pie de los Grandes Lagos para charlas y beber cervezas, su música ha adquirido ciertos toques country, que solo nacen de la veteranía, la experiencia y el amor que seguro que le tienen a su país. Porque en ocasiones, y no siempre aunque parezca lo contrario, hay músicos que componen canciones o discos por amor a algo más que a alguien. Puede ser el caso de The Breeders, y es, seguro, el caso de Dead Can Dance, que profesan con su música un enorme respeto y admiración por el valor que tiene la cultura histórica en todos los pueblos del mundo. Juglares de auténtico lujo, el dúo australiano formado por Brendan Perry y Lisa Gerrard parece cantarle a la noche de los tiempos.
Tras más de 16 años sin publicar material inédito, y casi 8 de inactividad escénica, los australianos Dead Can Dance empezaron el pasado agosto la larga gira de presentación de Anastasis (PIAS, 2012), en la que se hacen acompañar por un nutrido grupo de músicos, encargados de la decoración o el trasfondo de la música, mientras ellos destacan fuertemente por sus voces y su presencia mágica. Gerrard, ataviada con un precioso vestido dingo de la mismísima Leonor de Aquitania, fomentaba el aspecto de hada por el uso de un par de varitas (para algún instrumento electrónico o de percusión), y por esa voz tal celestial y fértil que posee. La figura de Perry, en cambio, tiene algo más de ancestral, y étnico. Se conforma así un sonido redondo, completo y conceptualmente muy ambicioso, que ayer presentaron en Porto con una puesta en escena realmente preciosa y una fastuosidad considerable de luces, ecos y ritmos procedentes de algún momento y de algún lugar perdidos en el Mediterráneo oriental.
En cualquier caso, me atrevería a asegurar que prácticamente nadie se habría acordado de ellos en la siguiente hora y pico aunque lo hubieran hecho todavía mejor, cosa que se me antoja difícil. Porque su compatriota Nick Cave, a continuación, secuestró la voluntad de cuantos se hallaban en el Parque da Cidade: hombres, mujeres, e incluso la de los pájaros del cielo. El de Warracknabeal, acompañado de sus incondicionales Bad Seeds, mostró en todo momento una actitud de prepotencia y superioridad, que es, al fin y al cabo, lo que le ha dado siempre ese carisma tan incalculable que tiene, y a pesar de ello, o precisamente por ello, su magnetismo no hacía más que aumentar. Pasó gran parte del concierto encaramado el público de las primeras filas, o dando brincos, espasmos y patadas a su buen amigo Warren Ellis, que a su lado hasta parece un tipo normal con la barba y el temperamento un poco largos.
Por otra parte, en lo estrictamente musical también sobresalió con creces. Tal vez no llegase al estadio de épica que dicen que alcanzó en Barcelona, pero, siempre rozando los límites de la decencia, la excentricidad y la soberbia, se marcó una actuación que rezumaba carácter por cada poro. La banda, además, le confiere una corpulencia que contrasta con su figura estirada y desgarbada, a la que increíblemente le quedan de vicio los trajes. Cave arremetió con los mejores temas de su nuevo álbum: Jubilee Street, We Real Cool o Push The Sky Away, con la que cerró; y no olvidó en ningún momento esa vena insolente y punk que, por el tono general de Push The Sky Away (Bad Seeds, 2013), parecía tal vez haber empezado a dejar atrás. En realidad, esperamos que no lo haga nunca, porque creo que cuanto más cabrón sea, más le querremos todos.
A Bradford Cox, Lockett Pundt y a los Deerhunter, sin embargo, se les quiere por otros motivos. Lo son entre ellos dos, pero luego resulta que se comportan musicalmente como banda como ese mejor amigo que nunca te falla, que es fiable y fiel a más no poder, pero que además, aunque uno crea que lo conoce al 100%, no parará de sorprenderte jamás, y siempre para bien. Por otra parte, da la sensación de que Cox marca una travesía melódica, tan caprichosa e indie como genial y tremendamente característica, que luego el bueno de Pundt suaviza con la sensatez de su guitarra, transformando el zigzagueo aparentemente anárquico y ultra-liberado del primero en una serie de curvas de inmersión hacia el universo interno que ambos comparten y que expresan mejor juntos que cada uno por separado en sus proyectos paralelos. Si alguien los separó en clase cuando eran niños, hizo mal, porque está claro que se potencian el uno al otro.
Quedaba ya solo un nombre propia para salir a escena: eran las 2:15 de la madrugada, los 10 grados de temperatura empezaba a hacer estragos, y James Blake apareció en el Escenario Optimus sin la elegante gabardina que portaba la semana pasada en Barcelona, y que le habría ido de perlas para evitar el congelamiento parcial que sufrió él y su música durante buena parte del recital. Llegó incluso a oírse algún silbido. Porque el caso es que Blake no repite la misma versión de una sola de sus canciones, y dada la enorme carga de emotividad que vierte en todas ellas, mucho depende cada actuación del estado de ánimo del niño prodigio, o incluso de su estado amoroso. No se mostró tan sensible como otras veces, ni tan cercano: se contagió del frió, y aunque fue de menos a más, con un final en el que parecía que por fin la fiesta iba a empezar, no alcanzó el escalofriante nivel de elegancia y nobleza que demostró en el Primavera Sound de Barcelona.
Por lo visto, fue precisamente allí, hace ahora dos años, donde conoció a su actual novia: una chica medio corana medio norteamericana con la que mantiene una relación a distancia desde entonces. Preguntado el otro día por un periodista de El País sobre cómo llevaba dicha relación, el bueno de Blake respondió lo siguiente: “Tío, acabo de publicar un disco entero que va de eso, ¿tú qué crees?”. Pues bien, si en Barcelona dio completamente la impresión de que su música iba y era exactamente eso, un intento de reducir las distancias y lograr intimidad a pesar de ellas, como si llevara un buen período de tiempo sin ver a su amada, me atrevería a decir, con riesgo de equivocarme de pleno, que antes de actuar en Porto sí que se han visto, y por eso tuvimos ayer una versión de James Blake un poco menos romántica y algo desapegada. En cualquier caso fue un maravilloso final de noche: broche de oro a una jornada inaugural de órdago.
Mañana más.
(Continúa en la segunda jornada, día viernes 31 de mayo de 2013)
Fotos de Pablo Luna Chao.
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